Cuando el célebre fotógrafo Robert Capa llegó a Bilbao en mayo de 1937 pudo comprobar cómo una numerosa población civil se dedicaba a las tareas de fortificación de las alturas vecinas de Santo Domingo y Artxanda. Le llamó especialmente la atención un contingente de mujeres que trabajaba afanosamente en la construcción de un nido de ametralladora y su cámara inmortalizó el momento. Un mes después, cuando en las fechas previas a la caída de Bilbao los gudaris y milicianos se batían en defensa de la villa, aquellas fortificaciones serían de vital importancia.

La participación de las mujeres vascas en el esfuerzo de guerra y, más concretamente, en la fortificación ha sido objeto de muchas interpretaciones. Con ocasión de la investigación que culminó con la publicación de mi libro El Cinturón de Hierro. Ayer y Hoy. Historia completa de las defensas de Bilbao (Ed. Galland Books 2024) creemos que la aportación femenina en este campo ya puede situarse en sus coordenadas de espacio y tiempo.

La indefensión aérea

En plena Guerra Civil, iniciada la ofensiva del general Mola contra Bizkaia el 31 de marzo de 1937, la amenaza sobre Bilbao llegó a estar muy presente y se intensificaron las obras del Cinturón Defensivo o Cinturón de Hierro, así como el refuerzo de la primera línea del frente que ahora retrocedía. Hasta entonces, los miles de trabajadores destinados a ello fueron hombres; bien voluntarios, desempleados, refugiados de Gipuzkoa u obreros de la construcción derivados a tareas de fortificación.

La guerra dio a las mujeres la oportunidad de demostrar su competencia en un trabajo hasta entonces reservado a los hombres.

Pese a la inferioridad manifiesta de los defensores, el avance del ejército franquista a lo largo de Bizkaia fue mucho más lento del esperado por la tenaz resistencia ofrecida por las fuerzas republicanas. Sin embargo, esta no podía dilatarse por mucho tiempo sin disponer de medios esenciales para la defensa, tales como artillería y, sobre todo, aviación. El lehendakari Agirre era consciente de que la gran mayoría del material de guerra soviético recibido por la República iba a parar a frentes donde el Partido Comunista tenía una mayor influencia, quedando el País Vasco al margen del reparto, por lo que no cesó de reclamar el envío de aviación.

Por su parte, el Partido Comunista era minoritario en Euzkadi pero activo, dependiendo de él únicamente un Departamento del Gobierno vasco –el de Obras Públicas– a cargo del consejero Juan Astigarrabia. En esa tesitura, los comunistas comenzaron una campaña donde se intentaba inculcar que para hacer frente a la aviación enemiga, el sistema más eficaz era el empleo de sólidos refugios. Así, el comandante de milicias Manuel Eguidazu llegó a declarar que: “Prefiero un buen refugio a cuarenta aviones”, sin llegar a convencer a los combatientes que día tras día veían a sus compañeros morir bajo las bombas, a pesar de todas las precauciones tomadas en lo concerniente a tales abrigos.

El ‘cinturón de la muerte’

A finales de abril de 1937 se decidió construir un segundo cinturón defensivo dentro del anterior e inmediato a Bilbao, cuya ejecución fue encargada al citado Departamento de Obras Públicas. Los trabajos de fortificación comenzarían a llevarse a cabo tras un llamamiento masivo al voluntariado que encontró importante eco entre las mujeres, principalmente izquierdistas. El hecho de poder realizar un trabajo hasta entonces reservado a los hombres les dio la oportunidad de demostrar su competencia, lo que en un principio no siempre fue tomado en serio y dio lugar a burlas.

La revista ‘Mujeres’ no cesó en su llamamiento a la participación femenina en las brigadas de fortificación.

La revista Mujeres, órgano del Comité de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, que representaba a las mujeres de las formaciones políticas y sindicales del Frente Popular, inició una campaña para que las mujeres antifascistas constituyesen brigadas femeninas de fortificación: “Cada brigada debe componerse de veinticinco compañeras y una responsable por cada brigada, que deben estar preparadas para el momento en que se las llame. ¡Compañera! ¡No vaciles en inscribirte! Comprende que vas a construir la defensa de tus hijos, la tuya propia”.

De esta manera, los organizadores de la obra, bautizada popularmente como cinturón de la muerte, pudieron contar, además de con otros recursos, con la ayuda de esas brigadas de voluntarios recién creadas y formadas por personas que ofrecían sus días de descanso para acudir a jornadas dominicales de fortificación: hombres, mujeres y adolescentes. A partir de entonces, comenzaría a ser frecuente encontrar a las jóvenes, algunas incluso con su vestido de domingo, integradas en las columnas de trabajadores que subían a Artxanda y Santo Domingo a fortificar.

Con pico y pala

La primera convocatoria, el 9 de mayo, agrupó a centenares de ciudadanos que trabajaron con ardor abriendo y construyendo trincheras, galerías, nidos de ametralladora y toda suerte de fortificaciones de tipo defensivo en previsión de que hubiera necesidad de emplearlos algún día. Ya en esa ocasión quedó patente la buena actitud de las mujeres. En palabras de la prensa: “Merece destacarse la labor de la mujer. ¡Cuántas veces demuestran en el tajo más brío que los hombres!”. Para el siguiente domingo, día 16, ya eran miles las personas participantes y la valoración general volvió a ser muy positiva: “Numerosos camaradas, hombres y mujeres, trabajaron denodadamente hasta desriñonarse, empuñando las herramientas con verdadero entusiasmo antifascista.”. Tal éxito consolidó la actividad, de manera que una semana después, el diario Euzkadi Roja celebraba la aportación femenina: “¡A las fortificaciones! ¡Trescientas mujeres! Pero no para la jornada dominguera, sino también para la jornada de todos los días”.

Estas personas voluntarias, además de realizar las tareas de fortificación, aprovecharon sus salidas o llegadas para desfilar con carteles por las calles Bilbao, manifestándose, lo cual no era necesariamente del gusto de todos los partícipes del bando republicano. Así, el comandante de Artillería Casiano Guerrica-Echevarría, expresaría que “los domingos salían de Bilbao en dirección a Santo Domingo unos cuantos camiones que transportaban algunos hombres y muchas mujeres con palas y picos que, si no trabajaban mucho en el monte, en la población, tanto a la ida como a la vuelta, daban espectáculos lamentables con sus gritos y ademanes”.

Cerca de 4.000 mujeres atendieron la solicitud de sus organizaciones y colaboraron en el esfuerzo fortificador.

Precisamente, abordando el caso de las numerosas mujeres que, motivadas y atendiendo al llamamiento de sus organizaciones femeninas, se alistaron en las brigadas de fortificación, estas hubieron de defenderse ante comentarios poco amables con su postura: “El tema de las réplicas, invariablemente, es el siguiente: Ese trabajo es propio de hombres. Las mujeres en la retaguardia, los hombres en la vanguardia (…) Si censuramos las actividades de la mujer en la fortificación sin haber logrado organizar brigadas masculinas de fortificación, habremos caído, sencillamente, en una labor derrotista. (…) En tanto, dejadnos trabajar, compañeros, y basta ya de críticas banales”.

No es de extrañar que el rechazo e incluso las burlas que estas mujeres recibieron, fuera respondido con vehemencia y desprecio por parte de ellas, como quedó reflejado en una entrevista publicada por la revista Mujeres: “Que sepan todos esos vagos y emboscados que se ríen de nosotras porque llevamos pantalones que se debieran avergonzar de llevar los suyos puestos, y que pueden ponerse las faldas que nosotras hemos dejado en casa”, en clara referencia a aquellos hombres que, movilizados o convocados para los trabajos de fortificación, presentaban resistencia pasiva a ello o permanecían ociosos en Bilbao.

Durante el tiempo que duró la obra, la crítica fue constante. La mencionada publicación Mujeres, en su portada del 28 de mayo, recogía el eslogan “Domingos y horas libres ¡A fortificar!” indicando en su editorial: “A pesar de la incomprensión de muchos, a pesar de las sonrisas escépticas de los pesimistas, a pesar de los ultrajes dirigidos contra nuestras compañeras, las valientes brigadieres de fortificación, centenares de mujeres bilbaínas y millares de mujeres de los pueblos vecinos, rasgan la tierra de las lomas euzkeldunes, manejan la pala, el pico y el cesto. Preparan la defensa de Bilbao y, al mismo tiempo, permiten ir al frente a muchos hombres jóvenes que, sin ayuda de ellas, hubieran sido destinados a trabajos de fortificación”.

Por otra parte, dentro de la dinámica de la guerra y de la necesidad de encontrar ejemplos a seguir, fue entrevistado el teniente Paco Bello Petaca, responsable de las fortificaciones de Artxanda y con fama de duro capataz, quien preguntado por las obreras respondió: “Estoy encantado; son muy trabajadoras. Conscientes de la importancia del trabajo que realizan, ponen en él todo su esfuerzo, toda su voluntad de mujeres antifascistas… Magnífico ejemplo para los hombres emboscados que aún no han acudido a nuestros llamamientos”.

Merecieron laureles

Más allá de las consideraciones propagandísticas, el trabajo de las mujeres adquirió gran popularidad. Además del citado Robert Capa, también el cineasta Nemesio Sobrevila, en su documental Guernika, un film que denunciaba ante la opinión pública internacional el ataque aéreo a las poblaciones civiles y la voluntad de defensa de los vascos, mostró a las fortificadoras cavando briosamente: “Hasta las mujeres construyeron trincheras para defender a sus hermanos, maridos, novios… trincheras que, ante los gigantescos medios de destrucción acumulados por los enemigos, han sido más bien tumba de los mismos”.

Para entonces, bastantes de estas mujeres trabajaban ya a tiempo completo en las obras de fortificación. Sin embargo, la pretendida igualdad distaba bastante se ser perfecta, tal y como lo atestigua la nómina de junio de 1937 que nos ha llegado hasta la actualidad: mientras que los hombres con categoría de peones cobraban 10 pesetas al día, las mujeres obreras cobraban sólo 6 pesetas; o sea, el mismo salario que los hombres con categoría de pinche.

Con la perspectiva del tiempo y a la vista del trabajo que aquellas mujeres desarrollaron durante las semanas previas a la caída de Bilbao, podemos decir que su aportación fortificadora, aunque tardía, resultó grandemente beneficiosa para la defensa. Así, en aquellas trincheras y casamatas construidas por estas obreras en los montes inmediatos a Bilbao, pudieron resistir los gudaris y milicianos los días posteriores a la rotura del Cinturón de Hierro, permitiendo al Gobierno de Euzkadi ganar un tiempo precioso para la evacuación de la villa antes de su pérdida, que tendría lugar el 19 de junio de 1937.

Merecieron laureles y aún estamos a tiempo reconocérselos.

El autor: Aitor Miñambres Amezaga

(Bilbao, 1969) es Licenciado en Máquinas Navales y director del Museo Memorial del Cinturón de Hierro de Berango. Ha investigado y publicado trabajos sobre la Policía motorizada (Ertzain igiletua) de 1936-1937; el Cinturón Defensivo de Bilbao; los bombardeos aéreos; el ‘batallón Gernika’ y el frente de guerra de Las Encartaciones en 1937, entre otros asuntos.