El Dauphiné se instaló en las alturas, donde se entroniza Tadej Pogacar, que lanza la mirada al frente en los Alpes opulentos, en el valle de Maurienne, concatenados la Madeleine, la Croix de Fer y Valmeinier una subida recién asfaltada para el Tour, paralela al Galibier hasta Valloire.
Tres colosos, fuera de categoría, en una jornada corta, para mirar a los Campos Elíseos de París, donde se le espera el 27 de julio. Sobre esa arquitectura del club de los imposibles, a 30 grados, la canícula presente, los muchachos de Jonas Vingegaard aceleraron la travesía para tratar desestabilizar al esloveno invencible, firme en su peana de oro.
Los costaleros de Pogacar, el líder que todo lo puede, envidaron embridando los picotazos del Visma hasta que el esloveno mandó parar y aplastó cualquier conato de rebeldía con otra exhibición que le encumbró en Valmeinier con una renta de 14 segundos (aflojó en el final el líder) sobre Vingegaard, en su pelea con un gigante y consigo mismo para no abandonarse ante otra sacudida en su moral.
Más tarde llegó Lipowitz, el tercer hombre, que se dejó 1:21. Evenepoel, aplastado por las montañas, se evaporó. En la general, Pogacar dispone de una renta de 1:01 sobre Vingegaard y 2:21 respecto al alemán.
Critérium du Dauphiné
Séptima etapa
1. Tadej Pogacar (UAE) 4h10:00
2. Jonas Vingegaard (Visma) a 14’’
3. Florian Lipowitz (Red Bull) a 1:21
General
1. Tadej Pogacar (UAE) 25h44:58
2. Jonas Vingegaard (Visma) a 1:01
3. Florian Lipowitz (Red Bull) a 2:21
En ese balanza, en el pesaje entre las dos escuadras más poderosas, Romain Bardet, conmovedor su esfuerzo, buscó una hebra para tirar hacia la utopía. Bardet, que se descolgará del ciclismo con el telón de fondo del Dauphiné, alzó el orgullo y los cuellos de la dignidad en el entramado alpino.
Todopoderoso Pogacar
Llegó con algo de vida a la última cumbre. Honor en la despedida. Detrás del que fue el hombre que soportó sobre sus hombros el deseo de un país para reconciliarse con el Tour, se apostaban Pogacar, el dueño del latifundio, y Vingegaard, el que quiere volver a serlo. De momento, Francia es de Pogacar.
En el mismo grupo respiraba Paul Seixas, jovencísimo francés, de apenas 18 años, al que Francia mira con ojos de enamorado. El relevo. Cuando se apagó Bardet, estalló Pogacar, que no está dispuesto a entregar ninguna antorcha. Él la emplea para encender el lanzallamas. Escupió fuego como un dragón el esloveno, tarareando una nana mientras subía a ritmo de rock&roll.
Vingegaard se quedó con el humo en los ojos y un velo de alquitrán en la mirada. El danés perseguía a un Pegaso, a un caballo alado, a un Ícaro que no tiene alas de acera y se aproxima al sol. Pogacar, solo y al comando una vez más, amarillo fulgurante, tan veloz que tenía que frenar en las curvas en las escalada, fijó el rumbo hacia otra corona de laurel.
Fulminada la emoción, omnipotente el esloveno, a Vingegaard le quedaba el coraje como nutriente ante una bestia que todo lo devora, un competidor atroz, capaz de arremeter con furia en cualquier escenario y derribar todos los registros mientras silba.
Ni un gesto de sufrimiento, ni una mueca de dolor ante el padecimiento y la agonía del danés. El goce y el deleite acompañaban a Pogacar en su paseo. No se rindió el danés, que entregó 14 segundos. El debate, sin embargo, era intrascendente porque la sentencia estaba redactada desde el instante del despegue del esloveno.
Nada resiste el empuje de Pogacar, interpelado por la Historia, su único interlocutor válido. En su relato de gestas, hazañas y logros, el esloveno coleccionó otra postal victoriosa sobre otra cima. Con el triunfo en Valmeinier rebasó a Miguel Indurain.
Amasó su victoria número 98, la tercera en lo que va de Dauphiné. En Pogacar todo es una hipérbole, exagerado su dominio. Tiránico. Se presagia un Tour de un único candidato si no lo impide un repunte extraordinario del danés o una catarsis.
De exhibición en exhibición
El calor de julio en junio barniza el esfuerzo con el sudor del Tour, que el Dauphiné reproduce a pequeña escala, como si se tratara de una maqueta de lo que será. La dimensión, aunque más reducida, no puede ocultar la grandeza del esloveno, un meteorito que todo lo arrasó con su impactante victoria un día antes en Combloux, donde reventó el tiempo de subida que marcó en 2023.
Lo pulverizó. Cenizas tras el fuego. Entonces, en el Tour, fijó 14:27. Dos años después, su marca quedó en unos escuetos 12:53. 86 segundos de mejora. Una barbaridad. El salto de rendimiento es irracional.
En ese péndulo, Vingegaard, celebérrima su actuación en aquella crono hipersónica y disparatada, estableció un registro de de 13:21. El viernes empeoró la actuación. Subió en 13:38. En Valmeinier, el asalto fue de 12 kilómetros, desde donde se lanzó Pogacar a su enésima conquista. Vingegaard estuvo más cerca, pero lejos aún.
El esloveno llegó a disponer de una renta próxima al medio minuto. En el tramo final, el danés, con el rostro de tragedia griega surcándole el alma, encontró una bocanada de esperanza y entregó 14 segundos en medio de la fatiga ante el imponente y risueño esloveno, de nuevo vencedor tras levantar el pie en los últimos 500 metros. Pogacar nunca se acaba.