magos, lamias y estrigesmucha gente acudía a la magia y a la hechicería por cuestión de supervivenciasorguinas la ciencia y la magia estaban muy interconectadasse hizo intervenir a las brujas y a sus artes mágicas
Los aquelarres
La Iglesia católica dejaba patente sus debilidades. Su dominio no era absoluto sobre las conciencias de los cristianos. Con el propósito de corregir este legado algunos clérigos crearon todo un imaginario brujesco defendiendo su autenticidad con uñas y dientes. Se difundió por escrito y oralmente la existencia de conciliábulos, los sabbat o aquelarres, fundamentalmente compuestos por mujeres y diablos. En estas reuniones se apostataba del cristianismo conforme a ritos de sumisión al diablo y se preparaban hechizos y ungüentos para hacer el mal. Tras el ágape consumido se finalizaba con una orgía de brujas con brujos y de brujas con demonios.
El Malleus maleficarum es una obra finimedieval que sintetiza ese mundo maléfico soñado para las brujas por teólogos y clérigos. En 1486 se edita esta guía. Difícilmente puede ser peor tratada la mujer que escapaba de los cánones oficiales. El discurso delator elaborado con todo detalle cumplía la finalidad para el que fue concebido. Descubrir y reprimir a las maléficas hechiceras, curanderas, parteras, alcahuetas o prostitutas. La caza de brujas ya se había iniciado al menos desde la decimocuarta centuria. Menos mal que las convicciones no fueron las mismas entre clérigos ni entre laicos. Unos aplicaron con contundencia la represión contra las brujas, otros tomaron medidas menos drásticas, porque ni siquiera creyeron en la existencia de una secta diabólica. De estos últimos son el navarro Martín de Andosilla y el durangués Juan de Zumárraga, arzobispo de México.
Brujas o ‘sorguinas’ diabólicas
Los vascos, como miembros de la cristiandad medieval, se nutrieron ideológicamente de una problemática común a otras comarcas de Europa. Contrariamente a lo que pudiera pensarse los laicos abanderaron la caza de brujas. En Gipuzkoa los procuradores de la provincia pidieron en 1466 ayuda jurídico-administrativa al rey de Castilla para perseguir a “brujas y sorguiñas”, vasallas del diablo y culpables de los maleficios sobrevenidos en Gipuzkoa. Quienes gobernaban la provincia, hombres con poder, demandaron el apoyo regio. ¿Tanta influencia tenían las brujas? No hay duda de que dispusieron de apoyos sociales, pues desde la Corte se respondió dando una orden de perseguirlas con todos los medios políticos, jurídicos y administrativos al alcance, sin tener en cuenta quiénes eran sus amigos, sus familias y los “partidos políticos” (bandos) con los que estuvieran relacionadas. En 1479 los procuradores de las villas vizcainas acordaron la quema de hechiceras, adivinas y “xorguinas” que dieran hierbas “hasta que mueran o sean tornadas en ceniza o polvo”. Este servicio competía a médicos con título.
Brujos y brujas adoran al macho cabrío (Biblioteca Nacional de Francia, mediados del XV).
En ambos territorios las hechiceras, a menudo curanderas y parteras, son las grandes damnificadas. El mundo urbano apostó por la profesión médica aprendida en las universidades frente a las curanderas iletradas de origen rural o urbano. La batalla fue larga. En 1507/1508 los poderes del Señorío de Bizkaia y la Inquisición lanzaron otra ofensiva contra lamias, estriges y brujas alavesas y vizcainas. En especial “las Durangas de Amboto” son acusadas de acudir volando a aquelarres, de apostatar, de adorar al diablo en forma de macho cabrío y de hacer maleficios con ayuda de Satanás y Belcebú. Las denuncias por envenenar campos y animales, matar a personas, sacar el corazón de los muertos como los nigromantes, hacer conjuros, encantamientos, sortilegios, adivinaciones, ungüentos y hechizos e invocar a los demonios afloran. La retahíla de acusaciones recuerda el texto del Malleus.
Un ejemplo dramático acaeció en 1508 en Durango. La Inquisición condenó a muerte por “hereje maléfica y bruja apóstata” a la comadrona María San Juan de Garonda, de Mungia. Antes fue sometida a tormento. Le acusaron de realizar abortos, dar bebidas, hierbas y polvos a mujeres para que se embarazaran o consiguieran amores y de practicar artes mágicas y diabólicas: sortilegios, adivinación, invocación a los demonios y sometimiento a Belcebú. Imputaciones análogas de hechicería se hicieron en Araba contra la curandera Marina de Otaola (Okondo), desterrada dos años de su tierra, y la partera María Pérez de Yartúa (Aramaio), que fue declarada inocente. El conflicto renació con intensidad diversa en cronologías posteriores en Nafarroa, Bizkaia, Gipuzkoa y Araba. En 1531 el Consejo de la Inquisición aconsejó a los inquisidores calagurritanos que los pesquisidores supieran la lengua vascongada. La condena a la hoguera fue la pena máxima que se podía imponer.
La mujer en el punto de mira
Supersticiosa, lasciva, adivina, hechicera, curandera y diabólica. Lo que creían de las brujas sus detractores no coincide con lo que ellas pensaban sobre sus actividades. La creencia en la existencia de aquelarres presididos por el demonio llevó a la hoguera a muchas mujeres. En este constructo convergieron intereses de clérigos, universitarios, médicos, boticarios, poderes centrales, regionales y locales, y gentes deseosas de vengar rencillas y odios personales, familiares o grupales. Las pesquisas de brujería también llegaron a ser un instrumento ideológico y procesal utilizado por los reyes, la iglesia, la Corte y el Consejo Real de Nafarroa, las Juntas Generales de Gipuzkoa y Bizkaia y las autoridades locales de bastantes poblaciones vasco-navarras para encauzar la vida social en algunos lugares. De forma paralela la brujería fue un punto de fricción de la Inquisición con las Juntas Generales de Bizkaia y Gipuzkoa y con el Consejo de Nafarroa, que pretendieron monopolizar la competencia jurisdiccional.
La comprensión de los fenómenos de brujería pasa por recordar que lo teológico, mágico y supersticioso recorrían todas las capas sociales. Por ello pareció normal a muchas personas echar la culpa a brujas endemoniadas de la mortandad infantil, de una mala cosecha, de catástrofes naturales o muertes de ganado. Normal en unas gentes que creían en la injerencia del diablo en la vida cotidiana. Curanderas y comadronas protagonizaron gran parte del estereotipo negativo de la brujería, pero es un asunto más complejo de carácter antropológico, social, sanitario, psicológico y credencial. Piezas del paradigma brujesco son las relaciones personales y amorosas, las creencias, los alineamientos políticos, el miedo a la represión, la obsesión de algunos juristas y clérigos por dar crédito a los aquelarres, la dialéctica imposición/resistencia entre las “culturas sabia y popular” y las tradiciones culturales folclóricas. La brujería es un fenómeno multicausal dependiendo de los roles de los implicados.
El espectro de la brujería no se reduce a las “brujas diabólicas”. En 1597 el vitoriano Jerónimo Mendieta dice que se envió en 1527 a Durango al inquisidor fray Juan de Zumárraga para “corregir y enmendar el abuso de las brujas que se levantaban en Vizcaya”.
En Durango hay que explorar la ampliación del engendro brujeril a más colectivos. Juan de Zumárraga, advirtiendo de las fiestas incontroladas, comentó en 1543 de herejes y brujas de Durango que “se decía que andaban de noche de villa en villa haciendo convites y danzas”. No imagino a hechiceras viejas y adultas en dicho trance. Los efectos perversos de la danza se marcan en Bilbao en 1505: “jugar y jurar, ir de verbena en verbena, vagabundear, y andar desordenadamente en vicio con las mujeres”. El Malleus dice: “las cosas de brujería provienen de la pasión carnal, que es insaciable en las maléficas”. Se combate la lascivia, la promiscuidad y a quienes las favorecen. La juventud y la adultez son etapas singulares. En Araba jóvenes con máscaras, dirigidos por “Reyes Pájaro” en la Llanada y Elvillar, gozaban las fiestas con burlas, mofas, farsas, no exentas de escándalos. Aún a mediados del XX en Durango se bailaban aurreskus el 26 de diciembre, San Esteban. Acaso hubo una asociación similar a la de los “Reyes Pájaro” alaveses y navarros. Tampoco es casual la sabida ligazón entre la hechicería, las hilanderas y su medio de trabajo, el aspa, la rueca y el huso. Un pañero y dos tejedoras de la cofradía de pañeros de Durango son quemados en 1500.
En fin, motivos sanitarios, “amorosos”, folclóricos y laborales explican el apoyo de mozos y mozas, de otras gentes y de las hilanderas al “levantamiento de brujas” en Bizkaia. Un caso especial es el de Juan Martínez de Yryta. Usó su espada en Bilbao en 1493 impidiendo “la aplicación de la justicia” en una hechicera. Según los gobernantes de la villa tenía un amigo poderoso, pero él era “un alborotador y público malhechor que contradice todo lo que hace el regimiento y defiende a los malhechores con tal de impedir la buena gobernación y por su enemistad con el alcalde”.
Se las acusaba de envenenar campos y animales, matar a personas, sacar el corazón a los muertos, hacer conjuros, ungüentos, hechizos...
La comprensión de los fenómenos de brujería pasa por recordar que lo teológico, mágico y superticioso estaba en todas las capas sociales