Desde Estados Unidos, Bill evoca su paso por Gernika hace 50 años, ciudad que el miércoles conmemorará el bombardeo fascista que volatilizó la villa el 26 de abril de 1937. No entra en cuestiones memorialistas o políticas, pero de sus respuestas se desprende de algún modo su agradecimiento a un pueblo al que han aportado un libro de un valor impagable que ningún vasco ha gestado: El día que bombardearon Gernika.

Bill en los 70 frente al Restaurante Arrien de Gernika, en el que se alojaba con su padre. Archivo familiar

¿Cuál es su primer recuerdo de Gernika?

—Que siendo tan joven quería encontrar personas que hablaran inglés. Si bien había aprendido nociones de castellano en la escuela, me llevó un tiempo dominarlo. Ahí me ayudó Juanjo Mintegi, quien ayudó a mi padre en las entrevistas y era profesor de inglés allí. También pude contactar con Pete y Kontxi Gezuraga, que habían sido dueños de un bar en Idaho. Jubilados en Gernika y nos acogian con frecuencia. Otro sería Randy Lazenby, de Florida, primer estadounidense en jugar profesionalmente en Euskadi, que supiéramos. Como nosotros, vivía en el Hotel Arrien. En 1972, Joey Cornblitt vino a jugar y también se quedó a vivir en ese hotel. Hace solo unos años supe que Joey se convirtió, según la mayoría, en el mejor jugador de Jai Alai de todos los tiempos. Joey tenía 16 años. Para que conste, mi padre no confiaba en él. Creía que la Guardia Civil lo había reclutado para espiarnos.

¿Cómo consiguió su padre los testimonios bajo la dictadura de Franco?

—Requirió mucho trabajo para crear un clima de confianza, pero no tengo todos los detalles. Su apuesta por aprender euskara, y su visible esfuerzo por seguir mejorando en ello, seguramente generó confianza. Sé que ganarse la confianza del histórico gudari Jon Beistegui fue un paso clave, al igual que la visita a los dirigentes vascos en el exilio. Viajamos a París para ello.

Según un vecino, su padre solía salir por la noche a entrevistar de forma clandestina a los supervivientes.

—No lo sé. Se suponía que mi padre estaba trabajando en Gernika en la edición de un libro de texto de ciencias. Esto era real, y a la vez una tapadera necesaria. Nuestra habitación era inspeccionada de vez en cuando por los franquistas, algo que él ya se imaginaba. Se aseguraba de que en nuestra habitación pareciera que él estaba trabajando a diario en su libro, otra razón por la que ahora veo que necesitaba quitarme de en medio. Al esperar hasta el final de la tarde, o después de la cena, no solo estaba trabajando en nuestra programación, sino posiblemente en el de la persona que quería entrevistar.

¿Cómo era ‘Egurtxiki’ como padre?

—Emocionante y desafiante, aunque no muy enriquecedor. Se acababa de divorciar cuando fuimos a Gernika y quizás se sentía aún dolido. Luego, todo fue bien. Era muy impulsivo y enérgico. Me apreciaba como hijo, actuaba como si quisiera un compañero. Leíamos los mismos libros, íbamos a los mismos lugares, hablábamos con la misma gente, aprendíamos los mismos deportes… Leía todo lo que escribía, y básicamente fui su editor hasta el año 2004 más o menos.

¿A qué se dedicaba su padre cuando formaba parte del ejército estadounidense?

—Estuvo en las Fuerzas Aéreas durante la guerra de Corea, pero nunca fue al extranjero. No hablaba mucho sobre ello. Entrenaba a otros hombres, ya que su capacidad para la enseñanza era evidente.

¿Dónde nace su interés por Euskadi?

—Él quería escribir una novela épica histórica y estaba rodeado de vascos en Idaho. El argumento por el que se decantó le exigía profundizar en la cultura y la historia vascas. Nuestros lazos familiares son débiles y le gustaba el orgullo de la familia, de la herencia vasca, ya que él no estaba orgulloso de su padre. Anhelaba que algo de esa tradición arraigada entre los vascos se colara en su propia vida.

¿Por qué Gernika?

—Gernika fue para él, a la vez, el centro de la cultura y la historia vasca, y la pieza central de la novela que imaginaba con el bombardeo como acontecimiento central. Así, dedicó tanto o más tiempo a investigar la historia del Batallón Loyola. Su contacto fue el comandante de la unidad Juan Beistegui Ugalde (Eibar, 1911-Zarautz, 1993), quien invernaba en Benidorm. Hay que tener en cuenta también que, con la muerte de Franco a partir de 1976, las entrevistas pudieron realizarse con mayor libertad.

Intentó aprender el euskera.

—Estaba orgulloso de ello. Consideraba un logro poco común que un no vasco aprendiera a conversar tan bien como él. Yo aprendí mucho y entendía más de lo que decía, pero nunca me propuse igualarlo. También intentó aprender canciones y algunos bailes. Recuerdo que en Gernika tuvo un profesor de guitarra, tanto para mejorar su técnica como para aprender canciones populares locales.

¿Ha leído ‘El día que bombardearon Gernika’ (‘Gernika bonbatu zuten eguna’) que escribió su padre?

—Sí, claro. De hecho, yo revisé el manuscrito antes de entregarlo a la editorial, centrándome sobre todo en la introducción y el epílogo.

¿En la villa foral le llamaron ‘Egurtxiki’?

—No. Fue en Idaho, como resultado de traducir el apellido Smallwood, es decir, leña pequeña.

¿Sabe qué era lo que más le gustaba a su padre de Euskadi?

—Sus gentes y tradiciones. La comida y los caseríos. A mí las mandarinas… Poder tomar todas mis comidas en el Hotel Arrien fue una bendición. Un exceso a recordar. Compraba bolsas de mandarinas y me las comía en el frontón. Comía tantas que un cálculo de calcio creció hasta bloquear uno de mis conductos salivales. Al oler la comida, una glándula salival se me hinchaba en el cuello hasta tal punto que me dolía. La piedra finalmente salió una noche mientras me limpiaba los dientes.

Las ciudades de la costa me gustaban mucho. Idaho no tiene mar, así que me encantaba cuando salimos de Gernika hacia el norte, ya sea a Bermeo o a Lekeitio. La economía pesquera que veía, y el marisco que comíamos, era exótico y muy apreciado. También la tortilla de patata del bar Auzokoa, que trato de hacerla aquí, pero no sale como la recuerdo.

¿Cuál es su último recuerdo de Gernika?

—Mi padre me pidió que fotografiara todas sus calles, desde múltiples perspectivas. Las quería para poder reconstruir mejor las historias en torno al bombardeo. Obviamente, gran parte de lo que fotografiaba era nueva construcción. Pero, aun así, allí estaba yo, día tras día, recorriendo cada calle y sacando fotos. ¡Como un buen turista!