En edad juvenil llegó a pensar en la cúspide cuando conquistó la Copa (1995-96) para un Deportivo que en la élite ya era Súper con Bebeto. El destino y los problemas físicos torcieron el rumbo de Ramiro Figueiras (Ponteceso, A Coruña, 17-XII-1977), conocido como Amarelle en el fútbol playa, sobre cuya arena lleva coleccionando infinidad de títulos y galardones FIFA, codeándose con figuras. El éxito también le ha acompañado en el Milano de Italia, donde ahora milita; y espera que prosiga con la selección estatal en el Mundial que hoy arranca en Dubai. "Me puse Amarelle por mi madre y mi abuelo materno, es mi segundo apellido", dice a DEIA en una charla donde hace balance de sus vivencias y aspiraciones.

"Guardo un gran recuerdo de esa Copa con el Deportivo, al que este curso he vuelto para dirigir a un equipo alevín. Tengo amigos íntimos de esa etapa y aún quedamos unas cuatro veces al año para cenar y comentar las mismas anécdotas. Fue un punto de inflexión. Llegar arriba es complicado, algunos hay por Segunda B pero estoy feliz por el camino que me tocó", evoca pese a que no fue fácil. "Entonces sufrí una rotura de fibras que me apartó ocho meses y cuando volví me dañé el ligamento del tobillo. Otros ocho meses de rehabilitación que, unidos a la poca confianza que notaba a mi alrededor, lo cambiaron todo. Para reponerme mejor jugué un campeonato de playa ante la selección española, aquella de ex jugadores con nombre (Míchel y Butragueño, entre otros), les gusté y hasta hoy".

"Llegué a pensar que mi cuerpo no estaba hecho para tanto esfuerzo, pero resulta que me metí en un deporte de mucha explosividad que combina el físico, la técnica y la táctica en constante evolución", destaca el líder del combinado que dirige Joaquín, el futbolista que más veces vistió la camiseta del Sporting. Con sus primeros destellos, de nuevo recibió Amarelle ofertas para el fútbol-11, pero las esquivó. "No me daban el nivel de seriedad que ya había encontrado. Cuando empecé tenía 19 años, era un mocoso, y tenía que devolver tan gran favor. Me hice deportista y ahora padre de familia. Me casé y tengo una cría de siete meses", comenta. "Aquella generación me educó y vio en mí un elemento emergente que podía marcar época en el fútbol playa. En la vida, el dinero tienta, y habría vuelto si me hubiesen dado un millón de euros por temporada, pero no era el caso. Vale más realizarse como persona", subraya ruborizándose por el hecho de que, equiparado al fútbol, su caché actual rondaría el de las grandes estrellas.

Aunque blanquiazul, es un enamorado del Barça de Messi, "pero porque manifiesta el dominio del concepto que desea trasladar. Por ejemplo, sin ser amante del juego directo, me encantaba el Athletic de antes porque era un referente en lo suyo, lo hacía perfecto. Me gusta el que demuestra que controla aquello que persigue. También hay jugadores del Madrid que admiro (ríe)... cuando lo hacen bien". En Milán ha hallado recursos y gestas: "Llevo cuatro años ganando títulos, compartiendo una experiencia fantástica, con unas instalaciones que no existen en el Estado. A la espera de si se crea estadio propio y la Champions. No sé qué decidiré en el futuro porque tampoco pretendo perderme nada de mi niña". La FIFA le definió sin tapujos: "Es el Beckham del fútbol playa. Una cara de ángel y un pie izquierdo devastador".

Sabedor de la literatura acerca de la cantidad de mimbres que, por ejemplo, La Concha dio a la Real; Amarelle no acierta a entender por qué su deporte no irrumpe con más fuerza. "Pese a los trofeos, no arrancamos. No sé si falla la promoción, más labor con los niños... En Brasil a los niños les echan con dos añitos a la arena, y empiezan a jugar a lo que sea con el balón. El propio Alves confesó que gracias a eso atesora esa técnica y desarrollo muscular", apostilla.

"Tanta gloria es fruto del trabajo, respaldado además en un grupo", se congratula, feliz (como hizo antes en el Racing) de aportar su granito a la cantera del Depor. "Los chicos me aportan mucho más que yo a ellos". De vuelta a sus orígenes.