Eduardo do Lourenço decía que “el portugués medio apenas conoce su propia tierra”, pero la frase es anacrónica. Todos los habitantes conocen los inagotables encantos de Setúbal y están deseosos de decirle al visitante cómo descubrirlos. 

Algunos setubalenses amantes de la estadística sostienen que hay 83 lugares en la zona que no te los puedes perder. Si esto es así, el dilema sería por dónde empezar. Pero no es para tanto. Cualquiera de ellos nunca te defraudará.

¿Cuándo ir a Setúbal?

Dicen que el verano es la estación ideal para descubrir esta ciudad. Pero esto es muy relativo. Nadie pone en duda de que el estío parece más propicio para disfrutar del espectáculo del mar y de las playas (algunas casi vírgenes) que ofrece la bahía de esta hermosa y serpenteante costa lusitana. Pero os confieso que en cualquier época del año se puede gozar de esa fragancia especial que siempre desprende Setúbal. Pero hay más razones. El programa de sostenibilidad que preconizan las autoridades turísticas y municipales proporcionan una gran ventaja respecto a otros muchos destinos veraniegos por antonomasia: en Setúbal no hay turismo masivo en ninguna época, lo que permite disfrutarla mucho más. En todo momento el viajero puede gozar del sosiego y de la tranquilidad si es eso lo que busca, aunque, si le interesa, también la música, el baile y los conciertos existen. ¿Qué diría la soprano Luisa Todi, la célebre mezzosoprano setubalensa si obviásemos la música?

La reserva natural del estuario del río Sado es una de las mayores de Europa. Su ubicación geográfica permite que concurran a ella una muy diversa fauna de miles de aves de paso o residentes (como los flamencos), que pueden ser vistas desde varios observatorios con prismáticos o telescopios a disposición del viajero. En el mismo entorno se puede (se debe) visitar un antiguo molino de madera, una joya construida en el siglo XVII, que arranca en función de las mareas. Cuando llega la alta, y dependiendo de la fuerza de la corriente de agua, pone en movimiento los engranajes para producir harina o moler cereales. Acá, la puesta de sol es de postal.

Mercado de Livramento

Visitar Setúbal y no pisar el Mercado de Livramento es una herejía imperdonable. Es uno de los más atractivos y genuinos dentro de los más famosos del mundo. Entrar en él es ver, oír, y degustar lo que comen los setubalenses: una extensa muestra de ricos productos regionales y, por supuesto, del mejor y más fresco pescado de todo el país. La pesca de bajura proporciona a diario pescado de toda la bahía. Si te gustan las ostras al natural no desaproveches la oportunidad de comerlas allí mismo. Su precio, al menos para los españoles, no es para asustarse, sino más bien muy asequible. 

La plaza de Bocage al anochecer.

Tampoco tienes por qué asustarte si te topas con algunos gigantes en el pasillo central. Son curiosas estatuas representativas de los gremios que operan en el mercado. La del carnicero blandiendo un cuchillo ensangrentado sí impresiona algo. Pero no es más que arte. Como el gran mosaico que brilla en una de las paredes del mercado y muestra su historia para la gente que antaño no sabía leer.

 Setúbal tiene una ubicación privilegiada. Entre las laderas de la Sierra de Arrábida y el estuario de Sado se encuentran hermosos paisajes, lo que permite desarrollar actividades para todos los gustos en plena naturaleza, por tierra, mar y aire. Por un lado, rutas a pie, paseos en bicicleta, escaladas, paseos a caballo, espeleología, y por otro buceo, natación en aguas abiertas y tranquilas, surf de remo, vuelo libre, etcétera. 

En este sentido, resulta muy atractivo embarcarse en pequeños yates para la observación de delfines, y entre saltos y saltos de estos graciosos y cantarines cetáceos, servirse un agradable aperitivo de ostras con exquisitos vinos blancos de la zona. Si amas la naturaleza, encontrarás belleza en cualquier rincón de la Arrábida y la defenderás como hacía el poeta Sebastiao de Gama a gritos: “¡Socorro! Que nos matan la Sierra!”  

Una bonita imagen del estuario del río Sado.

Barrio de Troino

¡Quiero tener un hijo contigo! Este es un mensaje que puede leerse en lo alto de una pared de la plaza de Troino, uno de los barrios viejos más típicos de la ciudad. No se sabe si el que lo suscribió fue por la pasión natural que cualquier ser humano puede sentir por otro, o bajo el influjo del aroma sensual que despide cada rincón de esta ciudad. 

Este espíritu puede sentirse en este barrio, falando con los lugareños y escuchando el charroco, la lengua oficial (no pueden pronunciar las erres y parecen afrancesados). Una de las tiendas más emblemáticas del barrio es Confiança de Troino. Fundada en 1926, pueden encontrarse en su interior toda clase de utensilios y máquinas antiguas, así como antiquísimas latas de conserva, jabones, galletas (caducadísimas, por supuesto), pero con sus originales y románticas etiquetas. Sus propietarias disfrutan invitando a café o moscatel (de Fonseca, claro) a los visitantes y contando sus historias de ayer y de siempre.

La hermosa playa de Galapos. JoseLuisCosta

Una visita que abre los ojos y la mente a la creatividad es lo que se percibe en la fábrica Azulejos de Azeitâo, en el pueblito del mismo nombre muy cercano a Setúbal. Allí tratan de mantener la tradición de producir azulejos completamente manuales. Reproducen antiguos diseños, y no solo de países europeos, sino también islámicos y chinos. Tanto pintados a mano como en relieve, al estilo hispano-árabe del siglo XV. 

Sin embargo, también los producen a la voluntad de clientes que presentan sus propios diseños para usos particulares, artísticos o comerciales. Y hacerlos no resulta tan fácil como el que decía: “La estatua está en la piedra: solo hay que quitar lo que sobra”. Es difícil crear un nuevo diseño, y es toda una experiencia contemplar cómo de las manos pintoras de mujeres van surgiendo unas auténticas obras de arte. Sin que les importe que los visitantes las miren mientras trabajan.

Museo del Trabajo

El francés Michel Giacometti fue un todoterreno cultural que se enamoró de la cultura portuguesa. Después de haber viajado por medio mundo llegó a Setúbal para hacer una pausa que duró hasta el final de sus días. En medio de tantas actividades culturales y artísticas (libros, música, traducciones, diseño, etcétera), Setúbal le debe a Giacometti el haber desarrollado en la ciudad un muy curioso y novedoso museo: el del trabajo. Probablemente, una de sus obras más emblemáticas e instructivas. Especialmente, para las modernas generaciones, esas que apenas conocen de qué árbol proceden las sardinas o dudan de si Lobo Antunes fue un perro feroz o un delantero del Sporting. Lo que sí sabrán es que el entrenador de fútbol José Mourinho nació en Setúbal.

Pintando azulejos a mano, una atractiva especialidad local.

Este museo muestra en un perfecto orden las fases de ejecución de cómo trabajaba en el pasado una empresa conservera de pescados (en concreto, sardinas). Desde el momento en que llegaba el pescado del puerto hasta que era envasado en latas de conserva. Toda la maquinaria necesaria para este proceso se mantiene hoy en perfecto estado, así como todo el material inherente al mismo. 

Las mujeres eran mayoritariamente las que dominaban este proceso fabril, aunque, como siempre, sufrían la discriminación salarial con respecto a los hombres y también una subestima social (nada nuevo bajo el sol). Sin embargo, su espíritu de grupo era lo que daba una gran ventaja en su competencia con las múltiples empresas conserveras existentes.