Un prelado humanista hijo de la villa de Oñati, Rodrigo Mercado de Zuazola, fue promotor de tres grandes obras en su villa natal: el claustro de la iglesia parroquial de San Miguel, la capilla de la Piedad destinada a su enterramiento y, sobre todo, la fundación y la construcción de la Universidad Sancti Spíritus de Oñati en 1540, la cuna del Renacimiento guipuzcoano.
Mercado de Zuazola fue un hombre que desempeñó altos cargos en la Corte durante los reinados de Fernando el Católico a Carlos V. Llegó a cubrir importantes puestos eclesiásticos. Siendo obispo de Ávila emprendió la tarea de la construcción de la Universidad Sancti Spíritus de Oñati, consiguiendo las bulas pontificas para su construcción y la facultad de enseñar Teología, Derecho Civil y Canónico, Filosofía y demás ciencias que se enseñaban en otras universidades.
No debió ser tarea fácil durante el siglo XVI, y ante las flamantes universidades castellanas de Valladolid, Salamanca o la de Alcalá donde estudiaban los elegidos para los altos cargos de la Corte, emprender la idea de establecer una universidad en la villa de Oñati, que por aquella época rondaba los 5.000 habitantes.
Su promotor pretendía atender las necesidades de estudios universitarios “un Colegio-Universidad en que haya maestros y estudiantes que sean naturales de esa villa y de toda la tierra bascongada a donde se lea gramática y artes y cánones y haya ejercicio de letras”, evitando a los naturales los costosos gastos de desplazamiento a las grandes universidades castellanas. A la Universidad de Oñati acudieron estudiantes de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra, además de procedentes de Santander, La Rioja y del norte de Burgos, entre otros.
La villa de Oñati, consciente de la importancia del proyecto, se implicó aportando todos sus recursos disponibles y el conde de Oñati, Pedro López de Guevara, en nombre del concejo y del cabildo cedió los terrenos para la erección de la universidad.
Su fundador Mercado de Zuazola falleció en 1548 sin ver la obra acabada, pero tuvo tiempo de instruir a sus testamentarios para redactar las constituciones planteando un sistema organizativo de universidad colegial que perduró durante tres siglos. Donó todos sus bienes, rentas e inmuebles, además de todos sus libros para que constituyeran el núcleo central de su biblioteca.
En un comienzo las donaciones e ingresos por rentas pudieron sostener la universidad, pero a principio del siglo XVII las dificultades económicas obligaron a reducir el número de cátedras. La Universidad de Oñati invirtió su dinero en la Compañía Guipuzcoana de Caracas que monopolizaba el comercio con Venezuela lo que le aportó excelentes dividendos.
Las reformas ilustradas supusieron un aumento de las exigencias en cuanto al número de catedráticos lo que obligó a que en el año 1773 la Universidad de Oñati solicitara el auxilio de las tres instituciones forales vascas más importantes: las Juntas Generales de Araba, las de Gipuzkoa y las del Señorío de Bizkaia. La respuesta fue inmediata y positiva. La villa de Oñati también tuvo que luchar para que el camino real de coches, que por aquella época se diseñaba, tuviera un ramal por Oñati.
A diferencia de otras universidades donde el ingreso por matrículas y grados era la principal fuente de financiación, en el caso de la de Oñati la aportación de la instituciones forales alavesas, guipuzcoanas y vizcainas, además de la de la villa de Oñati, suponían la principal partida de su financiación.
A pesar de los vaivenes económicos –y exceptuando los años de la guerra de la Convención (1793-1795)– la Universidad de Oñati comenzó el siglo XIX con buenos datos de matriculación llegando a los 250 estudiantes en 1805. De esta universidad salieron cargos importantes de la élite política vasca, desde diputados generales, secretarios, alcaldes y un buen número de los representantes de diversas instituciones.
Aun así, a principios del siglo XIX y con Godoy en el poder, la ofensiva contra la foralidad se acentuó y se alentaron las obras contra los fueros vascos, entre ellas, Las Noticias Históricas de las tres provincias Vascongadas, de Juan Antonio Llorente. Buena parte de las réplicas a Llorente partieron de autores que se habían formado en la Universidad de Oñati, como Francisco Aranguren y Sobrado y Pedro Pablo Astarloa.
La política reformista y centralizadora llevó al cierre de varias universidades; entre ellas, la de Oñati en el año 1807, lo que supuso su primera interrupción desde su fundación. Este cierre supuso que algunos de los fondos de la universidad se trasladasen a Valladolid.
La respuesta por parte de las instituciones vascas fue rotunda, exigiendo su reapertura y ofreciendo toda la ayuda necesaria para su restitución, reclamación que fue atendida por el rey Carlos IV, aunque debido al clima bélico imperante su reapertura debió de esperar hasta 1814.
Y las guerras carlistas
Entre 1814 y 1833 las Juntas Generales de Araba, de Bizkaia y de Gipuzkoa aumentaron considerablemente su financiación, lo que motivó un espectacular aumento del número de estudiantes llegando a los 600 en 1833, el mayor de su historia, destacando los vizcainos que, por primera vez, superaron en número a los guipuzcoanos.
Sin embargo, el estallido de la guerra carlista en 1833 afectó a la Universidad de Oñati que se convirtió en un feudo carlista. Algunos de sus catedráticos se trasladaron a Vitoria y otros se quedaron en Oñati fundando la Real y Pontificia Universidad de Oñati, de corte carlista.
Por otro lado, los catedráticos trasladados a Vitoria, afines al bando liberal, trataron de fundar la Universidad de Vitoria y como tal funcionaron hasta 1842, hasta que un decreto del general Baldomero Espartero puso punto final a ambas universidades rebajando su rango a Instituto Provincial de segunda enseñanza.
Para la ubicación del Instituto Provincial, Oñati rivalizó con el Seminario Patriótico Bascongado creado por la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País (RSBAP) en 1771, en Bergara, después de la expulsión de los jesuitas. La diputación apoyó a Oñati, que en 1845 se incorporó plenamente a la Provincia de Gipuzkoa.
De nuevo en 1866 volvió la idea de crear una universidad vasco-navarra, pero los nuevos conflictos bélicos retrasaron la idea. Un decreto de 1868 de libertad para instaurar centros de instrucción pública movió a que Vitoria instaurase su Universidad Literaria y Bilbao su Universidad Católica Vizcaina, de muy corto recorrido.
La nueva y última guerra carlista incidirá de nuevo para abrir el principal centro del carlismo y en 1874 se crea la Real y Pontificia Universidad de Oñate, “para que fuese el centro de la enseñanza católica en las cuatro provincias vasco-navarras”. No obstante, al finalizar la última guerra carlista en 1876 la Universidad de Oñate fue nuevamente clausurada.
Una vez más, en 1895 se consiguió su reapertura bajo el nombre de Universidad Católica y Pontificia de Oñati, pero las desavenencias internas, la pérdida de centralidad de Oñati, el surgimiento de otras universidades en el país como la de Deusto o la Escuela de Ingenieros Industriales en una ciudad en expansión como Bilbao pusieron fin en 1902 al recorrido de más de tres siglos de historia de la Universidad de Oñati.
Siendo real que el magnífico edificio existe y está ahí bajo patronazgo de la Diputación Foral de Gipuzkoa, en los últimos años ha tenido diversos usos y ha acogido a importantes instituciones y servicios, entre ellas el Archivo Histórico de Protocolos de Gipuzkoa y el magnífico fondo de biblioteca de la antigua Universidad de Oñati, que en cuanto a fondos antiguos no tiene parangón en biblioteca vasca alguna. En este sentido es de admirar el incunable de los incunables: Liber Chronicarum de 1493, escrupulosamente restaurado en el propio taller del archivo. Hace unos años todo esto se trasladó al Archivo Histórico Provincial, un nuevo y funcional edificio en la misma villa de Oñati.
A día de hoy el edificio de la universidad, entre otros servicios, alberga el Instituto Internacional de Sociología Jurídica, institución que disfruta y pone en valor el histórico edificio donde se ubica.
Los vascos somos muy dados a poner el foco y profundizar en determinados episodios de nuestra historia; en cambio, también tenemos nuestros agujeros donde reina la oscuridad. Una de las cuestiones que siempre me ha llamado la atención es el desconocimiento que tenemos, la ciudadanía vasca en general, de la existencia de una universidad de las más antiguas del Estado que además conserva todo su esplendor artístico y arquitectónico de los edificios donde se ubicó. Nada tiene que envidiar esa portada plateresca de la fachada principal realizada por el escultor francés Pierres Picart con cualquiera de los monumentos que admiramos cuando viajamos.
No es por falta de publicaciones de investigadores: Lizarralde, Luzuriaga, Montserrat Fornells, J. A. Morales, M. Rosa Ayerbe o J. A. Azpiazu han investigado y publicado sobre la historia de la Universidad de Oñati de una manera profunda y desde diversos puntos de vista, lo que garantiza que su memoria se mantenga.
Lo cierto es que si la sociedad vasca en general ignora la existencia de nuestra universidad más antigua es porque desde las instituciones públicas correspondientes, tanto políticas como universitarias, no han hecho el mínimo esfuerzo para que no sea así.
Es como si nuestra historia universitaria hubiera empezado ayer y hubiéramos olvidado que en los siglos anteriores varias generaciones de vascos tuvieron otra opción que desplazarse a las universidades castellanas de Valladolid y Salamanca o a la de Zaragoza para realizar sus estudios universitarios.
Loable en ese sentido el esfuerzo de la Universidad de Mondragón por la implantación de uno de sus campus en Oñati rememorando la historia universitaria de la villa.
Desconozco si la existencia de prejuicios ideológicos, infundados o extemporáneos, han contribuido a este ostracismo o es simplemente un adanismo congénito. Pero lo cierto es que las autoridades universitarias y políticas públicas, están en el deber de poner en valor un patrimonio histórico y cultural que nos pertenece como pueblo.
Es cierto que Oñati no es actualmente un lugar estratégico ni por peso demográfico, ni por comunicación; nunca lo fue. Tampoco el monumental y magnífico edificio que acogió la universidad es actualmente funcional para la actividad docente.
Pero eso no exime para que nuestras autoridades públicas, de forma rutinaria para determinados actos protocolarios de primer nivel, como apertura de cursos o entrega de doctorandos, utilizasen las históricas “capillas” universitarias como es costumbre en países que aman y cuidan su historia. Ello contribuiría al recuerdo simbólico de todo el capital histórico que encierra la Universidad de Oñati, la nuestra, la única Universidad Vasca durante varios siglos.