A casi tres kilómetros de la salida de Balmaseda en dirección a Castilla se encuentra la antigua Fábrica de Boinas La Encartada. Sus máquinas están paradas. No hacen el infernal ruido de su época activa, pero están. Quiero decir que afortunadamente se conservan, porque cuando la empresa cerró, alguien con muy buen criterio pensó que aquella maquinaria, ejemplo palpable de la Revolución Industrial, debía conservarse y no caer en manos del chatarrero de turno. El Ayuntamiento de Balmaseda se hizo con todo el complejo con la ayuda económica del Gobierno vasco.

El resultado de aquella operación lo tengo ante mí: un edificio muy bien conservado que luce con orgullo el letrero de Museo de Boinas La Encartada. Muy próximo a él fluyen las aguas del río Cadagua, un caudal que fue esencial para el funcionamiento de todo el complejo. También se encuentran los edificios donde vivieron buena parte de los trabajadores. 

El centenario enclave se conserva en muy buen estado. y al penetrar en la fábrica me da la impresión de que estoy aprovechando un alto en el trabajo y que los operarios se han hecho a un lado en la hora del bocadillo. El hecho de que las visitas sean concertadas y guiadas facilita el respetuoso silencio que los visitantes tienen en este templo, del que durante un siglo han salido boinas para todo el mundo.

La inversión de un indiano

Todo empezó en 1886, cuando Marcos Arena Bermejillo regresó de México a su villa natal de Balmaseda con unos dólares que le tintineaban en los bolsillos pidiendo inversión. Entiendo que es la clásica historia del indiano que hizo fortuna en América y se dijo: Con este dinero puedo levantar el pueblo dando un trabajo digno a los vecinos que no pudieron emprender mi aventura. Lo pienso mientras subo la vieja escalera de madera que me lleva al primer piso, el sancta santorum.

Publicidad de La Encartada.

Publicidad de La Encartada. smart

Marcos se decidió a crear una fábrica de boinas en la zona, tal vez evocando su niñez, cuando pensaba que llevar boina le hacía mayor. Para ello se asoció con sus paisanos Juan Bautista Hernández Gorriti y Martín Mendía Conde, y con los bilbaínos Santos López de Letona Aposta y Domingo Otaola Urioste. El 14 de enero de 1892 se constituyó la Sociedad Anónima La Encartada, “para la explotación de una fábrica de tejidos de lana en el término del Peñueco en la villa de Valmaseda con sus accesorios y dependencias”, cuyo objetivo será la “industria manufacturera de lana –boinas–, y el comercio de compra-venta de todo cuanto tenga relación con dicha industria”.

El resultado de aquella unión mercantil es lo que tengo ante mí. Créanme que el primer choque visual con la maquinaria es impresionante, teniendo en cuenta que todo el complejo lo ponía en marcha y lo mantenía la electricidad creada por un pequeño salto de agua construido en la cuenca del Cadagua. La turbina hidráulica, que había alcanzado su época de esplendor en la primera mitad del siglo XX, permitía de esta forma obtener energía eléctrica abundante y barata.

Un solo motor accionaba toda la fábrica, lo que permitía concentrar en este espacio toda la maquinaria, los operarios y los distintos procesos, y someterlos a un control directo. Un sistema de ejes, poleas y correas de cuero transmitía el movimiento del motor principal a cada una de las máquinas. A finales de 1892 comenzó la producción de hilados partiendo de lana recién trasquilada. 

Fachada de la fábrica-museo La Encartada.

La materia prima, el vellón de lana en crudo, recibía el primer tratamiento en la diabla, una máquina de rodillos que era temida por los trabajadores dada la peligrosidad de su manejo. ¡Cuántos dedos se llevó por delante en su labor de lavado! En realidad, el agua caliente y jabón que utilizaba servía para eliminar la grasa animal, las suciedades y los parásitos que llevaban los mechones. Más tarde, una engrasadora le daba a la lana un aceite natural para facilitar su hilatura. 

El conjunto así obtenido se aclaraba con agua corriente en una pileta de cemento accionada con palas y se escurría en la centrifugadora inmediata. Luego se extendía en el secadero para que se secase antes de su manufactura. El cardado mecánico facilitó enormemente una de las tareas más lentas y trabajosas del tratamiento de la lana. El tiempo permitió también la aplicación de otro invento revolucionario, la mula selfactina, una máquina automática que ahorraba mano de obra a la hora de convertir las mechas esponjosas obtenidas en las cardas en hilo fuerte y resistente.

Maquinaria inglesa

En 1900, y dado el éxito que tuvo la empresa, se contempló la necesidad de ampliar los talleres, de forma que a la nave central se le adosó otra de tres alturas para ampliar la producción, pasándose de las boinas iniciales a otro tipo de tejidos. Aquel incremento de actividad requirió la instalación de una turbina más grande y de mayor potencia. 

Los dueños de la empresa no escatimaron medios a la hora de modernizar la factoría de Balmaseda. Recurrieron a Platt Brothers & Co., la mayor empresa del mundo en manufactura textil, que desde Oldham, al noroeste de Inglaterra, distribuía maquinaria para el tratamiento del algodón y telares de todo tipo.

LA PERILLA

Siempre me he preguntado el por qué de las perillas de las boinas y su función. Me aclaran: la perilla sirve para cerrar y rematar el agujero central que se forma al cerrar el círculo de la pieza. En el caso de la utilizada por la Ertzaintza, en lugar de perilla se utiliza un escudo para taparlo.


Entre 1910 y 1935 La Encartada vivió su período de máximo esplendor. Más de 130 trabajadores en plantilla entre fijos y contratados, y una amplia gama de productos: boinas, viseras, pasamontañas, calcetines, bufandas, madejas, ovillos, paños, mantas…

Y llegó 1936 con la Guerra Civil. La fábrica La Encartada pasó a ser objetivo militar, dedicando toda su producción a la manufactura de prendas de abrigo para los soldados del ejército vasco. En estas dependencias se trabajó a destajo. Las máquinas rugían y el sonido ensordecedor, característico en un pabellón de no muy elevada altura, creaba un ambiente casi insoportable.

Me aseguran que llegaron a tejerse ciento cincuenta mantas diarias, amén de bufandas, pasamontañas y otros pertrechos para el ejército de Euskadi. Nada de extraño, por tanto, que el lugar estuviera protegido y considerado de gran interés militar.

El ocaso

Al acabar la contienda se dejaron de fabricar mantas y paños, abandonándose su explotación allá por 1950. Eran tiempos difíciles, en los que además se dejó de lavar los vellones pasándose a adquirir las balas de lana ya tratadas. “¡Huy, huy, huy…!”, dijo alguien temiéndose lo peor. Desde entonces hubo pocas innovaciones técnicas: la conexión eléctrica a la red que permitió poner motor a algunas máquinas, la sustitución de los telares originales ingleses por otros catalanes, la renovación periódica de las máquinas de coser de la sección de acabado, y las innumerables adaptaciones e ingenios que los trabajadores y directores diseñaron para algunas tareas específicas.

A pesar de ello, La Encartada siguió manufacturando boinas y enviándolas a todo el mundo. Los ejércitos de numerosos países hacían pedidos masivos y el mundo de la moda introdujo esta prenda en el vestuario femenino.

Greta Garbo lució boina y Marlene Dietrich la imitó. Una atribulada Ingrid Bergman le confesaba su gran secreto a Charles Boyer en Arco de Triunfo bajo una boina… Y a ellos les ocurría otro tanto, no solo para simular estar en unos Sanfermines pamplonicas en el caso de Fiesta, sino para dar el tipo vasco en los casos de Gregory Peck y Anthony Quinn.

Eddie Albert, Errol Flynn, Mel Ferrer y Tyrone Power lucieron boina en 'Fiesta'.

En La Encartada todos los jefes eran hombres, y la mayor parte de las operarias mujeres, algunas incorporadas con 14 años, recién salidas de la escuela, y con una enorme responsabilidad al tener que manejar enormes máquinas harto peligrosas. Eran las encargadas de cuidar que aquellas bobinas con forma de botella estuvieran listas para pasar luego a la tricotadora, donde se tejían las boinas. Aquí han trabajado hasta cuatro generaciones, algunos de cuyos componentes venían en bici desde los pueblos cercanos.

La Encartada fue una fábrica integral, ya que generaba su propia energía, controlaba por completo la producción, creaba talleres auxiliares para reparar y fabricar repuestos, empaquetaba, y distribuía comercialmente su producto. Hoy diría que tenía una excelente logística a través de su taller de cartonaje y embalaje, de los vehículos para el transporte, las oficinas comerciales de representación, etc. 

La fábrica cerró en 1992, como consecuencia de un declive progresivo, definido por dos factores básicos: la excesiva especialización de su producto principal –demasiado sujeto a las modas y a los contratos del estamento militar– y el trabajo con medios productivos tecnológicamente ya superados.

En la actualidad, este conjunto se destina a museo del ramo textil y enclave de ocio y esparcimiento. La Encartada es un inmejorable ejemplo de los avances tecnológicos, empresariales y humanos de la Revolución Industrial. Su ambiente evocador es el testimonio vivo y palpable de este proceso.