Juan Azkarate cierra año con cien años cumplidos el 18 de junio, con garganta afectada, pero con su planta de gudari intacta, a pesar, de como se ve en la foto de este reportaje, vestido con un jersey y txapela de tiempos de la Guerra Civil que sufrió, como el que vestía en su tarjeta de embarque del bou Araba. E, incluso, su mirada aún es la misma que la de aquel niño que fue soldado del lehendakari Aguirre años antes de cumplir la mayoría de edad. Pero él lo tenía claro. Quería contribuir a luchar por las libertades de todas las personas y de su país Euskadi como hombre de paz que es. Su ficha de la Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi muestra al jovenzuelo aún imberbe. 

A día de hoy es el último miembro vivo de esta unidad militar. Está confirmado. Por ello, además, de forma familiar se le conoce como el último gudari de mar o itsas-gudari. La eminencia en esta materia fue Juan Pardo quien detalló que la Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi fue una de las unidades militares más singulares y peor conocidas de las que tomaron parte en la Guerra Civil. Siempre según las valoraciones de Pardo, “su dependencia exclusiva del Gobierno vasco, le dio además una gran significación política”. Fue creada en octubre de 1936 por la Consejería de Defensa del Gobierno vasco para ayudar a la armada republicana en la protección al tráfico marítimo y a la actividad pesquera en aguas propias y mantuviera libres de minas submarinas los accesos a los puertos vascos. “Las circunstancias políticas y militares del conflicto ‑en especial el hecho de quedar aislado el norte del resto del territorio gubernamental‑, el bajo rendimiento de las Fuerzas Navales del Cantábrico republicanas -que generaron no pocas tensiones entre las jefaturas de ambas fuerzas y desembocaron en una mutua desconfianza- y la personalidad del jefe de la Marina Auxiliar, Joaquín de Egia, condujeron a que esta fuerza naval adquiriera una autonomía orgánica y operativa absoluta respecto de la Marina Republicana”, ponía en valor.

El bermeotarra Azkarate no conoció solo mar, sino que también tierra y aire. Tres también, fueron las veces que acudió y fue recibido por el lehendakari José Antonio Aguirre. Sufrió los campos de concentración de Argeles e Irun. Cárcel en Larrinaga, Bilbao. Fue testigo de altos mandos que, de algún modo, les traicionaron. Lamenta que a políticos y otras personalidades “ricachuelas” se les facilitara el exilio. Lo reprocha todavía.

Una vida agitada

Azkarate fue gudari del bou Araba y del destructor José Luis Díez. Fue camarero segundo y ayudante de ametralladora en el primer bacaladero camuflado de guerra. Navegó también en el Euskal Herria. Pasó hambre en la España republicana. Perdió todo contacto estando en Francia y pensó, desarraigado, hacer su vida lejos. Le sonaba bien ir a Venezuela, adonde no llegaría. Coincidió con Olaizola, con el tío del hoy famoso artista Nestor Basterretxea -exalcalde de Bermeo-, y con el pintor Barrueta. Y salió vivo de bombardeos como el de Barcelona o Granollers.

El antifascista vasco se vio obligado a andar un día y una noche entera para ir al campo de concentración de Argeles, al grito de “allez, allez, y con golpes de culatas de rifle si se paraban”, propinados por los senegaleses encargados de su envío a este enclave perteneciente a Perpignan. La vida, curiosa ella, acabada la guerra le llevaría con su empresa de túnidos a Senegal. El presidente de la Sociedad Azkarate Hermanos sufrió en el país subsahariano la explosión de un compresor que le dejó ciego por un mes. Incluso mantenía la ceguera cuando regresó al pueblo natural de los txos. Sin embargo, -agárrense a los mecanismos de defensa de sus emociones-, decía, “la guerra, lo sufrido en mi vida, no fue dolor en comparación con cuando murió mi mujer el 8 de marzo de 2011. Yo era el primero que hubiera ayudado a que falleciera. Padecía alzhéimer y no hubo un día que no estuve con ella. Cada día le ponían un tubo. Aquello sí fue horrible”, compara con todos sus desastres vividos en la guerra y se emociona, la única vez en toda la entrevista. Sus dos brazos aún portan las iniciales tatuadas de su Rosario Etxebarria Zulueta, aquella redera que conoció al día siguiente de salir de la cárcel bilbaína de Larrinaga, con la que compartió siete décadas. “Si me preguntaban los franquistas qué significaba el tatuaje E.R., yo les decía que El Rey”, sonríe secando dolor visual brotado desde el corazón.

Juan Azkarate (Bermeo, 18 de junio de 1922) comienza a relatar en primera persona sus avatares con un llamativo “nació la guerra el 18 de julio de 1936, yo tenía recién cumplidos 14 años”. Era un niño “espabilado” -sonríe-, hijo de Felipe y Anastasia. El matrimonio tuvo once hijos, pero al morir su madre ahogada ya solo quedaban, por diferentes circunstancias, cinco vivos. “Me llevaron a verla al cementerio. Dolor, sentí mucho dolor. Recuerdo de noche, que los coches del pueblo se acercaron a Mundaka a alumbrar con sus luces la mar para ver si se podía rescatar a alguien. Mi madre sabía nadar, pero las corrientes…”, silencia ante la cámara de vídeo que le graba conmovido.

Ficha de la Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi de Azkarate. Iban Gorriti

Un año antes, con trece años, ya él mismo decidió abandonar el colegio y ayudar a su padre en el puerto. “Era mal estudiante y buen dibujante”. Con el golpe de Estado ni se lo pensó: “Yo voy a la guerra”, dijo aquel que había sido alumno de un profesor republicano. “Esa suerte tuvimos con Don Gerardo Jiménez”, alza la voz y el dedo índice. Al crío le dieron un “jersey de invierno”, como el que porta en la fotografía, de la Marina Auxiliar de Guerra del Gobierno vasco y le alistaron en el bou Araba. En el Ejército del lehendakari Aguirre le pagaban 400 pesetas al mes. Sin cumplir 15 primaveras ya era gudari. El bou Araba fue a dique seco y en un principio lo derivaron a un submarino, pero acabaría en el navío José Luis Díez, y en Burdeos. “Los mandos del barco se pasaron, como Goikoetxea, al bando de Franco y nos devolvieron a España, a Santander. El viaje fue entre cortinas de humo, una hora de combate a oscuras. Ganábamos por velocidad. Nos habían traicionado como el que luego inventó el Talgo”, recuerda.

Allí, le enviaron al Estado Mayor de Fuerzas Navales del Cantábrico. De ordenanza en tierra. “No conforme, me fui adonde el lehendakari Aguirre. En euskera le dije que quería volver a los bous. Pero me mandó a El Sardinero”. Sin embargo, con los franquistas allí, en el Euskal Herria, fue a Asturias. Y en un mercante volvió a Francia. De allí, a Barcelona. Y volvió a visitar a Aguirre. Este le recordaba y le mandó a estudiar al mejor colegio, pero “no me aseguraban la comida”. Y volvió por tercera vez adonde “José Antonio”, exclama. El lehendakari le destina al consulado de Cuba. “Pedí que me pagaran, y me dijeron que 250 pesetas. Yo ni quería acabar en Cuba ni ese dinero, por lo que me fui”, enfatiza. Acabó en Aviación como “único vasco en Girona”, matiza. Más adelante, llegó el horror de los campos de concentración tras no aparecer un mugalari en una misión especial. “Éramos 50.000 en la playa de Argeles”. Y de Irun, los franquistas le trasladaron a Larrinaga. Al salir libre, conoció al amor que aún lleva tatuada en su cuerpo centenario: “E. R.”.