Las tensiones políticas norteamericanas no hacen más que subir y las recriminaciones y desencuentros entre ambos partidos han aumentado más aún después del último asesinato de un personaje tan popular para los republicanos como odioso para los demócratas.
Lo que estamos viendo ahora no es nuevo sino que lleva por lo menos diez años, desde que Donald Trump lanzó su primera campaña presidencial. A pesar de su carácter mordaz y sus ataques personales a rivales políticos, las tensiones no se le pueden achacar tanto a Trump como a la ola de tensiones crecientes en que cabalgan diferentes grupos raciales, culturales y económicos.
Las tensiones se alimentan de posiciones políticas y expectativas culturales y económicas contradictorias, que muchas veces coinciden con la geografía del país o con los niveles de preparación académica o de bienestar económico.
Son aspectos que tienen una gran influencia en las actitudes y expectativas: las dos costas de Estados Unidos acostumbran a tener tendencias políticas progresistas, mientras que el interior es más conservador, con la excepción del estado de Florida, el más meridional de la costa atlántica, convertido ahora en bastión conservador.
Pero el problema no es la gente, diferencia de nivel intelectual o preferencias políticas, sino la radicalización creciente que provoca una intolerancia que, en el mejor de los casos, no permite ni que los rivales tan solo expresen sus opiniones. En el peor, se llega a la violencia que cuesta vidas.
Es algo que ocurre en ambos partidos, pues se han producido ataques tanto contra demócratas como republicanos, a pesar de que el último, que acabó con la vida del conservador Charlie Kirk, amigo de Donald Trump y promotor incansable de posiciones republicanas, es el más espectacular por el peso político que representa y su alianza con el presidente norteamericano.
Después de su asesinato, en una universidad del estado de Utah, donde un joven de 22 año lo mató de un solo disparo lanzado desde una azotea, tanto la Casa Blanca como el Congreso refuerzan su seguridad, en parte por la evidencia del peligro en que pueden hallarse los políticos y también por el “efecto modelo” que podrían tener los ataques ocurridos, pues probablemente estimularán la agresividad de otros atacantes, por no hablar de los deseos de venganza, que podrían llevar a ambos partidos a sangrientos ajustes de cuentas.
Por el momento, tanto el Congreso como la Casa Blanca se sienten amenazados y es probable que Trump, contra quien ya hubo dos intentos fallidos de asesinato, refuerce sus escoltas de protección, mientras que desde las dos cámaras del Congreso también se registra preocupación por la seguridad de sus miembros.
Y no es una idea sin base, pues en el pasado ya hubo ataques contra legisladores, uno de los cuales pasó tiempo recuperándose en el hospital por las heridas recibidas cuando se entrenaba para un partido de fútbol con otros congresistas.
Muchos culpan a los medios informativos de azuzar las tensiones. Poco después del asesinato de Kirk, la cadena de televisión NBC despidió a uno de sus periodistas por justificar el crimen como una consecuencia inevitable de la desavenencia política, pero semejante acción ha servido de poco y no faltan políticos demócratas que casi justifican el asesinato.
Más inquietante es que semejante actitud está en la calle: varios estudiantes interrogados por los medios informativos, expresaron su “comprensión” y hasta apoyo por el asesinato, pues estaban en desacuerdo con las posiciones políticas de Kirk y con sus esfuerzos por divulgarlas.