El 2 de diciembre de 1923 nacía en Nueva York María Anna Sofia Cecilia Kalogeropoulos. Algunas biografías sobre su vida cuentan que al nacer ya lanzó un agudísimo llanto y que, su madre, que esperaba dar a luz a un niño, se negó a cogerla en brazos. Ni siquiera tenía un nombre pensado para ella y tuvo que improvisar el de María.  

Sus padres, Evangelia Dimitriadis y George Kalogerópulos abandonaron Grecia y pusieron rumbo a Nueva York en busca de un futuro mejor en agosto de 1923. No solo dejaron atrás su tierra, también parte de sus raíces cuando, por la complejidad de su apellido, George decidió cambiar Kalogerópulos por Callas. 

Retrato de María Callas.

Retrato de María Callas.

Sin embargo ese futuro de felicidad que buscaban en América no llegó y tras las separación del matrimonio, María, que entonces contaba 13 años, viajó a Grecia en 1937 con su madre y su hermana Yakinthy. A pesar de que su madre fue quien inculcó el amor por la música en todas sus hijas, la relación con ella nunca fue buena, la sometía a continuas presiones, la criticaba por su aspecto físico y sus kilos de más, y la obligaba a dedicar todo su tiempo a asistir a clases, ensayos y audiciones. Años después, incluso confesó a la prensa que nunca se había sentido querida por su madre y que había perdido su infancia entre tanta disciplina.

Primeros éxitos

En Atenas comenzó su formación en el Conservatorio Nacional, donde estudió con la soprano María Trivella y después bel canto con Elvira de Hidalgo, quien además de profesora se convirtió en una de sus mejores amigas. 

Su debut fue en febrero de 1942, en el Teatro Lírico Nacional de Atenas, con la opereta Boccaccio y apenas unos meses después ya pudo disfrutar de su primer éxito con Tosca, en la Ópera de Atenas. Visto que su proyección iba en aumento, en 1945, coincidiendo con el final de la Segunda Guerra Mundial, María decidió regresar a Estados Unidos para reencontrarse con su padre e intentar seguir desarrollando su talento.

Junto a Mirto Picchi, en ‘Norma’.

Junto a Mirto Picchi, en ‘Norma’.

En los inicios de su carrera fue interpretando papeles dramáticos como Isolda, Brünnhilde y Aida. Y mención especial merece La Gioconda de Ponchielli, que interpretó en Verona en el año 1947, donde el público la ovacionó y le dedicó varios minutos de aplausos. A partir de ahí se convirtió en la soprano más solicitada para las grandes óperas y su talento era más que evidente. 

Pero aquellos triunfos y ovaciones no significaban una vida plena y feliz fuera del escenario. Aquel éxito que empezó a acompañarle en su carrera artística se vio empañado por su obsesión por la imagen, que le llevaron a perder casi 50 kilos en solo unos meses. Aquel afán de perfeccionismo que mostraba la convirtieron en una mujer infeliz, que nunca se conformaba. En muchas ocasiones se ha comparado su vida, llena de altibajos, éxitos y desdichas, con la de las protagonistas de las tragedias que interpretaba en la ópera. 

Desdichada vida privada

En 1949, a sus 26 años, se casó con Giovanni B. Meneghini, un constructor italiano acaudalado treinta años mayor que ella, que pasó a ser también su manager y representante. El matrimonio duró diez años, hasta que el magnate griego Aristóteles Onassis se cruzó en la vida de María Callas. 

Tras varios encuentros en diversas actuaciones, Aristóteles Onassis invitó a María Callas y su marido a disfrutar de un crucero por el Mediterráneo en el verano de 1959, junto a su familia y otras personalidades de la talla de Winston Churchill. Durante aquellas semanas Onassis y Callas forjaron una gran amistad y quizá algo más... 

Aquel idilio, protagonizado por la famosa soprano y uno de los hombres más ricos y poderosos el mundo pronto empezó a interesar a la prensa del corazón. A ello se sumó que solo unos meses después María Callas anunció la ruptura de su matrimonio.

Así, casi sin quererlo, María Callas pasó a ser toda una socialité, y todo lo que hacía empezó a interesar a esa gran parte de la sociedad que disfruta cotilleando la vida de los personajes famosos. Lamentablemente, la mayoría de aquel público que hasta entonces la admiraba por su portentosa voz, pasó a interesarse más por su vida amorosa y a considerarla un personaje de revista.

Rodeada por su marido, Giovanni Meneghini (derecha), y Aristóteles Onassis (izquierda).

Rodeada por su marido, Giovanni Meneghini (derecha), y Aristóteles Onassis (izquierda). Archivo

 Y a pesar de que aquella relación amorosa le permitió pasar unos años alejada de los escenarios, descansando y disfrutando del que fue el gran amor de su vida, Onassis tampoco llegó a darle la felicidad ni la estabilidad que ella necesitaba. Le rompió el corazón y en cierto modo fue uno de los causantes del declive de su carrera artística.  

Aunque en 1963 regresó por todo lo alto interpretando Tosca en el Covent Garden, a lo largo de los años siguientes empezó a sufrir problemas de salud y de voz que la obligaron finalmente a retirarse. Esta difícil situación aún se agravó más tras conocer la noticia del matrimonio, el 20 de octubre de 1968, entre Jacqueline Kennedy y Aristóteles Onassis. Sin duda fue la boda del año, y aunque María Callas siempre se mostró indiferente ante la prensa, seguía enamorada del armador griego y de hecho nunca llegaron a perder su estrecha relación.

En la década de los 70 María Callas y el tenor italiano Giuseppe Di Stefano decidieron retomar juntos sus carreras. Supuso el regreso de dos grandes figuras del bel canto. 

A comienzos de 1975 Onassis empezó a sufrir problemas de salud que le obligaron a ingresar en el hospital. Callas y él pudieron hablar por teléfono y probablemente despedirse, ya que solo unas semanas después falleció. Tras su muerte, a cuyo funeral no pudo asistir en la isla de Skorpios, la cantante regresó a París. Se encerró en su apartamento de la avenida Georges Mandel con la única compañía de Bruna, su ama de llaves, y la pena y la soledad fueron invadiendo sus últimos meses de vida. 

El 16 de septiembre de 1977 murió la gran diva del bel canto. A falta de autopsia que confirmase si su muerte se debió a una crisis cardíaca, una embolia pulmonar o una intoxicación de barbitúricos, lo cierto es que todos los que la conocieron supieron que la soprano griega murió de pena. 

El cementerio de Père Lachaise sigue siendo hoy lugar de peregrinación para melómanos de todo el mundo que quieren homenajear a esta artista mayúscula que dejó huella en el mundo de la lírica.