ERA una magnífica tarde de primavera en Liverpool, suave, fresca y soleada. Había sido uno de esos intensos días de trabajo a los que el director del Programa de Estudios Vascos Gorka Mercero nos tenía acostumbrados. Decidimos ir a celebrar nuestro trabajo y nuestra amistad al deslumbrante Philharmonic, “la taberna más ornamentada de Inglaterra”. Conocida como “la catedral de los pubs”, fue construida en 1900 para aclarar las gargantas tras los conciertos de la Royal Liverpool Philharmonic Orchestra. Baste decir que los urinarios masculinos con sus losas de mármol rosa y azulejos de colores son considerados un lugar de interés cultural por la Unesco.

Éramos unas diez personas, y después de un rato llegó Miren. Nos presentamos. “Miren Egia naiz”, me dijo. Bromeando, le respondí, “Ez zara ba Almirantearen alaba izango?”. “Nola dakizu…?”. Nunca pensé que me encontraría con la hija del almirante; la conversación duró pocos minutos. Le pregunté si conservaba documentos de su padre y me dijo que sí. Jesús Etxezarraga aún no lo sabía, pero cuando su hija Johana nos contó que en 2003 había participado en la publicación en euskara de poema Nabarra de Cecyl Day Lewis, fue reclutado para escribir su biografía. Diez minutos después estábamos brindando con sendas pintas de Guinness por lo que sería la primera biografía de Jokin Egia Unzueta.

Fue el curioso principio de siete años de intenso trabajo de investigación, que han arrastrado a los autores de esta obra a diez diversos archivos en el Reino Unido, Irlanda, Euskal Herria, Catalunya y España. El resultado es un magnífico ensayo de investigación histórica, ejemplar en lo que respecta a la metodología empleada, riguroso, transcendental y apasionante en cuanto a su contenido y, fundamentalmente, exuberante por la cantidad de información inédita que aporta a este capítulo tan relevante de la historia de la guerra, posguerra y exilio vasco.

Salvo su foto de carné, ninguna imagen recordaba a Jokin Egia hasta ahora. Había muy poco escrito sobre él, aparte de clásicos como La marina de guerra británica y el sitio de Bilbao de James Cable (1977), la Historia de la Guerra Naval en Euskadi de José M. Romaña (1984), La Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi de Juan Pardo (1998) y, por supuesto, las referencias de George Steer en The Tree of Gernika de 1938.

Sietecallero de padres arratianos, Egia obtuvo el título de capitán de buque en 1930. Con un brillante currículum, accedió al Cuerpo General de Servicios Marítimos por oposición y fue nombrado capitán del puerto de Bilbao por el ministerio de marina en 1933. La sublevación de julio de 1936 interrumpió las vacaciones del joven Egia, de 32 años, que se incorporó inmediatamente a la Junta de Defensa de Bizkaia. Tres meses después, el 15 de octubre, fue nombrado jefe de la Marina Auxiliar de Euzkadi. Sus órdenes eran abrumadoras: debía crear una flota de guerra, garantizar la seguridad y desminado de las aguas vascas, asegurar la actividad pesquera y comercial y consolidar la escolta de buques frente a la armada rebelde con base en Ferrol y Pasaia. Los medios: apenas ninguno. Presupuesto: aún menor.

Egia tenía su despacho en el Hotel Carlton, pero vivió los meses de guerra a bordo, coordinando la llegada de los buques y contactando personalmente con los oficiales de la Royal Navy. De ahí su amistad con el capitán Burrough, contralmirante de la Royal Navy durante la Segunda Guerra Mundial. En poco menos de tres meses, la flota marina de Egia llegó a contar con 46 unidades y casi 600 tripulantes. Su núcleo eran 7 bous y 24 dragaminas, pesqueros de altura y bajura transformados en improvisados buques de guerra. No en vano George Steer lo bautizó “Almirante Egia” por su temple, sus conocimientos y sus logros.

Egia contó con todos los buques que flotaban en las aguas de Bizkaia, excepto los de la marina de guerra republicana. Ello provocó tensiones con los mandos de aquella flotilla inmóvil (dos destructores, un torpedero y dos submarinos que apenas salieron del puerto). Denunció su indisciplina, dudosa lealtad y fundamentalmente su absoluta inacción en múltiples informes. El 31 de mayo tomó por asalto el control de los destructores José Luis Díez y el Ciscar. Siempre defendió que la marina auxiliar vasca debía depender directamente del lehendakari.

A los esfuerzos de Egia se debe la seguridad y desbloqueo del puerto de Bilbao y la entrada de alimento para los más de 150.000 refugiados, algo que no les pasó desadvertido a los miembros del Tribunal de Responsabilidades Políticas franquista, que le abrieron un expediente.

En agosto desmanteló la marina vasca en Santoña y el día 24 partió hacia el exilio al frente de varios dragaminas. Llevó consigo a varias personalidades rebeldes a las que salvó de un posible linchamiento. En Iparralde colaboró con los servicios de información, pero en la primavera de 1940 fue internado en el campo de concentración de Gurs. En junio pudo huir desde Donibane hacia Irlanda en un langostero bretón. Tras una travesía de ocho días llegó a Irlanda donde lo acogió Elías Gallastegi.

Tras una agria desavenencia con Luis Ortuzar, en diciembre de 1941 Egia se integró en las Fuerzas Navales de la Francia Libre gracias al acuerdo con el Consejo Nacional de Euzkadi de Londres que dirigía Manuel Irujo. Como oficial extranjero, Egia debía reclutar marinos vascos para la marina mercante de la Francia Libre. Debido a las reticencias británicas, en mayo de 1942 se disolvió el Batallón Vasco, pero Egia continuó en activo hasta febrero de 1943. Intentó luego entrar en el servicio naval británico, pero no le aceptaron. En febrero de 1944 entró en el servicio activo de la fuerza aérea británica, la RAF. Superó una durísima instrucción con las mejores calificaciones y fue nombrado ingeniero de vuelo. Combatió hasta mayo de 1945.

Pero terminada la guerra, aun le quedaba una última batalla que librar. Enamorado de la joven con la que había hecho la travesía en el langostero bretón a Irlanda diez años antes, Egia se arriesgó y visitó furtivamente Donostia con pasaporte inglés en 1948 para proponerle matrimonio. Se llamaba Miren Orrantia, y había sido miembro de Eresoinka. El 15 de marzo de 1950 se casaron por poderes y ella se reunió con él en Liverpool. Egia nunca pudo volver a Euskadi. Murió en el exilio en 1956.

Merecido homenaje

En palabras de su hija Miren, “por desgracia, no tuve la oportunidad de conocer a mi aita ya que murió seis semanas antes de yo nacer, pero siempre estuvo presente en mi vida. Sus hermanas y mi ama mantuvieron viva su memoria a través de sus recuerdos, cartas y fotografías entrañables que habían guardado durante años. Yo sabía desde pequeña que aita había desempeñado un importante papel durante la Guerra de 1936 y sus hermanas siempre decían que su labor debía haber sido más reconocida. El merecido homenaje llega ahora, con este libro que ahora publicamos en la Serie Diáspora de la Biblioteca Euskal Erria de Montevideo. Un libro diaspórico, nacido en Liverpool, escrito en Euskadi y publicado en Uruguay. Ha sido el fruto de una larga trayectoria en busca de información en archivos de diversos países además de la documentación que ama había guardado en casa durante tantos años. Hemos ido descubriendo más sobre la figura de Jokin Egia y yo he ido conociendo al aita que nunca pude ver”.