EL domingo podría ser la última vez que, desde 2011, el Athletic se enfrente al Atlético de Madrid de Diego Pablo Simeone. En el horizonte del tótem de la afición colchonera los nubarrones ganan terreno de un tiempo a esta parte. Pese a que su contrato expire en junio de 2024, su continuidad está en entredicho. Ya no es cuestión de que los dirigentes puedan agarrarse a la cláusula pactada en 2021, según la cual el técnico puede ser destituido si no alcanza plaza de Champions. De momento, este objetivo lo tiene encarrilado, pero sucede que se ha convertido en el único accesible para el Atlético consumadas sus eliminaciones en Europa y en la Copa, puesto que en la liga 18 puntos le separan del líder, el Barcelona.

Al panorama descrito se suma el desgaste acumulado por la interminable estancia del argentino. Durante la mayor parte de su liderazgo en el club madrileño, su figura apenas se ha visto cuestionada, pero esto ha cambiado. La conquista de su segundo título liguero, en la edición 2020-21, supuso una especie de paréntesis en un clima donde el número de detractores no ha dejado de crecer desde hace cuatro años. Y es ahora cuando con mayor crudeza se plantea un debate abierto, donde se implican todos los estamentos del club, en torno a la conveniencia de que Simeone continúe en el cargo, tal como avala el acuerdo profesional aún vigente.

El pasado 27 de enero, el propio Simeone echaba más leña al fuego. Se mostró “orgulloso” por el modo en que sus jugadores compitieron, pero preguntado por su porvenir dejaba caer lo siguiente: “…con tranquilidad miraremos todo lo que nos conviene a todos”. Su equipo acababa de perder en el Santiago Bernabéu, en el marco de los cuartos de final de la Copa. El Real Madrid las pasó canutas para remontar un gol de Morata, tuvo que esperar a la prórroga para ello en un derbi de ingrato desenlace para el Atlético. Consciente de que se juega la campaña a una sola carta, aseguró asimismo que es feliz en el Atlético, aunque lo cierto es que nunca antes había abierto la puerta la posibilidad de una despedida pactada con Miguel Ángel Gil y Enrique Cerezo.

Cuenta Simeone con el apoyo incondicional de una parte de la grada del Metropolitano, esa que responde al unísono a la aparatosa gesticulación que protagoniza en la banda a fin de elevar los decibelios de un recinto de por sí ruidoso. Sin embargo, no falta un sector crítico en la afición, cansada del pragmatismo a ultranza que ha caracterizado el juego del Atlético. Defender con uñas y dientes un gol o una ventaja mínima; y especular con la estructura hundida en terreno propio con el único objetivo de sorprender en una oportunidad en área contraria, son los dos platos más repetidos en el menú que cocina Simeone desde su llegada.

Un entrenador top

Una concepción futbolística que en principio tuvo la virtud de situar al Atlético en idéntico plano competitivo que el Madrid y el Barcelona. Con el discurrir de las temporadas, el éxito de la fórmula propició que su inspirador se hiciese acreedor a un puesto de privilegio entre los técnicos de prestigio internacional. Pero una cosa es reconocer la rentabilidad del método y otra es empacharse del mismo asistiendo a sus partidos semana tras semana. Ni que decir tiene que encima si, por las razones que sean, los resultados no acompañan, lo normal es que el hincha se revuelva en su asiento y exteriorice su hartazgo.

Y este tipo de manifestaciones de desagrado no siempre se dirigen al banquillo o al césped. Cuando la tendencia negativa se asienta, que sería el caso, las miradas inquisitivas, los pañuelos y los silbidos se vuelven hacia el palco. Al fin y al cabo, allí se acomodan quienes deciden invertir 200 millones de euros en futbolistas y técnicos, 20 de los cuales van directamente al bolsillo de Simeone.

Al tiempo se le atribuyen grandes poderes: quita y da razones, favorece el olvido de aquello que nos desagrada, incluso tiene virtudes sanadoras. Y en el fútbol, actividad de consumo rápido y flaca memoria, once campañas al frente de un equipo de élite son una barbaridad. Pese a que resulte antipático y sea tildado de fullero, Simeone merece un respeto por su capacidad para liderar un proyecto de semejante envergadura a lo largo de más de una década. Lo que no obsta para que algún día concluya.

¿Será este verano? De confirmarse, Simeone quedará para la historia como el entrenador que más partidos ha dirigido al Atlético de Madrid. Con el de este domingo ante el Athletic sumará 611, exactamente uno menos de los que constan en las estadísticas de Luis Aragonés. La particularidad del logro del argentino es que, mientras El Sabio necesitó cuatro etapas en el club, él establecerá el récord de una tacada. Y aspira a dejar el equipo en Europa por decimotercera vez. Así mirado y en la hipótesis de que pretenda prolongar su estancia, los responsables afrontan un asunto muy delicado.