En una época en la que cada vez hay más personas, sobre todo jóvenes, que apuestan por aficiones extremas, de emociones fuertes y riesgo calculado, el puenting es una actividad que va ganando terreno entre los más osados a la hora de divertirse.

Esta actividad, también llamada en castellano puentismo o salto con liana, es tan simple como excitante y consiste en precipitarse desde una altura elevada, con uno de los puntos de la cuerda elástica atada al torso o a los tobillos, y el otro extremo sujetado al punto de partida del salto. Cuando el practicante de este desafío al vértigo salta, la cuerda (obviamente más corta que la distancia al suelo) se extenderá para contrarrestar la inercia provocada por la aceleración de la gravedad en la fase de la caída, entonces el sujeto ascenderá y descenderá hasta que la energía inicial del salto desaparezca. Aunque en principio se suele practicar desde puentes o viaductos, ha ido evolucionando y hoy en día los más osados saltan desde grúas, globos, plataformas en acantilados y cualquier lugar de la naturaleza con una caída libre considerable.

El momento del salto dura escasos segundos, pero son tan intensos como apasionantes.

Salto desde un puente. Freepik

El origen del puenting es milenario y hunde sus raíces en el Pacífico, concretamente en la isla de Pentecostés (Vanuatu), donde se denomina land diving Nagol y tiene una motivación espiritual y una técnica distinta y más peligrosa. En realidad se trata de un ritual para dotar de mayor fertilidad a las tierras y lograr buenas cosechas. Allí, cada primavera se construyen torres de madera de más de 15 metros de altura, desde donde los miembros de la etnia Bunlap se lanzan, sujetados por lianas en los tobillos. El salto se detiene a centímetros del suelo, para garantizar la fertilización de los cultivos y como muestra de indudable coraje. 

También hay ritos similares y ligados a la fertilidad de la tierra en la ciudad mexicana de Papantla, donde llamados Voladores de Papantla protagonizan una ceremonia cultural y espiritual en la que cuatro hombres que se arrojan al vacío, con la cintura atada a una cuerda y colgados de un mástil giratorio de 20 metros, mientras un caporal toca melodías prehispánicas en honor al Sol.

Como actividad deportiva nació a principios de los años 70 en Cruseilles, Francia, donde el escalador alemán Helmut Kiene conectó una cuerda desde uno de los puentes que cruzan el río Les Usses y saltó desde el otro, se creó un péndulo por lo que le llamaron el péndulo de Kiene.

Otras fuentes sitúan a David Kirke como el primer saltador moderno al saltar el 1 de abril de 1979 desde el puente colgante de Clifton, en Bristol (Reino Unido). Las cuatro personas que realizaron los saltos fueron posteriormente detenidos aunque no cejaron en su empreño y se trasladaron a EEUU, donde difundieron esta práctica que creció como la espuma en los años 80 por todo el mundo y creando el concepto del bungee jumping.

Ambos saltos son similares, pero los más avezados distinguen que en el puenting se utilizan cuerdas de seguridad rígidas mientras que en el bungee jumping, se utilizan cuerdas elásticas. Asimismo en el primer caso, y en lo referido al movimiento de la caída, la cuerda dinámica provoca un movimiento pendular mientras que en el segundo se produce un rebote hacia arriba por el retroceso de la cuerda elástica al final del salto.

Una persona realizando 'puenting'. Freepik

Por supuesto para liberar la adrenalina en esta actividad y contarlo hay que seguir unas estrictas normas de seguridad y unos protocolos muy concretos para divertirse con el mínimo riesgo posible. La supervisión por expertos profesionales minimiza el inherente riesgo de esta actividad y es una condición indispensable si vas a practicar esta actividad. También estar en una buena condición física y no sufrir dolencias incompatibles con este tipo de saltos extremos.

El puenting es, contra lo que pueda parecer una de las actividades de riesgo más seguras, con una tasa de accidentes graves de uno por cada medio millón de saltos.

Estos escalofriantes saltos están al alcance de cualquier bolsillo y su precio oscila entre los 20 y los 150 euros, en función del lugar del lanzamiento, la infraestructura y el transporte. Por toda la geografía peninsular hay cientos de clubes y empresas de multiaventura para adentrarte en esta singular y contagiosa afición.