El arte de hacer enemigos
Mourinho aburre con su propuesta futbolística, pero ya ha logrado triunfar como rey de la polémica
Bilbao
Cuando José Mourinho irrumpió sobre el césped del Nou Camp y se puso a saltar como un poseso en fase crítica no respondía a un impulso anímico, consecuencia de haber eliminado con el Inter al potentísimo Barcelona en su propio estadio y clasificar al equipo italiano para la final de la Liga de Campeones con su infame propuesta futbolística. Aquella maniobra orquestal bajo los focos incandescentes del coliseo azulgrana estaba fríamente calculada y fue ejecutada por el engolado entrenador luso con la maestría de un consumado actor.
Para entonces -28 de abril de 2010- era un secreto a voces que Mourinho se iba a convertir en entrenador del Real Madrid. Qué mejor guiño cómplice con sus futuros parroquianos. Además de evitar que el Barça pudiera ganar su cuarta Copa de Europa en el mismísimo Santiago Bernabéu, tocaba la moral y sacaba de quicio a los culés con una danza ritual en el centro de su estadio. Hasta que el meta azulgrana Víctor Valdés le sacó del escenario, evitando la eventualidad de que lo hubiera hecho algún exaltado.
Días después, José Mourinho, con la Copa de Europa bajo el brazo y la aureola de grandioso triunfador, firmaba un contrato descomunal que tendrá para el Real Madrid un coste de 80 millones de euros, de los cuales la mitad se los embolsará netos el entrenador portugués.
Florentino Pérez, aquel presidente que en su primera época pregonaba la obligación inexcusable del Real Madrid con el fútbol bonito y espectacular, representado por Figo, Zidane o Ronaldo, justificó la operación cambiando radicalmente su discurso: Ahora, sólo cabe calmar las urgencias. Colmar la sed de títulos. El objetivo principal es "ganar". "Como sea". Es decir, Mourinho.
Lo que Florentino Pérez no calibró en su justa medida es que la contratación del "mejor entrenador del mundo", según aseguró en el acto de presentación, han sido los daños colaterales. Si bien el presidente blanco fue capaz de asumir de antemano la eventualidad de dejar en un segundo plano el sentido del espectáculo, otra cosa es la imagen que el aclamado personaje en cuestión está proyectando sobre una entidad que tiene a gala y pregona que la educación y los buenos modales, como la mentalidad ganadora, conforman la esencia genética del madridismo.
de charco en charco Efectivamente. Apenas un mes de competición han mostrado la incapacidad de José Mourinho por construir un equipo que divierta, o en su defecto se muestre contundente. Pero donde falta fútbol sobran sus malas artes, cualidad que derrocha y le han granjeado la antipatía general y una animadversión creciente que también salpica a la entidad blanca.
En tan poco tiempo José Mourinho ha pisado todo tipo de charcos. El Real Madrid empató el primer partido liguero, frente al Mallorca, donde Cristiano Ronaldo resultó lesionado en su tobillo derecho. En vísperas del siguiente encuentro, ante Osasuna, soltó un "temo que le metan una hostia y que le pase lo mismo", con la clara intención de presionar al colegiado de turno.
En el siguiente partido liguero, en Anoeta, donde el equipo blanco derrotó a la Real Sociedad con un fútbol anodino, pero amparado por la buena suerte, se pudo ver a Mourinho arrojando con furia un botellín de agua contra su banquillo que casi alcanza a uno de sus ayudantes, reacción colérica a un fallo de Sergio Ramos. Para culminar la faena, camino de regreso a Madrid, Mourinho habló para la televisión portuguesa: "No entiendo porqué no me dejan ir (a ejercer de seleccionador portugués simultaneando su cargo con el de entrenador madridista). Estoy triste. Me gustaría echar una mano para que Portugal se clasifique para la Eurocopa. Es una situación muy difícil de solucionar".
A las 2.30 horas de aquella madrugada, cuando la expedición blanca llegó a Madrid, Mourinho se dirigió a los periodistas para decirles que sus palabras habían sido mal interpretadas. Lo que faltaba. Con la que estaba cayendo, con lo que cobra, y no se le ocurre otra cosa que una pataleta porque el club no le deja además dirigir a la selección lusa, pues su sabiduría balompédica le daba para ejercer de prócer de la patria.
En el siguiente compromiso se dio de bruces con Mauricio Pochettino, entrenador del Espanyol, la sucursal madridista en Barcelona, con quien mantuvo un altercado por dirigirse a su banquillo, amén de conseguir que el colegiado Clos Gómez se excediera expulsando a Galán por una entrada a Cristiano.
En vísperas de jugar con el Levante en Valencia, censuró las alineaciones, plagadas de futbolistas poco habituales, de los rivales del Barcelona, aprovechando que el Sporting se presentó en el Camp Nou con ocho cambios y una mayoría de jugadores que son habituales reservas. Es decir. Había tres partidos ligueros en apenas una semana y, como es lógico, prácticamente todos los equipos hicieron rotaciones. Pero Mourinho, que también criticó el calendario, decidió fomentar la amistad con Asturias y poner bajo sospecha a toda la Primera División. "Tendremos que hacer muchos puntos, sobre todo si algunos equipos que juegan contra el Barcelona le regalan el partido porque piensan que no pueden ganar y meten el segundo equipo a jugar».
Al día siguiente provocó a otro colega, Luis García, técnico del Levante, que sin embargo acudió al librillo ejemplar de Mourinho para copiar el capítulo que uso con el Inter, de antifútbol puro y duro, aquel glorioso día en el Camp Nou. El sideral Madrid no pudo ganar el equipo más modesto de la categoría, pero se habló más de Mou que del egocentrismo del intocable Ronaldo.
Mourinho se trasladó con los bártulos de provocar a Europa a Auxerre, montando un pollo a los periodistas porque le preguntaron sobre la ausencia de Pedro León, a quien se refirió con desprecio, y no sobre la titularidad de Benzemá.
Los mourinhologos aseguran que todo está maquiavélicaquemte calculado. Que esas tácticas de dispersión son el antídoto que utiliza para liberar de presión a sus muchachos y, mientras concentra sobre su persona toda la atención, va construyendo un equipo ganador.
De momento, no cuela. Mou irrita, y tampoco ha logrado atemperar las inevitables comparaciones: respecto al exquisito juego del Barça, o hacia su antecesor, Manuel Pellegrini, que a estas alturas tenía más victorias (las cinco) y más goles (16 sobre 6), educación, estilo y buenos modales.