El declive militar y político de Muamar El Gadafi en Libia tiene raíces políticas; y curiosamente, son las mismas que le llevaron hace cuatro decenios largos a la presidencia : la decisión de las principales tribus del país.
Porque Libia, la cuarta nación más extensa de África y una de las menos pobladas (6.500.000 de habitantes), ha sido desde la Antigüedad un Estado tribal; tribal y mal avenido. Las 150 tribus que pueblan Libia no llegaron a tener nunca una conciencia política moderna ni una responsabilidad nacional. El país ha oscilado siempre en torno a los forcejeos hegemónicos de los Warfala, la tribu más poderosa con su millón y medio de miembros, en el Oeste, y los Al Obeidat y una veintena más de tribus en Bengasi y este del país. En medio quedaba una pléyade de tribus menores que se aliaban a una u otra de las grandes según las circunstancias. Este escenario político es casi inmutable y los mismos italianos, cuando conquistaron Libia a principios del siglo XX, la dividieron administrativamente en tres provincias :Cirenaica, centro y oeste.
Tras la II Guerra Mundial y recobrada la independencia, Libia cayó en un caos político que la llevo al borde de la guerra civil en los años 60. Entonces se registró uno de los pocos momentos de conciencia nacional y los Warfala y las 22 tribus más importantes del Este acordaron la paz política. Derrocaron al rey Idris I y encaramaron a la presidencia de a la recién creada República a un joven militar panarabista y nasserista: el coronel Muamar El Gadafi, de la insignificante tribu de los al Gaddafa, que no era miembro de ninguna gran familia . El coronel y su clan pertenecían al centro neutral, aunque tradicionalmente los Gaddafa han militad en la estela de los Warfala.
Pero si la tribu de Muamar El Gadafi era de menor cuantía, las ambiciones y el talento manipulador del joven coronel eran todo lo contrario. Supo intrigar desde el primer día entre las tribus hasta que sus enfrentamientos las anulaba políticamente; montó una dictadura estalinista, con policía secreta y un pequeño ejército de élite que transformo en su guardia pretoriana, la única fuerza armada que aun le es fiel. Hoy, en su ocaso, Gadafi cuenta también con un ejército de mercenarios, pero ya se sabe que la lealtad de los mercenarios es siempre para con el mejor postor. Y los Warfala tienen suficientes recursos para poderlos enrolar cuando les convenga el precio de la victoria.
Con el paso del tiempo a Muamar El Gadafi le ha sucedido lo mismo que a tantos otros dictadores tercermundistas: poco a poco fue creciendo el número de los enemigos, la decepción de los habitantes cada vez más apartados del abrevadero estatal... y crecieron también los ramalazos de demencia que en los años 60 y 70 solo parecían excentricidades de un panarabista traumatizado por el colonialismo blanco de África.
La consecuencia de todo ello ha sido que los Warfala, los Al Obeidat y varias decenas más de tribus orientales se aliaron contra el dictador, físicamente debilitado por la edad, aprovechando el aire de fronda que impera en todo el norte de África desde la revolución popular de Túnez.
Y así, en sus horas negras Gadafi se ha quedado con su guardia pretoriana, los distintos cuerpos policiales, unidades acorazadas, aéreas y de helicópteros atrincherado en Trípoli. También cuenta con la lealtad de las tribus de la frontera meridional del país que son las poblaciones más atrasadas y pobres de Libia. La lealtad de estas puede significar un estímulo moral para el dictador, pero militarmente no significa nada. No solo son poca gente y están muy mal pertrechados, sino que están tan lejos de Trípoli que su eventual travesía de los desiertos del sur difícilmente podría llegar a tiempo para participar en la actual lucha de Gadafi.