La guerra es sinónimo de destrucción. Como dice el investigador del CSIC Alfredo González Ruibal, guerra es tierra arrasada, algo que incluso se identifica fácilmente en el sedimento arqueológico en forma de grandes manchas negruzcas donde abundan las cosas rotas, ladrillos, vajilla, vigas… Todo fragmentado. Hoy en día solo hace falta encender el televisor o la radio para ser conscientes, nuevamente, del horror que generan los conflictos bélicos. Las imágenes de Palestina, Siria, Líbano, Gaza o Ucrania arrojan, con toda su crudeza, la destrucción de las bombas, artillería y proyectiles. También la muerte, la mayoría de las veces de civiles, personas corrientes que únicamente trataban de llevar su vida adelante.
Aunque estos conflictos puedan parecernos lejanos, lo cierto es que no hace tanto tiempo nuestros antepasados padecían situaciones similares y nuestras ciudades y pueblos eran los bombardeados. En la memoria colectiva de nuestra sociedad pervive con fuerza el trauma causado por la Guerra Civil española (1936-1939), en la que el País Vasco fue uno de los principales teatros de operaciones durante casi un año. No obstante, otras guerras menos conocidas fueron las guerras carlistas, en las que, nuevamente, nuestro territorio tuvo, lamentablemente, un protagonismo a destacar. Dos fueron las guerras civiles del siglo XIX que incidieron mayoritariamente en territorio vasco: la primera guerra carlista, entre 1833 y 1840, y la segunda guerra carlista, casi 40 años después, entre 1872 y 1876.
La larga concatenación de operaciones militares se tradujo en la creación de vastos y complejos paisajes del conflicto poblados por fuertes, torres, blockhaus, campos de batalla, hospitales de sangre o trincheras. De esta manera, las guerras carlistas dejaron un fuerte impacto en nuestro entorno, del cual, apenas han sobrevivido algunas ruinas destartaladas, anacrónicos monumentos, nombres de calles y un relato a caballo entre la amnesia y la anécdota.
Dentro del amplio elenco de acciones militares, los asedios son un tipo muy particular. Podemos definirlos como las operaciones militares mediante las cuales un ejército trata de expugnar una fortaleza o población en manos del enemigo, que se defiende desde el interior de la misma. Las razones militares que explican un asedio son múltiples. Por ejemplo, una fortaleza enemiga correctamente guarnecida y abastecida puede amenazar seriamente el ejército de maniobras enemigo. También puede interesar tomar una ciudad por su importancia política, económica o simbólica. Sin olvidar que el control del territorio se fundamenta en gran parte en la posesión de puntos clave comúnmente fortificados.
Guerra estática, hambre...
Además, las operaciones de asedio cuentan con sus propias dinámicas de combate. Frente a la guerra de movimientos que desencadena batallas campales, los asedios generan una dinámica de guerra estática en la que los ejércitos contendientes afianzan sus posiciones y tratan de reducir las contrarias mediante fuego artillero, asalto de infantería o reducción por hambre.
No obstante, existe una característica que diferencia este tipo de operaciones del resto: la participación, activa o pasiva, de la población civil en un número elevado. Se trata de algo que queda particularmente patente en los sitios a poblaciones que, por definición, contienen un mayor número de personal no militar que militar. En este sentido, y al menos hasta la generalización del bombardeo aéreo, los asedios eran las operaciones militares donde la población civil experimentaba más fuertemente los efectos de la guerra. En no pocas ocasiones los propios civiles se convirtieron en el objetivo principal del ejército atacante, cuya motivación era minar la moral de los defensores. En otros casos, la propia población civil tomó las armas para defender su hogar, militarizándose. Y en la minoría de las ocasiones se permitió su evacuación y se respetaron sus vidas. Este rasgo definitorio tiene consecuencias dramáticas que incluso perduran en la actualidad, solo hace falta recordar las devastadoras imágenes que todo el planeta contempló sobre el asedio ruso a la ciudad de Mariupol entre febrero y mayo de 2022 o el perpetuo estado de sitio que el ejército israelí somete la Franja de Gaza y sus habitantes.
Las operaciones preliminares con el cerco a los destacamentos avanzados de Portugalete, el Desierto y Lutxana empezaron en 1873
Existe otra importante cuestión relacionada con los asedios y que es de relevancia en los estudios históricos. Más allá de sus consecuencias militares en el desarrollo de la guerra en cuestión, estas operaciones suelen convertirse en potentes elementos de memoria colectiva. Con frecuencia, el dramático final o heroica resistencia de la ciudad asediada es convertida en mito o trauma colectivo por la población. Las referencias identitarias y conmemoraciones públicas son comunes y existen una variedad infinita de casos desde la más remota antigüedad hasta la actualidad. La toma de Jerusalén por las legiones romanas en el año 70 d.C. aún pervive fuertemente en la memoria judía. Asedios como los de Numancia, Alesia o Constantinopla forman parte de la mitología nacional de sus respectivas comunidades. En nuestro entorno más cercano, el día nacional de Catalunya recuerda la caída de la ciudad en manos borbónicas el 11 de septiembre de 1714, y la ciudad de Donostia aún conmemora el asedio de Wellington de 1813 contra la guarnición francesa.
El asedio a Bilbao
En este 2024 se cumplen precisamente 150 años de uno de los sitios más famosos, míticos y conmemorados de la segunda guerra carlista: el asedio de Bilbao de 1874. Aprovechando la efeméride, he publicado el libro Bilbao 1874. El asedio carlista a la invicta villa con la editorial La Esfera de los Libros. En él se recogen todos los pormenores de este evento bélico, desde los inicios de la contienda hasta su conclusión e incluso la memoria actual. Entre diciembre y mayo de 1874, el ejército carlista del norte se lanzó a una nueva intentona contra la capital vizcaína. Algo que sus precedentes ya habían tratado en la anterior conflagración en tres ocasiones, pero que nunca habían logrado. La posesión de este importante foco comercial, productivo y político se mostraba como un potente revulsivo para los carlistas, que ansiaban el reconocimiento de alguna potencia extranjera. Por el otro lado, la Invicta Villa se hallaba dispuesta y en estado de defensa para repetir éxito y acrecentar la gloria obtenida durante la primera guerra carlista.
Así pues, en diciembre de 1873 comenzaron las operaciones preliminares con el cerco de los destacamentos avanzados de la ría del Nervión-Ibaizabal: Portugalete, el Desierto y Lutxana. A lo largo del mes de enero se sucedieron importantes combates en el primer punto, asediado en toda regla y bombardeado diariamente desde las baterías carlistas. Hicieron falta algo más de veinte días para deshacer la resistencia liberal y obligar a la guarnición a entregar la plaza. Ese mismo día, los fortines del Desierto y Lutxana claudicaban. Aguas arriba, Bilbao quedaba aislada e incomunicada del resto del territorio liberal. Recluida en sus propios muros, la ciudad y sus habitantes se preparaban para un nuevo asedio, el cuarto en lo que iba de siglo.
La apresurada marcha del ejército gubernamental no logró solventar la situación a tiempo. Mientras se trasladaba con lentitud desde Cantabria, sus oponentes comenzaron a mover todo su material de sitio a las alturas circundantes a Bilbao. Los morteros fueron emplazados en los altos de Artxanda, a escasos metros de la ciudad. Los escasos cañones de que disponían fueron reservados para el fuego directo contra los fuertes y baterías liberales, ampliamente superiores en número y calidad. El 21 de febrero de 1874 se lanzó la primera bomba del cuarto asedio carlista a Bilbao, inaugurando así dos meses largos de detonaciones, explosiones, ruina y devastación.
La posesión de Bilbao, importante foco comercial, productivo y político se mostraba como un potente revulsivo para los carlistas
Mientras en el interior de la villa se afanaban en resistir, en el exterior los ejércitos de ambos contendientes se desangraban en los campos de Somorrostro, una de las campañas más masivas y sangrientas de la guerra. Aquí, lo que hasta entonces eran considerados como partidas de latro-facciosos, lograron detener al ejército republicano en dos ocasiones merced a un elaborado y bien planificado sistema de atrincheramientos. Finalmente, el ejército liberal, a base de sumar efectivos y recursos, logró flanquear el dispositivo defensivo carlista con éxito obligando a los contrarios a replegarse. De esta manera, un 2 de mayo de 1874 el ejército libertador entraba en la Re-Invicta Villa concluyendo el asedio. La finalización del asedio no supuso el cese de hostilidades, la guerra aún duró dos años en los cuales Bilbao quedó inserta en una dinámica de guerra de frentes. Ambos bandos recurrieron a la construcción de fortalezas para asegurar el territorio propio y amenazar al contrario. Ello se conjugaba con operaciones militares de baja intensidad como escaramuzas y/o ataques por sorpresa.
En Bilbao 1874. El asedio carlista a la Invicta Villa, además de detallar todas estas operaciones militares, también se pone atención a otros aspectos como las defensas de la ciudad, las medidas sobre la defensa pasiva y la manera en la que la población civil afrontó/sufrió la situación. Así como cuestiones más cotidianas como la alimentación e incluso las formas de ocio con las que se pretendía evadir tan dramático contexto y las conversaciones entre las avanzadas de ambos bandos. Así, por ejemplo, sabemos que un centinela carlista le salvó la vida a un soldado liberal al avisarle de que se descubría demasiado y que si seguía haciéndolo su relevo le dispararía. En otro pasaje, se relata el día a día de hombres, mujeres y niños refugiados en sótanos y lonjas, donde la luz natural, la ventilación y la intimidad eran inexistentes. Más adelante, se narra en qué se basaba la alimentación de los asediados y como ésta provocó diversos problemas. Con todo esto se logra un relato muy rico, profundo y de amplio espectro sobre uno de los acontecimientos cruciales en la historia de Bilbao y del País Vasco. Un relato en el que, además, se han incluido los aportes de la reciente arqueología del conflicto carlista. Todo ello hace de esta obra un referente para la historia militar del siglo XIX vasco.
El autor: Gorka Martín
Gorka Martín es doctor en Estrategias Científicas Interdisciplinares en Paisaje y Patrimonio por la Universidad del País Vasco. Graduado en Historia, orientó su carrera hacia la arqueología del conflicto. Su tesis doctoral, ‘Arqueología del conflicto carlista en Bizkaia y Araba’, fue una de las primeras aproximaciones a la cultura material de las guerras civiles españolas del siglo XIX. Dentro de su línea de investigación ha desarrollado varios proyectos de intervención arqueológica en campos de batalla y fortificaciones de las guerras carlistas en Bizkaia, Araba, Burgos y Catalunya. De forma paralela, ha analizado la memoria de los conflictos bélicos y su materialización, uso y abandono a través de los monumentos funerarios conmemorativos. Actualmente se encuentra en la Universidad de Buenos Aires como beneficiario del programa post-doctoral del Gobierno vasco.