Marc Márquez ha vuelto. En el Gran Premio de Alemania, en Sachsenring, su circuito fetiche, donde había ganado diez años seguidos -ya son once y por eso le apodan Sachsenking-, 581 días después de su última conquista, reapareció el piloto catalán, que enlazaba tres caídas consecutivas. "Es uno de los momentos más importantes de mi carrera", aseguró. El de Cervera se abrazó a la determinación para liderar desde la primera hasta la última vuelta. Excepcional.

Nadie lo pudo detener. Ni la aparición de una ligera lluvia sembró dudas en Márquez. Al contrario. Arriesgó por encima del resto, jugando con los límites del equilibrio. Aprovechó las gotas para cobrar una ventaja que resultaría insalvable. Si acaso, Miguel Oliveira, pletórico tras vencer la carrera anterior, trató de ejercer presión, pero terminó renunciando ante el ímpetu de Márquez, que estalló a llorar como viva imagen del sufrimiento arrastrado, de las oscuridad transitada durante casi un año en blanco y tres operaciones para reparar la fractura de húmero. Corrieron las lágrimas por el casco estilo vintage escogido para la ocasión, en memoria de todos los anteriores campeones, y también por el box de Honda, una marca que rompió así su peor racha de la historia: 21 carreras sin victorias hasta que llegó el hombre récord de la marca japonesa para recuperar el orgullo perdido.

"Sabía que tenía ante mí una gran oportunidad", admitió. Saliendo desde la quinta pintura de la parrilla, en la curva 13, la última del trazado que es el patio de recreo de Márquez, se aupó a la cabeza de la carrera. Pero solo había puesto la primera cuerda para ascender a su particular Everest. Restaban 29 vueltas y resolver la incertidumbre sobre su estado físico. En el segundo giro un revolucionario Aleix Espargaró adelantó a Márquez, que recuperó de inmediato el mando, de nuevo en la curva 13. Nadie pudo desbarcale del liderato durante una sola vuelta. Genial.

Márquez impuso el ritmo. Estiró el grupo, pero sin despegarlo. En la novena vuelta apareció la bestia. Cayeron las primeras gotas de agua y ondeó la bandera blanca que permitía pasar por el garaje para reemplazar la moto por una configurada para rodar sobre mojado. En ese momento de dudas que establece la diferencia entre la prudencia y la osadía, Márquez se dijo: "Esta es mi carrera". "Empecé a empujar a tope, asumiendo riesgos". Desmelenado, cavó un agujero infranqueable. Regresó el piloto sublime.

Oliveira fue el único capaz de emprender una cacería frustrada. El portugués consiguió bajar del segundo de diferencia a cinco vueltas del final. Pero Márquez, implacable, respondió a golpe de acelerador. "Fue difícil, porque Miguel empujó a tope", admitió Márquez, que rodaba con visiones, nublado por la sucesión de imágenes proyectadas en su mente. Flashes del pasado. Eran las diapositivas de "todos los malos momentos vividos", como describió. Pero no le cegaron.

Oliveira, con su tercer podio consecutivo en el bolsillo, claudicó ante la ambición de quien desea resarcirse, de quien pretende sacudir los males para retomar la pugna contra la totémica historia del motociclismo. "Acepto el segundo puesto con mucho agrado, contra Márquez y aquí, en Sachsenring", dijo el luso.

Por detrás, Fabio Quartararo rodó de menos a más para saltar al tercer peldaño del podio y ampliar su margen como líder de MotoGP. El francés aventaja en 22 puntos a su compatriota Johann Zarco, quien desde la pole solo pudo ser octavo.

"Quiero aprender de alguien como Marc Márquez", se rindió Quartararo, que suma cinco podios. Se mostró feliz con sus 131 puntos. Márquez, su némesis, aparece con 41 a falta de 14 carreras. La remontada del catalán se antoja imposible y por detrás nadie ofrece solidez; el campeón, Joan Mir, por ejemplo, fue noveno. Si bien, el impulso anímico de Márquez puede mermar las pretensiones de gloria de Quartararo. "Cuando faltas una carrera es duro; con un año, con operaciones difíciles, hacer lo que ha hecho sabiendo las dificultades de Honda, me quito la gorra porque es muy grande", admiró Fabio. El segundo piloto de Honda fue Pol Espargaró, décimo. El rey ha vuelto. ¡Viva el rey!