Cuando comentaba con un colega y amigo la posibilidad de escribir este artículo, me comentó que eran muchas las cosas que habían ocurrido en 1907. Por ejemplo, fue el año en el que Vicente Blasco Ibáñez estrenó en Bilbao su obra El intruso, en medio de una gran manifestación anticlerical. O también, cuando Miguel de Unamuno llegó a elogiar a Sabino Arana en el epílogo que escribió para una biografía del patriota filipino José Rizal escrita por W. E. Retana. Y también fue el año en el que nació Galeusca.
Un momento… ¿en 1907? La historia nos dice que la alianza de Galeusca surgió en 1923 como una confluencia de los intereses de las fuerzas nacionalistas de las tres nacionalidades históricas peninsulares (Galicia, Euskadi y Cataluña), y que luego su actividad se fue renovando, con resultados diferentes, en tiempos de la II República y luego, tras la derrota en la guerra, en el exilio. No obstante, como bien afirma Xosé Estévez (quien ha investigado a fondo la formación de dicha alianza), esto no quiere decir que no hubieran existido antes experiencias previas de contacto y coordinación, tanto en Europa como en la diáspora. Y es, precisamente, una de dichas experiencias a la que nos vamos a referir aquí.
“La bandera la hemos izado en años anteriores, sin pensar (inocentes de nosotros) que con ello ofendíamos a Alfonso XIII”
Rancagua es una ciudad chilena situada a unos 80 kilómetros al sur de la capital. Tiene su lugar de honor en la historia de Chile al haber sido escenario de una de las principales batallas de su guerra de independencia. Y ya desde fines del siglo XIX había acogido a una importante colonia de inmigrantes europeos entre los que destacaban los españoles, pero también los vascos y los catalanes. Esta distinción no es gratuita. Cuando los inmigrantes comenzaron a constituir sus instituciones asociativas, fueron muchos los catalanes y vascos que se adhirieron, sin mucho problema, a la Sociedad Española de Santiago de Chile, que mostraba una gran vitalidad y ofrecía numerosos beneficios a sus asociados. Pero esto no fue óbice para que tanto catalanes primero, como vascos después, fundaran sus propias instituciones. Así, para comienzos del siglo XX ya estaban funcionando en Rancagua el Centre Catalá y el Centro Vasco, instituciones ambas que, además, coincidían en su orientación política nacionalista. En el caso de los vascos, se concentraron en su entorno uno de los más antiguos núcleos de nacionalistas vascos de los que tenemos noticia en tierras americanas, varios de los cuales, incluso, destacarían como dirigentes de la Euskal Etxea de Santiago fundada pocos años más tarde: Landeta, Beltrán, Saitua o los hermanos Aretxabala. Este grupo de nacionalistas, además, crearía en 1907 la primera revista vasca publicada en Chile, con un título Aurrera! Jaungoikoa eta Legezarra que dejaba bien a las claras su filiación jeltzale. De hecho, el primer número animaba a los vascos de Rancagua a abandonar los centros que llevan “el nombre de las Naciones que nos robaron la independencia”; es decir, a la Sociedad Española.
A vueltas con las banderas
La reacción de la Sociedad Española no se hizo esperar y, como era previsible, fue beligerante. Mas no fueron los vascos los primeros destinatarios de sus ataques, sino el Centre Catalá. La excusa fue una aparentemente simple cuestión simbólica: en septiembre de ese mismo 1907 el periódico El Heraldo de España –que decía ser el “órgano de la colectividad española” de Chile y contaba con el apoyo de la propia embajada– denunció ante las autoridades de Rancagua el intento por parte del Centre de hacer ondear una senyera catalana como adhesión a la fiesta nacional chilena. Ante la negativa de los catalanes a arriarla, fue la fuerza pública la encargada de entrar y, entre violentos enfrentamientos, retirarla “del frontispicio de su local”. La directiva del Centro Vasco, inmediatamente, emitió un comunicado de solidaridad en el que expresaban que los “nacionalistas vascos residentes en Rancagua protestamos enérgicamente por el inicuo atropello del retiro de la bandera del Centre”, acabando con un “Visca Cataluña!”.
La participación de la Policía, de hecho, sorprendió a la opinión pública chilena. El Diario Ilustrado, uno de los periódicos principales de Santiago, deploraba la ruptura de la neutralidad ante algo “en lo que nosotros, los chilenos, no podemos encontrar nada de malo y sí mucho que agradecer”, y achacaba el hecho a las presiones del embajador español, De la Rosa, que “vió en ello, y con muchísima razón, primeramente la consagración de una nacionalidad que no existe y que venía á ser en cierto modo como proclamada aquí por súbditos españoles”.
“Ayudémonos, formemos la Solidaridad Vasko-Catalana y caerá destruido, para siempre, el embrutecedor y torpe centralismo”
No hubo de pasar mucho tiempo hasta que los catalanes tuvieron la oportunidad de corresponder al gesto de la directiva del centro vasco. Apenas un mes después, en octubre de 1907, fue el Centro Vasco quien fue puesto en el punto de mira de El Heraldo. Como recordaría décadas más tarde uno de sus directivos, “la ikurriña vasca también se alzó por entonces por vez primera: tan rápidos como un rayo, la mayoría de los españoles y muchos vascos se pusieron en nuestra contra, y no dejaron rincón sin tocar con intención de quitarla”. Incluso la embajada amenazó, nuevamente, con graves perjuicios para las relaciones hispano-chilenas por lo que definía como insulto al rey español. La memoria, a veces, juega malas pasadas, ya que la ikurriña era una vieja conocida entre los vascos de Rancagua: ante el requerimiento por parte de las autoridades el Centro Vasco respondió que “la bandera la hemos izado en años anteriores, sin pensar (inocentes de nosotros) que con ello ofendíamos á Alfonso XIII”. Más aún, expresaban su extrañeza por la protesta, teniendo en cuenta que “la bandera que hemos izado en años anteriores, y en este, es la bandera nacionalista vaska, idéntica á la que enarbolaban públicamente en las cuarenta y tantas sociedades nacionalistas que hai en la península”. Y por ello, para acabar, lo vinculaban al estado de soliviantamiento de la opinión pública que había generado el problema con la senyera catalana apenas unas semanas antes: “quien ha patrocinado la indecentada cometida contra los vaskos de Rancagua, lo ha hecho por espíritu de imitación”.
La solidaridad catalana, que no tardó en llegar, se expresó además en la forma de una retirada masiva de la membresía en la Sociedad Española. Pero no quedó ahí: los diputados de la minoría catalana llevarían el tema al propio Congreso de los Diputados español, presidido entonces por Eduardo Dato. Sorprendentemente, sería el integrista Ramón Nocedal quien haría el discurso más encendido en favor de las banderas catalana y vasca: “Quiero la bandera española”, exclamó, “pero quiero también respeto para la bandera catalana, respeto para la bandera castellana, respeto para la bandera vascongada (...) Salta a la vista el derecho de cada región, cada asociación, cada cofradía, enarbole su respectiva insignia en las festividades en que tome parte. En ello no puede haber agravio ninguno para nadie. Es cosa natural”.
Solidaridad vasko-catalana
También fue cosa natural, podría afirmarse, el acercamiento de las comunidades vasca y catalana de Rancagua a raíz de los ataques que sufrieron en aquel año de 1907. Prueba de ello sería que la revista Aurrera! ofreciera sus páginas en su ejemplar de diciembre a Gomis Canals, uno de los más destacados dirigentes catalanes en Santiago. En un largo artículo, escrito en forma de carta abierta a los miembros del Centro Vasco, comenzaba recordando cómo “hoy nuestras patrias se hallan sujetas, por un igual, á la opresión uniformista de un [mismo] Estado”, y por ello “las dos Nacionalidades (...) han levantado su voz en justa demanda de que se les reconozca su personalidad histórica como entidades políticas”. Pero la cosa no quedaba aquí: hacía partícipe a los vascos de la, a su entender, necesidad de que desde la diáspora “nosotros que nos encontramos lejos de la tierra amada donde nacimos, estamos obligados, quizá más que nadie, á trabajar y contribuir con entusiasmo á la obra patriótica emprendida por nuestros hermanos de la Península”. Para ello, proponía tres vías principales: en primer lugar, un esfuerzo de propaganda entre los vascos y catalanes emigrados; en segundo lugar, el apoyo económico por parte de las comunidades diaspóricas a la acción política nacionalista en Euskadi y Cataluña; y finalmente, la coordinación de la acción política de ambas naciones ante un mismo reto: “Ayudémonos mutuamente, formemos la Solidaridad Vasko-Catalana y caerá destruido, para siempre, el embrutecedor y torpe centralismo”.
Ya sabemos que estas palabras no dieron como fruto la creación de esa deseada “Solidaridad”. También es cierto que no sería la única vez en la que los vascos y catalanes de la diáspora, a los que prontamente se unirían también gallegos, se presentaban de modo coordinado ante la opinión pública de sus países de residencia, ya fuera para expresar su apoyo a las demandas de autonomía, para apoyar a los exiliados y denunciar al franquismo, o para congratularse de las veces en que las fuerzas nacionalistas de los tres territorios conseguían firmar pactos, esta vez sí, con el nombre de Galeusca. Pero así y todo, dejaron su impronta en la forma de una cercanía entre ambos pueblos. En enero de 1908, quizá como respuesta a la carta de Gomis Canals, un anónimo redactor de Aurrera! reconocía que era preciso reconducir la mirada hacia el nacionalismo catalán y aprender de la senda que estaba abriendo: “En Cataluña hay patriotismo, en Euzkadi, ¡triste es confesarlo! escasean los patriotas; Cataluña ha querido que su voz resuene ante los poderes públicos y (...) ha elevado á los escaños del Parlamento español un grupo compacto de patriotas, catalanes antes que nada, que con la fuerza y el valor que prestan la justicia y la verdad, exponen sus aspiraciones, sus quejas, sus derechos, hacen que el nombre de Cataluña sea respetado”.
El autor: Óscar Álvarez Gila
Profesor titular de Historia de América en la Facultad de Letras de la Universidad del País Vasco - Euskal Herriko Unibertsitatea.
Grupo de Investigación ‘País Vasco, Europa y América. Vínculos y relaciones atlánticas’.