Coincidiendo con el parte final de la Guerra Civil española –1 de abril de 1939– cerca de tierras vascas, en el Bearne subpirenaico, miles de vascos –5.089 exactamente– entraban en el recién creado Camp d’accueil (campo de acogida ) de Gurs. Los integrantes de las primeras expediciones realizadas en las dos primeras semanas de abril, encabezados por el primer jefe del campo vasco, el altsasuarra Martín Soler Zanguitu, se instalaron en los islotes A, B C y D. A lo largo del mes llegaron los siguientes colectivos en que los habían clasificado los militares franceses: el de los Brigadistas Internacionales (5.558 recluidos) y los denominados como el de los Aviadores (3.297) y el de los Españoles (1.079).

Paradójicamente, era en la República francesa, regida por Edouard Daladier, donde iban a conocer el régimen de cautividad auspiciado al otro lado de la frontera por el general Francisco Franco. Desarmados, en el paso de la frontera, la acogida, por parte de las autoridades francesas, fue más refractaria que solidaria, más de régimen de reclusión que de albergue humanitario.

Y esto se dio desde el mismo instante del cruce de las mugas, pues, a quienes no aceptaban la invitación para repatriarse hacia la España franquista se les encerró en las cercanas playas de Argelès sur Mer, Saint Cyprien y Le Barcarés.

Lejos de ser una sorpresa, la respuesta al flujo extraordinario de refugiados que supuso La Retirada, estaba prevista por el Gobierno francés mucho antes de que esta se diera. Pues, desde mayo de 1938, el Ejército francés había diseñado “campos de concentración” para los refugiados que pudieran llegar de la España republicana. Pero el extraordinario número que llegó, en febrero de 1939, 450.000 personas, de las que 260.000 eran exmilicianos, exbrigadistas o exgudaris les llevó a crear más y mayores campos. Así, en lugares totalmente imprevistos, como Agde, Bram o Gurs se levantaron con una rapidez extraordinaria nuevos campos para albergar, cada uno, en torno a 20.000 personas.

Daladier y su gobierno, lejos de aplicar una política humanitaria aplicaron a los recién llegados la legislación xenófoba que desde los decretos ley de 12 de noviembre conceptuaba como “indeseables” a todo un amplio espectro de categorías: exiliados antifascistas, inmigrantes, indocumentados… Y, a partir de 1939, de facto, a los huidos de la guerra española. Todos ellos, aún sin haber cometido ningún delito, fueron susceptibles de medidas de internamiento. El reconocimiento del Gobierno franquista por parte del Gobierno francés tras los acuerdos Jordana-Berard y la presión política y mediática de las derechas francesas aumentaron la presión contra esa multitud de escapados de la España franquista, llevando contra ellos una política liberticida y negadora de sus derechos. Así empezó la France des Camps que se prolongaría en triste y cruel deriva durante toda la II Guerra Mundial.

Este fue el origen del campo de Gurs, que levantado junto a este pueblito bearnés, fue el campo de mayor duración temporal (abril 1939 a diciembre 1945) y de mayor paso de número de personas (60.000) de todos los similares recintos de reclusión surgidos en aquella coyuntura.

Gurs emergió de la nada para hacer frente al hacinamiento, frío e insalubridad de las playas campo. Se pensó en él como lugar de acogida con un relativo bienestar. En el caso de los vascos que se habían agrupado e iniciado su autoorganización en el campo de Argelés en el subcampo de Gernika Berri, se planteó el nuevo campo, entonces aún sin ubicación precisa, como un lugar de previsible mejora de sus condiciones de reclusión y de acercamiento a su tierra originaria. Y sobre todo, de un lugar, donde agrupados, iban a poder seguir siendo ayudados por el Gobierno vasco que, exiliado desde 1937, tenía muy bien engrasadas las políticas de asistencia al amplio colectivo de exiliados-as vascas. Las Colonias Escolares (Donibane Garazi, Guetary, Cadaujac…), los Refugios de Saint Christau, Compans, Narbonne, Pezenas… eran buenos ejemplos de tal proceder. Además, la rápida presencia de una nutrida comisión del Gobierno en Perpignan (Julia Ojinaga, Encarnación Vicario, Andrés Irujo, Jesús Luisa, Telesforo Monzón…) realizando listados de refugiados, dotándoles de papeles de identidad e instándoles agruparse para facilitar su ayuda solidaria, catalizó la formación de este nuevo enclave.

Rechazada su ubicación en Ogeu les Bains, el nuevo campo fue levantado en un tiempo récord (40 días) en 80 hectáreas de Las Landas pertenecientes a Gurs, Prechaq y Dognen . Cercano a Xuberoa, a 4 kilómetros de L’Hôpital Saint Blaise, aunque Monzón planteó a los generales responsables de los campos, Menard y Fagalde, su ubicación en el País Vasco norte (Iparralde), quedó descartada por la fuerte campaña contra los refugiados de, entre otros, el diputado ultraderechista y posterior ministro de Philippe Pétain, el bajonavarro Jean Ybarnegaray.

Este, además de apoyar a Franco durante la guerra, interpeló al gobierno francés para que expulsara a los “rojoseparatistas” y en 1940, en su cénit como político, abogó para la reclusión de todos los refugiados en el propio campo de Gurs. Él fue el instigador de la gran redada que, en mayo de 1940, llevó a más de 800 refugiados vascos a repoblar por unos meses el campo gursiano. Entre ellos estaba el escritor Nicolás Ormaetxea Orixe, quien con magistral ironía retrató a Ibarne en su poesía (Idorreria) sobre su estancia en el campo gursiano.

Fueron precisamente esos refugiados vascos tan atacados por Ibarnegaray quienes inauguraron el campo en los primeros días de abril de 1939. Encabezados por el jefe del campo vasco de Argelés Gernika Berri, Martín Soler Zanguitu, disciplinadamente se distribuyeron en los primeros islotes. En los días siguientes llegaron los antes citados colectivos de brigadistas, exaviadores y españoles..

Así, rodeados de alambradas y militares franceses, en los barros gursianos, para finales de abril, 18.000 personas conformaron la tercera aglomeración humana del departamento, condenada a malvivir en un rectángulo de 2 kilómetros de largo y 400 metros de ancho. El campo quedó rodeado por alambradas espinadas, exteriores e interiores, pues también los 13 islotes en los que estaban distribuidos los 382 barracones estaban compartimentados entre ellos mediante las alambradas. De estos islotes no debían salir los recluidos y dadas las condiciones de Gurs (pluviosidad extrema, impermeabilidad del suelo, frío…) el barracón se convirtió en el refugio permanente y rápidamente manifestado como deficiente. En cada uno de ellos se alojaban 60 personas, reproduciendo, bajo cubierta, el hacinamiento de los primeros campos. Cuando la supuesta provisionalidad del campo gursiano quedó desmentida por su continuidad este se reveló como drásticamente inhumano. Obligados a permanecer en el estricto recinto de sus islotes, con unas ordenanzas propias de los regímenes militarizados, pronto descubrieron que la mejora respecto a las playas de Argelés en lo que se refiere a alimentación e intemperie, distaba mucho de lo que se suponía un “campo de acogida” digna y humanitaria. Al poco de llegar a Gurs, lo sintetizó el refugiado Ander Garate Gesalibar en un artículo sobre el campo cuando escribió: “eskubide motzak, janari gutxi eta zaindari gehiegi” (derechos recortados, poca comida y demasiados vigilantes).

La repatriación hacia el Estado español de un buen número de los recluidos, la marcha a otros países de exilio (Chile, México…) y la incorporación de otros a Compañías de Trabajadores Extranjeros o a las empresas francesas necesitadas de mano de obra –sobre todo dada la movilización de sus jóvenes en el marco de la II Guerra Mundial– hizo que Gurs se fuera vaciando notoriamente para fines de 1939. Solo una parte de los exbrigadistas quedaba recluida en el campo cuando se inició la contienda mundial. Pero es precisamente este nuevo escenario el que conllevó la llegada de nuevos colectivos al campo en octubre de 1939, y mayo junio de 1940.

El “campo de acogida” se convirtió así en un campo de internamiento para todos los catalogados como “indeseables”, es decir, comunistas ilegalizados desde septiembre de 1939, refugiados/as radicadas en Francia y, posteriormente, los judíos detenidos como tales y enviados a Gurs o Rivesaltes. Además la debacle de la III República francesa y el armisticio francoalemán no clausuró el campo. Al contrario, lo revitalizó, pues, a los citados “indeseables” se añadieron, a partir de entonces, miles de deportados de regiones alemanas (Baden, Renania y el Palatinado). Así, aunque siempre el campo quedó bajo dominio del Gobierno francés de Pétain, Gurs pasó a ser un eslabón más de la Europa concentracionaria nazi.

Las ya penosas condiciones de vida y muerte se agravaron extraordinariamente a partir de 1940. En noviembre y diciembre de ese invierno fallecieron 470 personas, casi la mitad de todas las fallecidas (1.176) en el campo. La mortalidad en el propio recinto gursiano descendió porque, a partir de 1942, la muerte se externalizó mediante el envío de miles de personas a Auschwitz. De este modo el primitivo “campo de acogida” se convirtió en uno de los trágicos eslabones de la Endlösung (Solución Final) puesta en marcha por los nazis en la Conferencia de Wansee en enero de 1942. Como consecuencia de ella, desde Gurs, en agosto y septiembre de ese año ,y en febrero y marzo de 1943, partieron seis expediciones conduciendo a 3.907 personas para ser asesinadas en Auschwitz Birkenau. Tras la lectura en los islotes de los “elegidos”, custodiados por los gendarmes franceses partieron en “Convoy con destino desconocido” hasta la estación de Oloron y desde allí en trenes vía Pau- Drancy hasta Auschwitz. La colaboración de la Administración francesa fue total para organizar esos convoyes hacia la muerte en las cámaras de gas del campo nazi.

La etapa final del campo, en el epílogo de la II Guerra mundial, reflejó las ambigüedades de la Francia recién liberada. Al mismo tiempo que sirvió de reclusión para soldados alemanes y “colaboracionistas” franceses, recluyó a guerrilleros españoles y vascos provenientes del maquis del otoño de 1944. El 31 de diciembre de 1945 con el traslado de los soldados alemanes detenidos al campo de Beyris se cerró aquel campo que pretendiendo ser un lugar de acogida derivó rápidamente a lugar de reclusión, sufrimiento y antesala de la muerte. Desmantelado Gurs, solo las humildes tumbas de las 1.176 personas allí fallecidas y enterradas en su cementerio fueron elementos de memoria durante décadas. Todo el espacio de los islotes fue plantado con árboles que conformaron un bosque que terminaría por ocultar toda traza de aquel enclave concentracionario.

No está de más recordarlo pues, hoy y aquí, el continente europeo desde Melilla a Calais o Dover, desde Kios a Hendaia está sembrado de campos de refugiados y Centros de Retención Administrativa, de barcos prisión, de una policía de fronteras internacional (Frontex) que, con eufemismos como los de 1939-1940, encubren políticas de negación de los derechos humanos a personas refugiadas y migrantes, impidiendo su libre circulación, encerrándolas, deportándolas o dejándolas morir en los Mare Mortuum del Mediterráneo, Egeo, Mar del Norte... Los campos de la vergüenza de 1939, desgraciadamente siguen teniendo su eco de muerte e ignominia en la Europa de 2024.