Hace unos meses, cuando se repartían los boletos de favorito para la final de la Liga de Campeones, pocos apostaban por el Borussia Dortmund mientras que el París Saint-Germain entraba en la mayor parte de las quinielas. Los alemanes tenían que firmar una temporada de ensueño y los franceses apoyarse en su plantilla, en su estrella, Kylian Mbappé, y en la confianza en que el nuevo entrenador, Luis Enrique, espantara de una vez por todas los fantasmas europeos.
Pasados esos meses, el fútbol ha repartido de nuevo las cartas y gracias al 1-0 de la ida, el Borussia aterriza en el Parque de los Príncipes con una seria opción de optar a su segunda Copa de Europa, 27 años después de la que ganaron en Múnich capitaneados por Mathhias Summer y con Ottmar Hitzfeld en el banquillo. A lo largo de los meses, los de Dortmund han ido haciendo creíble esa opción que también anhelan en París, conscientes de que pasa por su segunda remontada consecutiva en Europa, tras la lograda en Barcelona, en un club que nunca antes había remontado.
Para los franceses también sería su segunda final, la primera en tiempos normales porque la anterior, la de 2020 fue en Lisboa, sin público y en tiempos del covid. Fortalecidos por la fe de su técnico, Luis Enrique, los parisienses confían en darle la vuelta a un resultado adverso que dé el crédito definitivo a un proyecto que no termina de asentarse. Será la primera semifinal que se juegue en el Parque de los Príncipes y la última con la camiseta local de un Mbappé sobre el que pesarán todas las miradas, las esperanzas de los franceses de que, al fin, marque la diferencia, y los temores de los temores de los germanos.
Hay ya ganas en París de que, antes de que haga las maletas poniendo fin a sus siete años en el club, el jugador deje su impronta en un duelo de gran trascendencia y contribuya así a dejar en las vitrinas de su ciudad natal el tan ansiado trofeo de la afición y del propietario catarí.
La figura de Luis Enrique
Conseguirlo pasa por preparar el duelo mentalmente tan bien como hicieron la vuelta de los cuartos en Barcelona y esa es la receta que Luis Enrique ha querido utilizar: todas las fuerzas concentradas en un único objetivo. Si a principios de temporada el recién llegado entrenador español aseguraba que la Liga de Campeones no debería ser una obsesión, ahora es consciente de que, conseguido el título liguero y a esperas de la final de Copa, solo Europa da pedigrí al trabajo en ese banquillo.