El exatleta olímpico relata en su libro El gran salto (Ed. Península) su ascenso a los cielos y su caída al infierno, de donde salió gracias al deporte y al apoyo de los suyos. “Pero para salir del pozo oscuro del alcohol y las drogas tienes que pedir ayuda, tu solo no puedes”, reconoce, y sostiene que para construir el Gervasio Deferr campeón olímpico “tuve que convertirme en un killer de la competición y, casi sin querer, de la vida. Tuve que ponerme una coraza emocional para transformarme en un animal competitivo y encerrar en el sótano a Gervi, mi otro yo”, aquel niño hipersensible que lloraba cuando llamaba a su madre desde la residencia Blume de Madrid, un centro de alto rendimiento para jóvenes deportistas. Su historia es la de un gimnasta que lo ganó todo, que tocó la gloria deportiva casi en la adolescencia, y que saltó del anonimato al estrellato y de ahí al vacío que aguarda tras la retirada. El libro son unas memorias a corazón abierto que transitan entre el Olimpo y los infiernos, que nos sumergen en la adrenalina del breve instante que le cambió la vida, que ahondan en su resurgimiento tras el positivo y que no elude su caída en desgracia ni su lucha continua por ser fiel a sí mismo. Pasados diez años desde su retirada, Deffer dirige un gimnasio en el que entrena a jóvenes y en el que, ya recuperado, transmite la pasión y los valores del deporte.

PERSONAL

Nacimiento: Premiá de Mar, Barcelona, 7 de noviembre de 1980 (41 años).

Familia: Es hijo de inmigrantes argentinos.

Trayectoria: Desde pequeño cosechó éxitos en la gimnasia artística, pero su culminación llegó con el oro en salto en los Juegos Olímpicos de Sidney. Siguió triunfando en otros campeonatos, destacando como uno de los atletas más punteros del momento. 

Caída y segunda parte: Su caso de dopaje en 2002 le hizo perder la plata del Mundial de Debrecen, pero dos años después se redimió y logró el oro en salto en Atenas. Su última participación en unos Juegos Olímpicos fue en Pekín-2008, donde se hizo con la medalla de plata en la disciplina de suelo. 

Retirada: Con treinta años se retiró del deporte de competición, pero no lo dejó por completo, ya que tras su retirada ha ejercido como entrenador de alto rendimiento y director de su propio gimnasio en el barrio de La Mina, cerca de Barcelona.

Actualidad: Ha lanzado el libro El gran salto, donde habla de su pelea con el alcohol y las drogas y de lo peligroso de las adicciones.

Cuando dejó de estar en la cima, ¿el alcohol inundó su vida?

Totalmente, hasta que pedí ayuda para no ahogarme definitivamente en él. Muchos solo ven las medallas, pero no a la persona que sufre como cualquiera y que está sometida a la presión de jugárselo a todo o nada en un minuto cada cuatro años.

¿Llenó el vacío de la competición con la bebida?

En gran medida. La gente, cuando te ve ganar, cree que todo es bonito, pero no siempre es así. Al dejar la competición mi vida cambió radicalmente; se pasa mal, porque nadie te ha enseñado a vivir de otra manera. Yo encontré la solución en la bebida. La gente tiene que saber que cuando ganas no todo es bonito.

De hecho, muchos deportistas han abandonado la competición diciendo que ya no pueden más.

Nos preparamos para competir, para ser ganadores, pero no nos ocupamos de la salud mental. Y al dejar esto de lado, al no saber gestionar bien las emociones, llega un momento en que si la tensión es demasiado alta, estallas. Aparecen problemas muy serios y cada uno se enfrenta a ellos como puede. Yo intentaba tener la cabeza bien con el alcohol y fue un error.

¿Cuándo se dio cuenta de que tenía que salir de esa situación?

Cuando mi vida se convirtió en una puta mierda. Para no ahogarme en el alcohol he tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para salir del círculo vicioso en el que estaba metido. Ahora mucha gente, con la pandemia, tiene también problemas fuertes de salud mental: ansiedad, depresión... Muchos se sienten como nos encontrábamos los deportistas cuando estábamos sometidos a una gran presión, sobre todo la gente joven, los adolescentes.

Usted supo reaccionar, ¿otros cayeron en el intento? 

Sí. Con deportistas olímpicos como Blanca Fernández Ochoa o Jesús Rollán no se llegó a tiempo. Fueron figuras muy importantes en el mundo deportivo, pero una vez dejaron de serlo quedaron relegadas al olvido social, mediático. Antes de abandonar el mundo de la competición se nos tendría que enseñar a vivir esta otra etapa de nuestras vidas; no podemos perder a gente tan valiosa como los que he citado. Lo suyo hubiera sido evitable.

"La gente, cuando te ve ganar, cree que todo es bonito. No es así”

¿El vacío es tan intenso que es preferible irse?

En el libro cuento mi historia, pero sobre todo los diez últimos años después de que me retirase, porque el vacío que se siente al dejar la competición es tremendo. Y lo cuento para que la gente sepa que no solo se gana medallas, sino que también se pasa mal.

Sin embargo parece un contrasentido, porque las drogas y el alcohol te hunden más.

Sí, y además el alcohol socialmente está aceptado. Para mí, el alcohol, aunque no esté mal visto tomar copas, es la droga más peligrosa, aunque la sociedad vea normal que se beba. De hecho, a quien no lo hace se le mira como a un bicho raro.

Todo se celebra alrededor de una mesa y con alcohol. ¿Qué habría que hacer?

Todo se celebra con alcohol, está claro, y a nadie le parece mal. Estamos celebrando todo el rato y borrachos y eso no puede ser; los jóvenes siguen con sus botellones y cada vez se inician a edades más tempranas. Tenemos, como sociedad, que hacer algo, ponernos las pilas para no fomentar las bebidas alcohólicas entre chicos y chicas superjóvenes. Desde las instituciones se tendrían que llevar a cabo campañas más fuertes contra la necesidad de socializar con el botellón. Hay otras formas de divertirse, como el deporte.

Gervasio Deferr, un ex deportista olímpico que vive una nueva oportunidad. Xavier Torres-Bacchetta

Incluso los padres quitan hierro a las borracheras de sus hijos...

La sociedad ha normalizado que los fines de semana los adolescentes lleguen a casa beodos y que el día siguiente se lo pasen en la cama. Los padres suelen justificarlo diciendo que por un día no pasa nada. Yo también empecé así y acabé hecho una mierda. Si mi historia sirve para ayudar, aunque sea a una sola persona, me daré con un canto en los dientes. Para mí, sería un logro enorme.

Cuándo estaba hecho polvo, ¿en quién se refugiaba?

Mis amigos más cercanos y mi familia siempre estaban a mi lado; ellos podían visualizar el problema, me llamaban la atención sobre lo que me estaba ocurriendo, pero no pueden hacer nada hasta que uno mismo no se da cuenta de la situación en la que se encuentra. Ellos podrán decirte todas las verdades a la cara, pero si tú no eres consciente de lo que te pasa todo lo que digan te entrará por un oído y te saldrá por otro.

¿Hay que pedir ayuda?

Cuando le dije a mi familia que ya no podía más, que necesitaba ayuda, saltaron de alegría. El último en darse cuenta de lo que pasa es uno mismo. Mi familia había intentado ayudarme mil veces, pero no pudo hasta que yo les demandé apoyo. Ellos hacían todo lo posible, pero no resultaba.

¿Pensó en el suicidio?

Como tal, no, pero sí estaba agotado de la vida y no tenía ganas de luchar. Pensaba: Ojalá que bebiéndolo todo se acabe esto. Lo de pegarme un tiro en ningún momento pasó por mi mente. Afortunadamente, me di cuenta del error que estaba cometiendo con mi vida y puse solución.

"El último en darse cuenta de su problema es uno mismo”

Es difícil, pero se puede salir de las drogas...

Se puede salir, eso es seguro. Si yo he podido, otros también. Lo que no podemos es dejar de intentarlo; hay que luchar por tu vida, por uno mismo. Al final, lo conseguirás porque entenderás el problema, como me ha ocurrido a mi. Una vez comprendido lo que te pasa todo va más rápido. Yo intenté dejar las drogas por mi cuenta muchas veces y estuve bien en varias ocasiones, pero al final recaía. Por eso hay que pedir ayuda.

¿El estigma de las adicciones le marcó?

Sí, pero cuando estás tan metido en ellas no te das cuenta. Además, te da lo mismo, porque no te enteras y te da igual cómo te miren; tu vas a lo tuyo porque estás ciego.

¿Dónde ha encontrado su lugar en el mundo?

Fue casi diez años después de bajarme del podio y lo encontré en La Mina, uno de los barrios más estigmatizados de España. Un lugar tan señalado como me he sentido yo siempre. Exorcizado del fantasma del suicidio y habiendo hecho las paces conmigo mismo y con la gente que realmente me importaba, la gimnasia me devolvió el equilibrio perdido. En La Mina estoy sin filtros, soy yo mismo.

¿Lo que empezó como un proyecto social es ahora su vida?

Era una iniciativa para recordar a la gente, sobre todo a los más jóvenes, y a través de la gimnasia, que otro mundo mejor que ese en el que viven es posible. Se trataba de atraerles a los deportes, a la gimnasia en concreto, para que no tropezaran con las drogas. Este proyecto lo llevaba desde la distancia, pero cuando en 2017 pido ayuda y se me brinda la colaboración del centro, pensé que cuando me recuperara cogería el toro por los cuernos y pasaría a dirigir, como entrenador jefe, el gimnasio. Llevo cuatro años y sigo haciendo mi labor social. Entré como parte de la solución a sus problemas y resulta que son ellos los que me están ayudando a mi.

¿No tiene miedo a recaer?

Aquí encuentro mi lugar, mi motivación. Cada vez que me estreso un poco paro la máquina y me voy al gimnasio. Es una terapia. Sigo ayudando a estos jóvenes, pero ellos me ayudan a mí. Actualmente me siento muy afortunado. La gimnasia cambió mi vida y trabajo para que cambie la de muchos otros como yo

¿Mucha gente le ha agradecido que cuente su historia?

Del mundo del deporte muchas personas se han solidarizado conmigo, pero también me han escrito miles de mensajes de agradecimiento del mundo de la música, trabajadores sencillos, del área sanitaria, gente que durante la pandemia se ha visto sobrepasada y se ha sentido identificada con lo que cuento en mi libro... Me agradecen con gran cariño que haya dado voz a un problema tan grave como las adicciones, lo que supone pasar de la gloria al infierno. No sé cuántos libros se venderán, ¡ojalá muchos! Sin embargo, ya doy la misión por cumplida con que a un lector le haya podido beneficiar la lectura de El gran salto.