La irrupción de nuevas propuestas estéticas y la evolución de los hábitos de consumo comportan un paulatino descenso en la demanda de los automóviles compactos de toda la vida. Los turismos de proporciones escuetas han pasado de liderar el mercado a desempeñar un rol secundario. La buena acogida dispensada por el público al estilo SUV ha propiciado que casi todos los constructores lo adopten –los hay de todas las tallas–, a menudo en detrimento de líneas de producto tradicionales como son los compactos. Así que estos se venden menos, entre otros motivos porque se ofrecen menos. Prueba de esa tendencia a la baja es la decisión de Ford de abandonar la fabricación del longevo Fiesta a mediados de este año.

Existe, además, otro factor que amenaza el inmediato futuro de este tipo de creaciones antes populares. Es la transición energética necesaria para adecuar sus sistemas de impulsión a los requerimientos, progresivamente más severos, de las leyes medioambientales europeas. Cumplir los exigentes límites de emisiones contaminantes anunciados obligará a aplicar conversiones técnicas complejas y caras (hasta 2.000 euros por coche, según algunos fabricantes). Esos costes quizá puedan ser absorbidos o camuflados en modelos de gama alta, no así en coches más modestos, cuyo precio se puede dispararse hasta hacerlos inviables.

Ahí radica uno de los motivos de la espantada del Fiesta, a punto de cumplir cincuenta años en activo. La oferta de turismos compactos comienza a escasear. Cada vez hay menos marcas peleando en la categoría y las que perduran restringen el menú de versiones propuestas. Primero abandonaron las carrocerías de tres puertas por falta de clientela, luego suprimieron las motorizaciones diésel alegando razones medioambientales y económicas. El público tiene, en definitiva, menos oportunidades de elección y acaba decantándose por otro tipo de automóviles.

Las matriculaciones de coches pequeños, de cuatro metros o poco más, van cuesta abajo después del pequeño repunte que experimentaron al final de la década pasada. Desde entonces caen año tras año. En el ejercicio anterior cosecharon un 10% menos de pedidos, acumulando apenas cien mil en un mercado total ligeramente por encima de las 800.000 unidades; el desplome de los compactos ligeramente mayores fue más intenso, al acercarse al 20% de caída y no llegar a 45.000 ejemplares. Se alejan los tiempos en los que en lo alto del escalafón figuraban el Ibiza, el 205, el Corsa, el Clio… En el top ten de 2022 solo aguantan el Fiat 500 y el Citroën C3.

El Mazda2, que nunca aspiró a alcanzar grandes tiradas, continúa desempeñando un estimable papel como alternativa de calidad dispuesta a distinguirse de rivales con más renombre y mayor presencia en la calle. Es un producto minoritario, que juega sus bazas sin entrar en batalla con rivales en teoría directos. El año pasado aportó a la marca el 10% de sus clientes en el mercado español.