Cuando alguien achaca sus logros a la suerte, o a la ayuda recibida, y tiene la sensación de que no se merece el éxito que ha obtenido, es probable que padezca lo que popularmente se llama síndrome del impostor. Es muy habitual en el ámbito laboral, y se da cuando un trabajador se siente instalado en una mentira sobre sus propias capacidades, creyendo que tiene engañados a todo su entorno e, incluso, a sí mismo por momentos. No es que lo haga adrede, normalmente lo que ocurre es que percibe que realiza un trabajo que le queda grande.

Hay personas que claramente no tienen las cualidades para desempeñar el puesto que ostentan. Por otro lado, muchas veces decidir si alguien es adecuado para un puesto o no es muy subjetivo. Al fin y al cabo, cuando nos incorporamos a él no es raro que haya una cierta diferencia entre las capacidades idóneas para desempeñarlo bien y nuestras habilidades en ese momento. Son cuestiones que se van limando con el rodaje, la formación y la adaptación a las funciones asignadas.

El problema aparece cuando pasa el tiempo y la persona sigue sintiéndose inadecuada para su tarea y siempre en la cuerda floja. Esto deteriora su bienestar psicológico, tanto más cuanto más tiene que fingir que este problema no existe.

Generalmente las personas que experimentan este síndrome no son farsantes que están ahí para estafar a la empresa que ha confiado en ellas. Por el contrario, esta experiencia tiene más que ver con la inseguridad sobre las propias capacidades, lo que les lleva a creer que han sido contratados por error y que eso, en parte, ha sido culpa suya: “Me pasé vendiéndome”, “No debí prometer aquello”, “No me explico cómo he superado el proceso de selección”, “Claramente el puesto está muy por encima de mi nivel”, “Cuando se descubran voy a quedar en ridículo y a defraudar a quienes están confiando en mí”.

Para los psicólogos, el síndrome del impostor se basa en una interpretación de la realidad que deja a la persona en un lugar muy precario, ya que no solo siente que su capacidad es insuficiente, sino que además tiene el estrés de tener que esconderlo.

En este sentido, es importante que el afectado se plantee cuatro cuestiones como primer paso para atajarlo. En primer lugar, debe darse cuenta de cómo se está definiendo a nivel profesional. Segundo, cómo está interpretando los requerimientos de su puesto de trabajo. Tercero, qué valor está otorgando a sus capacidades. Y cuarto, por qué considera que hay un espacio tan grande entre esas capacidades y esos requerimientos.

 Las conclusiones que saque deberían servir para contestar a estas preguntas: ¿Está haciendo un juicio demasiado severo, sobredimensionando los requerimientos e infravalorando sus capacidades? Hablaríamos entonces de alguien hipercrítico que tiene que modular un poco su nivel de autoexigencia. ¿O, en cambio, está haciendo una interpretación más o menos ajustada y es de verdad un impostor?

En los casos más sencillos, pero que también están generando un daño en el bienestar psicológico y en la productividad de la persona, es posible empezar con estas cinco sugerencias: 

Ajustar exigencias y expectativas. No ser el trabajador ideal o el trabajador perfecto no quiere decir que se sea un desastre o un fraude. No vayas a los extremos, evalúa bien qué hace falta para desempeñar bien tu trabajo y cuánto te falta de verdad para llegar a un buen estándar. Date tiempo, nadie nace enseñado y te sorprendería los progresos que se pueden lograr en muy poco tiempo en prácticamente cualquier trabajo.

Pon el foco en tus cualidades. No centres toda tu atención en lo que haces mal o en lo poco que vales. Muy probablemente realizas bien o muy bien otras de tus funciones. Fíjate también en ellas y en cómo pueden ayudar a compensar posibles carencias en tu rendimiento.

Busca la manera de mejorar. No te dejes dominar por el miedo, la culpa o la vergüenza, y toma decisiones encaminadas a mejorar tu desempeño profesional. Busca alguna formación que pueda serte útil a corto plazo y orienta tus esfuerzos más hacia actuar para solucionar el posible problema que a sufrir por él.

No decidas por los demás. Date cuenta de hasta qué punto estás anticipando o dando por hecho lo que tus compañeros y jefes opinan sobre ti y tu desempeño profesional. ¿Cuántas pruebas tienes de ello? ¿Realmente han expresado que piensan que eres un impostor, o lo harían si descubrieran tus verdaderas cualidades? Deja a los demás que se forjen la opinión sobre ti que consideren. Mientras, tú a trabajar.

Busca ayuda profesional. Si la cosa se complica y tanto tu bienestar psicológico como tu rendimiento en el trabajo se están viendo muy afectados por tu sensación de impostura, puede que por debajo haya otras cuestiones que conviene examinar en profundidad. Busca ayuda profesional, ya sea dentro de tu empresa a través de su programa de bienestar emocional, o alguien externo. Seguramente hay mucho que se puede mejorar.