El agua, tan necesaria para la vida, trae consigo la muerte y la destrucción cuando se encabrona. La naturaleza nos lo demuestra una y mil veces y lo hizo en nuestro pueblo en 1983, el terrible año de las inundaciones de triste recuerdo. Cuarenta años después no se olvida. Acaba de recordarse, sin ir más lejos, en Sabin Etxea donde, bajo el título Estu eta larri (un sobrecogedor Con el agua al cuello) se ha inaugurado una exposición fotográfica organizada por el Museo del Nacionalismo Vasco de Sabino Arana Fundazioa que podrá contemplarse hasta el 29 de noviembre. La muestra está tejida con imágenes de Ángel Ruiz de Azua, el sempiterno fotógrafo de DEIA; el fotógrafo de EAJ-PNV, Peru Ajuria, otro viejo lobo de las cámaras y Ricardo Suso, un cazaimágenes en diapositivas. Para darle un toque trágico y sentimental se incluyen las pinceladas literarias de Blas Bermúdez, un periodista de DEIA. ya retirado, que vivió aquellos días en primera línea de fuego contra las aguas, si me lo permiten decir así.

De aquella gota fría que nos llevó a los infiernos se presentan, en recuerdo de estas cuatro décadas transcurridas, casi 400 instantáneas, la mayoría de ellas en blanco y negro (cada una de ellas tienen un rincón coloreado en azul, símbolo del agua: la de las crecidas y la de las lágrimas derramadas, con una suerte grafittis del título de la exposición, Estu eta larri, estampadas en algún rincón, en alguna pared desnuda...), que captan la angustia, el miedo, los destrozos, el desescombro y el pueblo en pie, solidario, la tragedia. Están espolvoreadas en seis panales y un vídeo que gira y gira.

Como contrapunto a aquellos días negros, bajo el reluciente sol de ayer el presidente del EBB de EAJ-PNV, Andoni Ortuzar, la presidenta de Sabino Arana Fundazioa, Mireia Zarate, la presidenta del BBB, Itxaso Atutxa, y el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, presentaron en el mediodía, pasada la hora del Angelus y en el hall de Sabin Etxea, un trabajo que se suma, como la estela de un cometa, a la exposición permanente Nor gara gu? que desde 2021 puede visitarse en Sabin Etxea como la huella y el testimonio del pueblo vasco.

No llegó a la cita Peru Ajuria pero si hubo testimonios de los testigos de primera mano que vivieron aquellos días. Les presentó Mireia Zarate, quien reconoció que aún no había nacido cuando se rompieron los cielos pero que había escuchado muchas historias en torno a aquellas angustiosas horas. Confesó que en las imágenes ve “tristeza y orgullo” y recordó cómo un Gobierno vasco, aún en pañales –se había consolidado apenas tres años antes...- extendió, hasta donde pudo, los servicios mínimos.

¿Cómo tuvo que ser de angustiosa aquella noche de aguas negras? Blas Bermúdez explicó que el tuvo noticia de que la húmeda catástrofe entraba por Gipuzkoa. Con todo el pueblo desbordado la tragedia entró a Bilbao por la ría en un alud de barros y escombro que sepultó el Casco Viejo. Llegó el caos a los periódicos y el recuento de muertos era un imposible. Blas explicaba ayer que gracias a Juan Carlos Urrutxurtu y Edu Rodrigálvarez, los dos comandantes en jefe aquellos días, DEIA fue el único periódico que salió a la calle. Se tiró en Pamplona y el propio Blas confesó que él mismo padeció la más grande de las epidemias de aquellos días: el sentimiento de angustia de no saber dónde y cómo estaban los tuyos. “Hasta tres días después no tuve noticia de mi gente de Bermeo mientras llegaba el eco de que el pueblo había sido engullido por las aguas”.

Ángel Ruiz de Azua vivió aquellos días con parecida angustia. Evocó en la cita de ayer palabras de Pío Baroja y la necesidad de hacerse fuerte en la guerra. Recordaba cómo esperaba a las vaquillas para la sokamuturra de Aste Nagusia y cuando le dijeron que llovía a mares en Gipuzkoa y no paraba se fue hasta allí. Fue una peripecia de zodiacs y angustias y en Billabona vio la fotografía de su vida: un joven agarrado a una columna de piedra, sujetándose contra las corrientes. Con esa imagen ganó el premio Planeta de fotoperiodismo de 1983. Los ojos de aquel hombre clavan el miedo a quienes le miran.

El álbum de recuerdos de Ángel estaba abierto ayer de par en par. Le vino a la cabeza su llegada a La Peña, su barrio natal, y como los troncos, vehículos y animales que arrastraba el negro caudal de la ría golpeaban el puente de la isla. Se atrevió a pasarlo, camino a casa, y 200 metros después se lo llevaba la ría. Recuerda entonces Ángel la mejor sopa de su vida, reconfortante y en casa y se le humedecen los ojos. No puede hablar más.

Ricardo Sosa coge el relevo. Cuando él llegó al puente ya no existía. Tras reconocer que, a su juicio, aquellas inundaciones y la inauguración del Guggenheim fueron las dos historias que más le han marcado evocó aquel tiempo de noviazgo. “Las escaleras del barrio de la que entonces era mi novia parecían las cascadas de Iguazú“, dijo. Y acabó confesando que sí, que llegó a La Peña. Por las vías del tren de RENFE. Estas y otras historias perfilan la dura crónica de aquellos días.