CONFIESO que no soy un experto, pero me da que esto del frío, la nieve y la lluvia va a ser cosa del invierno. Ya sé, ya sé. ¿Quién soy yo para llevarles la contraria a los informativos de televisión? ¿Cómo un vulgar ciudadano que se limita a observar la naturaleza va a desmentir a tanto enviado especial a los puertos de montaña para narrar la última nevada como si fuera un cataclismo?

Pero insisto, me da que va a ser culpa del invierno, sobre todo, porque este año ha llegado justo detrás de otoño. Y en los últimos 50 años, que son de los que puedo dar fe, cada vez que ha ocurrido esto, las temperaturas bajan y a veces nieva. Incluso en la playa de La Concha. Si no se lo creen, pregúntenles a los donostiarras y a ese señor que ha puesto el Ayuntamiento para que se bañe delante de los periodistas, dar la nota de color y demostrar de paso dónde forjan su carácter los vascos.

Yo gritaría a los cuatro vientos mi descubrimiento, pero los gurús de las isobaras son difíciles de convencer, y no te digo nada los gestores de parrilla televisiva, con el horror que tienen a la hoja de programación en blanco. ¡Calentamiento global, frío siberiano, diluvio bíblico, nevada contumaz! Todos los reporteros a la calle, coño, que hay que alertar a la población de la catástrofe medioambiental que supone enero. Si fueran más sensatos, podría informarles sobre los efectos de la primavera, pero dejaré que la descubran ellos solos dentro de tres meses.

jrodriguez@deia.com