LO hemos visto estos días en el campus de la Universidad de Harvard. El público estadounidense entiende que la guerra en Gaza “no es una crisis, sino una catástrofe humanitaria”, asegura la abogada de derechos humanos de origen palestino Noura Erakat, profesora de la Universidad de Rutgers. El senador de origen judío Bernie Sanders asegura asimismo que la guerra es un obstáculo para la esperanza de paz, justicia y reconciliación en Palestina.

La encuesta de Reuters/Ipsos de la semana pasada ha descubierto que el apoyo de la ciudadanía a Israel en el actual conflicto es más fuerte que en el pasado, debido principalmente al asesinato o a la retención de ciudadanos estadounidenses como rehenes por Hamás. No obstante, una aplastante mayoría bipartidista del 78% de los encuestados –incluido el 94% de los demócratas y el 71% de los republicanos– piensa que el gobierno federal debe proteger al pueblo de Gaza.

Cuando la temperatura electoral está ascendiendo a niveles electorales, la Casa Blanca ha optado por responder a estas demandas. Biden envió al secretario de estado Antony Blinken a Oriente Medio con el objetivo fundamental de evitar que el conflicto se transforme en una confrontación internacional. Después de la secuencia de conversaciones con los líderes de Egipto, Arabia Saudí y Qatar, durante su visita a Tel Aviv, Biden ha advertido a Netanyahu que no apoyará la ocupación del territorio palestino y, en referencia a los bombardeos israelíes, ha subrayado que “los civiles no deben ser víctimas de una guerra contra Hamás”.

Esta es una posición que ninguna de las dos partes quiere ni sabe comprender. Netanyahu ha expresado que este es su “11 de septiembre” y que tiene derecho a “defenderse” bajo el siempre conveniente paraguas de la “seguridad nacional”. Para Hamás, la administración Biden no es sino una delegación del Likud. Ambos contendientes subrayan que no existe una posición intermedia y, precisamente para apuntalar esta idea, Hamás ha matado a miles y secuestrando a decenas y el Likud ha reaccionado matando a un número todavía mayor de personas ejecutando los ataques aéreos más intensos de los últimos 75 años. La orden de evacuación de Gaza, que implica el traslado de 1,1 millones de civiles a un gueto de 250 km2 sin corredores humanitarios pretende intoxicarnos –o ensuciarnos– con el principio político de que “la paz es imposible”.

Iluminados de ambas facciones beben del dogma de la parcialidad necesaria.

PRINCIPIOS RELIGIOSOS

Principios religiosos orientan la carta de Hamás de 2017 que propugna la creación de un estado islámico, la “Tierra Santa que Alá ha bendecido” y hace un llamamiento a la yihad como “un derecho legítimo, un deber y un honor”. Ismail Haniyeh, uno de los dos ex primeros ministros de la autoridad palestina, expresó que “el Corán es nuestra constitución; estamos comprometidos con Alá y su libro sagrado. Si intentan llevar a cabo su crimen contra el Corán, Alá destrozará su país y ellos servirán de lección divina para cualquiera que intente profanar el libro”. Es el mismo principio que rige los preceptos del Dios bíblico a las puertas de Jericó, cuando ordenó la destrucción de la ciudad de los cananeos como ofrenda divina. Y Yahvé fue muy preciso: Todo debía ser destruirlo en su nombre, y debían evitar quedarse con algo “consagrado al exterminio”, sobre todo los objetos de plata, oro, bronce o hierro que eran “sagrados para el Señor y debían ser llevado a su tesoro”. Y obedecieron, matando “a filo de espada a todos lo que estaban en la ciudad: hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, bueyes, ovejas y asnos.” Sólo perdonaron la vida de Rahab, la prostituta, y los de su casa. Historias muy divinas, y muy humanas también.

De hecho, las ideologías políticas de extrema derecha aderezadas con la certeza de un testamento celeste tienen mucho en común, sin importar en qué momento de la historia o en qué parte del planeta germinen.

Ambas sectas políticas coinciden en una cosa: sólo hay dos bandos y una única posición en cada uno de los bandos. Una viciosa política de autoalimentación, nada infrecuente en la historia de la humanidad, compromete a ambos bandos a acusar al “único otro lado” de sus propias masacres. No sabremos quién ha bombardeado el hospital Al-Ahli, la cuestión es que ambos extremos son capaces de algo así. Los 42 artículos de la Carta de Hamás de 2017 giran en torno al objetivo de liberar a Palestina del credo “sionista, racista, antihumano y colonial”. Y según el viejo programa del Likud de 1977, el objetivo “es eliminar estas organizaciones asesinas para impedirles que lleven a cabo sus actos sangrientos”. Obviamente, no pueden sino concluir coincidiendo en que todo esto es “una campaña de genocidio”.

Como confluencia natural de esta fusión de doctrinas, ambos partidos reivindican ser movimientos nacionales de liberación de una misma tierra. Y ambos tienen a sus respectivos dioses de su lado. A modo de remate, la “paz genuina” es el objetivo “central” de ambas escuelas. El Likud coloca “sus aspiraciones de paz entre sus prioridades y no escatimará esfuerzos para promover la paz”. En cuanto a Hamás, sus practicantes afirman que la suya “es una religión de paz y tolerancia… que siempre ha sido y será un modelo de coexistencia, tolerancia e innovación civilizatoria”.

Ambos pueblos son las únicas víctimas de estos discursos místicos que generan un ciclo sobrealimentado de barbarie. Al sostener esta estructura continua de violencia durante décadas de terror, generaciones enteras crecen absorbiendo el odio como parte de su identidad colectiva. El asedio, el segregacionismo y la guetización son el mejor abono para impregnar en los más jóvenes la idea de que para ser un “buen” palestino es necesario matar judíos y viceversa. En palabras de Naftali Bennett: “He matado a muchos árabes en mi vida y no hay ningún problema en ello”. Desempleo, pobreza y analfabetismo son los libros de texto en las escuelas de los ataques indiscriminados.

Las zafras de odio siempre son abundantes porque el ser humano es un excelente transmisor de hostilidad. Rabia, inquina y desafección han hecho posible que millones se alineen cómodamente con los profetas de una u otra ortodoxia entre los miles de cadáveres generados por ambos credos.

Mientras tanto, los medios de comunicación etiquetan a los menores muertos en términos de “palestinos” y “judíos”, como productos cuidadosamente colocados en estantes diferentes. Sus asesinos nos han acostumbrado a ello y los medios lo reproducen y perpetúan, pero la única realidad es que miles de ellos están muriendo, todos ellos igualmente humanos.

Es una verdad tan lógica como evidente y olvidada que decapitar ser humanos no ayuda a la gente, y que bombardeando no se construye nada. La agresión y el asesinato en masa son atrocidades, independientemente de quién las cometa. El Likud no representa la aspiración de paz del pueblo judío, y Hamás no representa la lucha del pueblo palestino por la libertad: En una guerra de dioses y profetas el pueblo no tiene voz.

“No en nuestro nombre” se ha oído en las decenas de manifestaciones de las comunidades judías y palestinas de New York porque no ha habido ni hay una solución militar. En palabras de Erakat, “o aprendemos a vivir todos juntos o moriremos todos juntos”. Al final habrá que dejar de matar y empezar a trabajar.