BILBAO. La selección española se clasificó para las semifinales de la Eurocopa derribando otro muro psicológico, con la primera victoria en un partido oficial frente a Francia.

Mucho se ha escrito y hablado sobre la intrahistoria de este encuentro. Se ha recordado en abundancia el error de Luis Arkonada en la final de 1984, frente a la Francia de Platini, Tigana, Giresse o Luis Fernández. También que Raúl González quedó retratado para la posteridad con la mácula de haber fallado aquel penalti, que hubiese forzado la prórroga, en el último minuto de otro choque de cuartos de final contra Francia, en la Eurocopa de Bélgica y Holanda del 2000.

Y cómo no la última vez, en los octavos de final del Mundial de 2006, en Alemania, frente a la decadente y vieja Francia del otoñal Zidedine Zidane, que ofreció una lección de pundonor ante el combinado español, dirigido ya por Luis Aragonés, que entonces iba de sobrao.

En cierto modo este último episodio cobró presencia en el transcurrir del encuentro, como también su carácter de no retorno y el enorme peso cobran los errores. Pero también los galones, y hay que reconocer que el actual campeón de Europa y del Mundo enseña insignias de mariscal. Impone y se le reconoce mentalidad de ganador.

Francia planteó el encuentro mediatizada por todas estas circunstancias admitiendo la alcurnia de España, hasta el punto de que Laurent Blanc varió su dibujo habitual. Prescindió al inicio de Nasri, el distribuidor del juego de los galos, y entregó la iniciativa del mismo a su rival para controlar los tiempos desde el sigilo y la prudencia de una trinchera bien diseñada y mejor construida. Además dispone de dos futbolistas con jerarquía e inspiración, como son Franck Ribéry y Karim Benzema, apoyados en ataque por Malouda y Ben Arfa, para buscar un zarpazo letal.

La argucia dio sus frutos a medias. Porque España también se lo tomó con filosofía. No desplegó un gran fútbol. Estuvo espesa, mascando cada jugada, pero prudente y consciente también de la transcendencia de cualquier error.

Dos destellos Pero la diferencia sustancial que marcó el partido fue la calidad. La enorme calidad que posee muchos de sus futbolistas. Un par de relámpagos fundieron a Francia, que no pudo remediarlo apelando a su estelar Benzema, que deja el torneo sin oler un gol.

En el primero participó Iniesta, que lanzó a Jordi Alba por la derecha en una carrera rapidísima desbordando a Debuchy, que rodó por los suelos. El lateral valencianista, del que se dice que tiene pie y medio en el Barça, tuvo tiempo de mirar, ver la llegada de Xabi Alonso al área y templar el pase para que el centrocampista vasco pudiera cabecear la pelota absolutamente solo.

La falla en el sistema defensivo galo fue evidente y garrafal, pero previamente hubo un destello de magia.

El segundo gol también vino en otra jugada genial, cuando el partido agonizaba y Francia, agotada por el esfuerzo, quemaba sus últimos gramos de sudor. Cazorla metió un pase interior a la carrera de Pedro que volvió a descoyuntar a la zaga francesa. Xabi Alonso transformó el penalti pegando al balón duro, con seguridad, sin piedad.

Xabi Alonso se convirtió así en la referencia, porque supo dirigir con diligencia y maestría el equipo, apareció por sorpresa para anotar el primer gol y no tuvo dudas al transformar el penalti. No podía festejar de mejor manera su partido número cien con la selección española.

Del Bosque volvió apostar por Cesc Fàbregas como falso nueve, porque el futbolista catalán le aporta dos cosas fundamentales para él: gol, que lo tiene, y capacidad de asociación para llevar a cabo con eficacia el control y circulación del balón.

Mediada la segunda parte, cuando Francia buscaba con más decisión la portería de Iker Casillas y las dudas comenzaban a aturdir al los jugadores españoles, Del Bosque optó por insuflar velocidad al juego dando entrada en la cancha a Pedro por Silva y a Torres por Cesc. La maniobra no resultó todo lo bien que se esperaba, porque España ganó el profundidad, pero a cambio de perder el control de la pelota.

Francia notaba los síntomas del desgaste, cansada por lo mucho que tuvo que correr para tan poco lustre. Pero también España. Sin embargo, el 1-0 era un resultado demasiado corto para usarlo de parapeto. Un balón perdido por Busquets a causa de una frivolidad (taconazo hacia atrás sin mirar) posibilitó un contragolpe que casi culmina en el gol del empate.

Lo cierto es que Del Bosque supo reaccionar a tiempo. Cambió a Cazorla por Iniesta, que no tuvo precisamente su mejor noche, con el propósito de recuperar el control del balón y los tiempos del partido.

El recurso le salió redondo. De Cazorla salió el pase a Pedro que desencadenó el penalti y el segundo gol que cerraba un partido muy táctico y poco espectacular, pero tremendamente efectivo para los intereses de España.

Ahora aguarda Portugal y Cristiano Ronaldo, que está empeñado en llevarse el balón de oro cabalgando febrilmente por la Eurocopa.