bilbao

EL éxito tiene una cara oscura y peligrosa: conduce a la autocomplacencia, y esta abruma a la imaginación, al pensamiento. Aparece la rutina y la manera de ser se vuelve lineal. Se exilian los recursos y cualquier capacidad de sorpresa. El Barcelona del presente es el que ha batido el mejor registro de puntos de una primera vuelta en la historia de la Liga española, y con un Messi rompiéndola. Así, a palada de triunfo, ha cavado la zanja de su tumba.

Su superioridad técnica no motiva al grupo a la exigencia imaginativa ante rivales de menor rango. Basta, con todos los respetos, con saltar al césped para sumar victorias ante ellos. Inercia. Pero el equipo se ha dormido en la plácida nube de la gloria. Se ha hecho vago, plano, porque apenas ha tenido que apelar al ingenio. Y en estas, en los laureles, han llegado los encuentros de peso. Las lizas que hacen válido el año de inversión y esfuerzo. Son programas para la superación mental. Y este ejercicio solo podía sobrevivir en la memoria, porque el Barça no ha tenido que llamar a la exigencia hasta verse en San Siro, en la ida de los octavos de final de la Champions, mayormente, porque una derrota liguera no significaba nada, apenas tensión para los intereses culés. La Liga ha venido sirviendo para cebar la estadística y cegar carencias.

Así llegó el viaje a San Siro, para medir a un Milan cuyo técnico bramaba por el cartel del Barça, por la avalancha de favoritismo. "Incluso buscamos el tercero", se jactaba Allegri, tras un rimbombante 2-0. Un muro, según Messi, salvable. Pero antes, la decisiva vuelta de Copa, con el 1-1 del Bernabéu en el retrovisor. La primera oportunidad del Barça para dar a creer a los suyos, encima, ante el archienemigo Real Madrid, qué mejor víctima para llegar bien nutrido para la vuelta ante el Milan.

Pero en el rostro del equipo daba síntomas, no en vano, en tres de los últimos cuatro compromisos ligueros comenzó perdiendo. ¿Desidia?

El mismo Messi que invitaba a confiar en la remontada ante el Milan se vistió de prestidigitador frente al Madrid para desaparecer ante la mirada de casi 90.000 almas en directo y millones al televisor. Como él, más presentes pero sin capacidad de incisión en el orden de la zaga madridista, sus compañeros. Solo Iniesta está abonado estos días a la regularidad. Y así hasta caer eliminado por un contundente 1-3, el mayor trofeo blanco en los últimos 50 años.

Hubo un tiempo en el que daba igual quién fuera el elegido en tal o cual posición, por la tremenda movilidad de cada integrante del vestuario culé, y quién sabe si con más hambre que hoy. Pero han transcurrido años con los mismos patrones y el Barcelona es ahora un segundo, tercer o cuarto episodio de lo mismo. La obsesión por la posesión, por imponer el tempo, ha hecho romo a al equipo -las novedades no han traído alternativas: Ibrahimovic, Villa, Alexis...-, incluso, sumisos del juego, ha cercenado virtudes individuales que se prestan a en una acción concreta determinar un resultado. Pocos asumen el riesgo de dar la pelota al rival -o pocos tienen confianza o responsabilidad para hacerlo-, pero sin ese tipo de jugadas desequilibrantes, el equipo es plano. Ha ido perdiendo, progresivamente, a medida que el resto ha mamado su fútbol, la capacidad de sorprender, y menos de reaccionar. De ahí que ahora cobre trascendencia la elección de un Villa o un Fábregas para la misma posición.

banquillo medio dispuesto No es de conocimiento público en qué grado dictamina Roura desde el banquillo, según sus sensaciones, pero lo cierto es que no se pueden atender dos cosas al mismo tiempo: las palabras -quizás mandatos o simplemente impresiones- de Vilanova vía telefónica y filtradas con intermediario, así como el devenir en el campo. Tanto contra el Milan como ante el Madrid, el equipo culé terminó el partido como inició, con indiferencia de lo arrojado en el marcador. No hubo repercusión ni efectos notables de una mano ajena al césped. Sí sucedió, sin embargo, con la inclusión de Varane por parte de Mourinho o la disposición táctica del Milan.

En el duelo de vuelta contra los rossoneros se juega más que una eliminatoria. Tendrá que saber reinventarse para dar credibilidad a un grupo que, si no cambia su imagen, exigirá recursos y revulsivos.