“Cerré las persianas y fue la guerra”. Así resume lo sucedido la noche del miércoles el dueño del bar Finnegan de Roma, en cuyo exterior se produjo el ataque de varias decenas de ultras de la Lazio a realistas, con varios de estos últimos heridos por arma blanca.

En el caso del propietario del local romano, más que de los graves daños personales, se trata de un balance de daños materiales. Sillas y mesas rotas, también parte de la iluminación y del sistema de calefacción de la terraza, así como algunas de las ventanas que no le dio tiempo a cerrar.

Los hechos sucedieron a primera hora de la noche en la esquina de la Via Leonina con Salita dei Borgia, una escalinata que confluye en la conocida Via Cavour, a escasos 400 metros del célebre Coliseo y a apenas 100 de la basílica San Pietro in Vincoli, que alberga el David de Miguel Ángel. En pleno centro neurálgico de Roma.

En este lugar se encontraban varias decenas de aficionados llegados desde Gipuzkoa. “No me gustó y se lo dije dos o tres veces, que se marcharan”, asegura el propietario, ya que podía "resultar peligroso para ellos". Los hinchas de la Real que se encontraban en la terraza “unos 30 o 40, vestidos de negro” estaban “tranquilos”.

Solo un coche policial

El dueño, que tiene “la sensación” de que los hinchas guipuzcoanos “sabían que les podían atacar”, vio solo un coche policial al final de la calle, "muy insuficiente" para el volumen de seguidores que había en la zona. 

“Volví hacia adentro y cuando estaba viendo el fútbol, de repente escuché mucho ruido, un montón de petardos”, recuerda el dueño, que estima que “los antidisturbios llegaron a los cinco minutos, pero para entonces ya se había ido todo el mundo”.

"Estaba herido, sangraba..."

Cerró rápido, pero uno de los heridos consiguió entrar en el bar: “Estaba herido, sangraba... Tuvimos que llamar a una ambulancia para él. Tenía marcas en la espalda, pero no sé cómo está, se le veía mal”.

“No sé lo que pasó exactamente porque cerramos las persianas y nos quedamos todos dentro hasta que se calmó...”, prosigue el dueño del Finnegan, que resume con una palabra lo que se encontró al volver al exterior: “Fue como la guerra”