Cuando oímos en una misma frase las palabras “balleneros” y “vascos”, la primera imagen que a buen seguro nos llegará a la mente es la de unos barcos surcando las frías aguas del Atlántico norte, los vestigios de las estaciones balleneras en Terranova (algunas de las cuales todavía llevan nombres tan significativos como Port-aux-Basques), la chalupa vasca que se conserva en el Museo de la Pesca en Red Bay (Canadá) o quizá incluso los ecos de aquella terrible matanza de balleneros vascos en Islandia en 1615, que dio lugar a una ley que hacía legal matar a los vascos en aquel país y que estuvo vigente... hasta 2015.

Pero el territorio de las ballenas no se limitaba a los mares fríos que bordean la región ártica. Solo hay que recordar que las ballenas también eran cazadas en la propia costa vasca, incluso hasta entrado el siglo XX. Y también más al sur, en las aguas tropicales, de Brasil proliferaban hasta siete especies de cetáceos –libres todavía de la presión humana– destacando entre ellas la ballena azul, la ballena franca y la jubarta. Desde momentos muy tempranos tras la conquista y colonización de Brasil por los portugueses, en el siglo XVI, ya había observadores que se habían percatado de la riqueza pesquera que se hallaba en sus costas y, sobre todo, de la abundancia de ballenas frente al litoral brasileño, desde Salvador de Bahía en el norte a Río de Janeiro en el sur.

Salvador de Bahía, en 1640.

En 1587, por ejemplo, el dueño de un “ingenio” (explotación azucarera) en la región bahiana llamado Gabriel Soares de Sousa dejó por escrito en un tratado descriptivo que “si vinieran a Bahía vizcaínos u otros hombres que sepan capturar las ballenas, ya que no las hay en ninguna parte tantas como aquí, donde residen más de seis meses del año, se obtendría tanta grasa que no habría embarcaciones que las pudieran llevar”. Un testimonio de comienzos del siglo XVII corrobora la misma idea: en 1627 fray Vicente Salvador escribía que “en el més de junio entra en Bahía una gran multitud de ballenas, que paren en ella, y cada ballena pare un solo vástago, tan grande como un caballo, y a fines de agosto retornan al océano”.

Lo cierto es que la demanda del sebo de ballena (o “aceite de peixe”, como era conocido en portugués) era muy alta, también en la propia colonia de Brasil; y por este motivo, existía un tráfico mercantil muy importante que las hacía llegar desde otros lugares, especialmente desde Cabo Verde y, por supuesto, desde el País Vasco, vendiéndola a un altísimo precio. Cierto es que los habitantes locales ya aprovechaban, de vez en cuando, la grasa de aquellas ballenas que encallaban en las playas, pero les faltaban los recursos y el conocimiento para iniciar la explotación de este recurso pesquero a gran escala.

Los balleneros siguieron en Brasil el modelo de explotación que llevaban practicando por un siglo en Terranova

Los múltiples usos que tenían los diversos productos que se obtenían de las ballenas hacían muy rentable su captura y era el motivo que había llevado a los vascos a buscar estos animales en tierras tan lejanas. La puerta para la llegada de los balleneros vascos a Brasil vino dada por un cambio en la política internacional entre las dos monarquías que dominaban la Península ibérica. Tras el fallecimiento del rey portugués Enrique, la corona de Portugal acabó por recaer en el rey castellano Felipe II, que sería coronado en Lisboa en 1581. Los reyes de Castilla serían, de este modo, también reyes de Portugal hasta 1640; y si bien las dos coronas nunca se fusionaron, sí que es cierto que permitió el acceso de naturales de cada uno de los reinos peninsulares a las posesiones del otro.

De este modo, en 1602 el gobernador general de Brasil, Diogo Botelho firmaría un contrato con el capitán Pedro de Urecha para la gestión del monopolio pesquero de la ballena en las costas brasileñas. La historiografía brasileña, de hecho, acepta unánimemente este momento como la fecha de comienzo de la pesca de la ballena en aquel país. Pedro de Urecha era un armador y capitán que residía en la villa de Bilbao y que tenía ya experiencia en el manejo de expediciones balleneras hacia Terranova (las llamadas “pescarias do norte”, como se indicaba en el mismo contrato, firmado en Valladolid el 9 de agosto), por lo que no tuvo mayores problemas en aprestar anualmente una flotilla de tres navíos con destino al puerto de Bahía.

Localización de las primeras fábricas de aceite de ballena en Itaparica.

Para la financiación de las expediciones se asoció con un capitalista que las fuentes llaman indistintamente Julio Miguel o Julien Michel, un mercader originario de Nantes que se hallaba también radicado en Bizkaia, y que mantenía contactos con otros armadores balleneros de la costa vasca, tanto en Hegoalde como en Iparralde. De hecho, los barcos que se usaron para estas expediciones, de pequeño porte, contaban con una tripulación media de medio centenar de personas que, en su mayor parte, eran “basco franceses” reclutados en el puerto de Bayona.

Los balleneros siguieron en Brasil el modelo de explotación que llevaban practicando por un siglo en Terranova, y que se basaba en la creación de unos campamentos a pie de puerto en las zonas próximas a la concentración de ballenas. Entre junio y septiembre se desarrollaba la temporada principal de pesca, y en los hornos y factorías que se montaban en lo campamentos se obtenían los dos productos principales que buscaban los pescadores: la grasa y las barbas. Estos constituían el principal producto que, tras abastecer el mercado local, llevaban de vuelta a Europa, con la obligación de descargarlo en Portugal, pero no el único como parte del contrato, Urecha y Michel también obtuvieron el privilegio de recorrer la costa con sus barcos para recoger y cargar palo brasil, un tinte de altísima demanda por la industria textil del momento, y que una vez que pagasen los derechos de aduana en Lisboa u Oporto, podían exportar libremente a otros mercados europeos.

Las capturas se hacían cerca de la costa y las crónicas cuentan cómo “centenares de personas” se agolpaban a ver el insólito espectáculo

La primera base establecida por los balleneros vascos en Brasil (que incluía tanto el campamento de los pescadores o “armação”, como la fábrica o “engenho de cozinar baleias”) se radicó en la isla de Itaparica, en la entrada de la bahía, enfrente mismo de la ciudad de Salvador, en un lugar llamado Ponta da Cruz. La proximidad de este centro urbano hizo que la actividad de los vascos no solo no pasara desapercibida, sino que incluso se convirtiera en un espectáculo: dado que las capturas se hacían muy próximo a la costa, las crónicas cuentan cómo se agolpaban en las playas cercanas “centenares de personas” para disfrutar del espectáculo insólito del arponeamiento, captura, desembarco y despiece de los animales. Además, los balleneros debían adiestrar a los locales en las prácticas y técnicas usadas por los vascos para la captura de los cetáceos. Así, reclutaron desde el principio trabajadores locales a los que adiestraron tanto en las artes de la pesca, como en el tratamiento de las capturas para la obtención de los productos derivados de las ballenas.

El contrato de Urecha y Michel, que tenía una duración de diez años, acabó en 1612. Demostrada la viabilidad económica de la actividad y la rentabilidad para la hacienda real, la administración portuguesa decidió afianzar el sistema de monopolio que había experimentado con los dos balleneros vascos, reservándose a partir de entonces el derecho a otorgar las licencias para la pesca de la ballena, a las que, además de los “biscainhos”, se incorporaron armadores y comerciantes de Portugal y de otras partes del imperio. Desde Salvador de Bahía, se fueron extendiendo hacia el sur las zonas de captura, especialmente en el área litoral entre Cabo Frío y Santa Catarina, que se convertiría en la zona de mayor actividad ya en el siglo XVIII, por el agotamiento de las primeras pesquerías del norte brasileño. La mano de obra usada fue, inicialmente, asalariada, si bien pronto comenzaría a usarse esclavos africanos, para cuya alimentación, además, se aprovechaba la misma carne de las ballenas, fresca o convertida en “tasajo” (carne seca y salada para su mejor conservación, según las técnicas que también usaban los vascos).

Pesca de ballena en la bahía de Salvador de Bahía, siglo XVII

La carne de ballena era considerada de mala calidad, propia para la alimentación de las clases bajas de la sociedad, y sobre todo de los esclavos. Por este motivo, el principal mercado para el tasajo de ballena o “peixe seco” fueron los barcos esclavistas, que lo cargaban para la alimentación de los esclavos capturados en África durante su traslado al continente americano.

El fin del periodo de la llamada “unión ibérica” –cuando Portugal recobró su independencia en 1640– supuso un golpe para la presencia de los balleneros vascos, varios de los cuales ya para entonces se habían radicado en Brasil y eran dueños de florecientes negocios. Tal fue el caso, por ejemplo, de Vicente de Aristondo, “biscainho” residente en Río de Janeiro, donde era dueño de una “fábrica de armação de baleias”. En 1655 estableció un pleito contra el ayuntamiento de la ciudad que pretendía obligarle a deshacerse de su negocio y venderlo a dos brasileños designados por el propio ayuntamiento, bajo la justificación de que debía ser excluido del beneficio de un monopolio real, como era la ballena, por ser extranjero y no ser descendiente de los primeros conquistadores.

Aristondo, que ya para entonces había conseguido establecer una red de relaciones en el gobierno de la colonia, consiguió que el gobernador general de Brasil le permitiera seguir con sus negocios sin que “el ayuntamiento ni otras autoridades de la ciudad de San Sebastián [de Río de Janeiro] le pudieran costreñir u obligar a vender la fábrica que tiene en ella para la pesca de ballenas”. Aristondo seguiría residiendo en Brasil hasta su fallecimiento; en su testamento legaría todos sus bienes al colegio que la Compañía de Jesús tenía en Río de Janeiro, para la construcción y abastecimiento de su botica, y para que los padres jesuitas rezaran misas por su alma. Ya para entonces, la presencia de los balleneros vascos comenzaba a ser un recuerdo para la historia.

El Autor: Óscar Álvarez Gila

Profesor titular de Historia de América en la Facultad de Letras de la Universidad del País Vasco - Euskal Herriko Unibertsitatea. Grupo de Investigación ‘País Vasco, Europa y América. Vínculos y relaciones atlánticas’.