EL joven Paul Gascoigne está pasando un día plácido. Sin problemas ni preocupaciones. Ni siquiera tiene su mente ocupada en el fútbol, su gran obsesión. Hoy tiene una tarea muy especial: está cuidando del hermano pequeño de su mejor amigo. Han entrado a una tienda para hacer una compra y al salir, el niño travieso arranca a correr. Veloz como un demonio. Paul no puede reaccionar. Al menos, no a tiempo para evitar que un coche lo atropelle. El pequeño muere en sus brazos. En ese momento, en el alma de Gascoigne se abre una brecha, un precipicio sangrante que nunca ha conseguido cerrar. Todavía sigue sufriendo su particular penitencia.

La directora Jane Preston presentó ayer, en el Thinking Football Film Festival, el documental Gascoigne. “Nunca se ha recuperado de ese episodio”, explica, “entonces no tenían ayuda para superar ese tipo de traumas. Todo se limitaba a pasar página. Nunca pudo hablar de ello. Después, tuvo problemas mentales. A los veinte años intentó controlarlo mediante el alcohol”. Pero lo único que consiguió fue hacer tambalear su carrera como futbolista.

Paul Gascoigne nació en el seno de una familia obrera y con 13 años varios clubes de referencia se lo rifaron. Finalmente le fichó el Newcastle, equipo con el que debutó en la élite con 18 años. Para entonces Paul ya había demostrado que fuera del fútbol su vida era complicada. Su talento sirvió para que el Tottenham Hotspur pagase una cifra récord por él: dos millones de libras. Allí desplegó su mejor fútbol, el que le abrió las puertas de la selección inglesa. Todo el país se enamoró de él en el Mundial de Italia, en 1990. Su fútbol dejó claro que sería uno de los centrocampistas de referencia de la década, pero sus lágrimas pasaron a la historia. En el partido de semifinales contra Alemania, Paul Gascoigne vio una tarjeta amarilla que le descalificaba para la hipotética final. Las cámaras le captaron llorando a lágrima viva mientras seguía haciendo frente a la selección germana. Con aquello se metió a sus compatriotas en el bolsillo.

Después llegaron tres desastrosas temporadas en la Lazio y muchas lesiones. De hecho, Jane Preston está convencida de que los problemas físicos fueron el principal freno a la magia de Paul sobre el césped: “No creo que las drogas o el alcohol pusiesen límite a su talento futbolístico. Las lesiones tuvieron la culpa de eso. Le operaron muchas veces y tuvo grandes periodos de baja que no le permitieron jugar a más nivel. Llegó a jugar un partido tras haber bebido una botella de güisqui, otras tres de vino y habiendo consumido drogas. Ganó el partido y le dieron el premio de mejor jugador del partido”.

El Glasgow Rangers le permitió vivir grandes momentos como futbolista, pero a partir de ahí la decadencia le llevó a una caída sin frenos. Peleas de madrugada, escándalos y adicciones. La prensa se cebó y encontró en él una fuente inacabable de fotos deshonrosas. “Mucha culpa de sus problemas los crea la prensa”, explica la directora, que ha realizado ya dos películas sobre el jugador. “Muchas veces van a su casa, tocan su timbre y el del vecino. El vecino va a casa de Gascoigne a quejarse y este se queja a la prensa. Así consiguen la foto que quieren: Gascoigne gritando en albornoz. Es una forma de provocarle”.

La directora también explica cómo la prensa pinchó el teléfono del futbolista. “Él contaba cosas privadas a su familia y luego salían en el periódico”, relata, “él pensaba que su familia estaba contando y vendiendo cosas a la prensa. Tuvo un ataque nervioso, empezó a consumir cocaína y su hermana lo tuvo que ingresar en una institución mental. Cinco años después se dieron cuenta de que tenían intervenido su móvil y era así como se filtraban las historias”.

Desde su retirada del fútbol en 2004, Gascoigne regatea las contradicciones de la sociedad de su país. “Inglaterra le adora”, pero los medios le tratan como un saco de boxeo. Nadie pierde la oportunidad de fotografiarle borracho o airear su ruina económica. El país aguarda un final a la altura de un jugador único. Mientras tanto, sobrevive. “Está bien un día y otro está mal”, describe la directora torciendo el gesto. ¡Maldito aquel día en que se te escurrió el niño, Gazza! ¿Cuándo acabará tu penitencia?