MILAN: Dida; Oddo, Nesta, Thiago Silva, Zambrotta; Ambrosini, Pirlo, Seedorf; Pato, Borriello (Min. 79, Inzaghi) y Ronaldinho.

REAL MADRID: Casillas; Ramos, Pepe, Albiol, Arbeloa; Lass, Xabi Alonso, Kaká, Marcelo; Higuaín (Min. 74, Raúl) y Benzemá (Min. 82, Van Nistelrooy).

Goles: 0-1: Min. 29; Benzemá. 1-1: Min. 34; Ronaldinho, de penalti.

Árbitro: Felix Brych (Alemania). Amonestó a Pato, Marcelo, Arbeloa, Pepe.

Incidencias: San Siro. 78.000 espectadores.

BILBAO. Nunca un empate europeo supo tanto a dos grandes venidos a menos por distintas circunstancias. Mientras al imperio Berlusconi le permite sacar pecho contra quienes le han enterrado, el de Florentino puede usarlo como tirita que frene visiblemente la hemorragia sufrida hace una semana en un campo de rango menor. Resultado que, eso sí, no logra esconder del todo sus respectivos déficit. Los de Leonardo no están más que para amarrar como sea un puesto continental en el Calcio. Y los de Pellegrini siguen siendo incapaces de responder tal y como le corresponde a un proyecto en el que se han dejado infinidad de créditos bancarios.

El festival arbitral mediatizó una alocada primera parte cuya falta de pausa perjudicó al cuadro blanco, que plasmó su dominio adelantándose a la media hora con gol de Benzemá, omnipresente en ataque. Big Ben, como le llaman sus íntimos, trata de esbozar los movimientos de Ronaldo -el brasileño-, su fuente de inspiración. Colecciona vídeos de su ídolo y una cinta con sus mejores tantos que no deja prestada ni a su mejor amigo. Pero los italianos, que han convertido San Siro en un cementerio de elefantes, disponen de una joya en bruto que responde al nombre de Pato, por ser ésta su ciudad natal. Alexandre, que ya antes había obligado a Casillas a lucirse como en él es costumbre, es el faro que sujeta a los Ronaldinho y compañía. Y es que mientras sus compañeros están más pendientes de la moda o contratos publicitarios, él se pasa las horas en Internet empapándose de fútbol o simulando sus jugadas en la Play-Station.

El empate llegó sin embargo tras un dudoso penalti transformado por El Gaucho, tras una asistencia de Zambrotta que se estrelló en el antebrazo de Pepe. Sólo dos minutos más tarde el colegiado enmendó la plana al anular a Pato un gol, bien por ayudarse con el brazo o por falta sobre Arbeloa, sin que ninguna de las infracciones existiera. Simplemente persiguió el cuero, su obsesión. Como cuando, tras reponerse de un tumor óseo en la espalda, jugaba a fútbol sala y un ojeador del Internacional de Porto Alegre se lo llevó a 500 kilómetros de casa con apenas 12 años. Al descanso las espadas llegaron en todo lo alto, si bien el Madrid se sentía acechado por los fantasmas que le devoraron en el Bernabéu.

De hecho, su superioridad se desvaneció en cuanto echó a andar la segunda mitad sin que el balón le durara un par de segundos, aunque refugiado en toda la dinamita que guardan sus botas. Pirlo, primero, y después Borriello pasearon su silueta con peligro en el área merengue. Nada que ver con el bagaje inicial, cuando el Madrid sumaba seis disparos en un cuarto de hora por ninguno de su rival. Con Pellegrini firmando las tablas, Inzaghi tuvo en boca de gol la opción para desequilibrar la balanza ante la pasividad de la retaguardia blanca. Pero para oportunidad, la de Raúl, que lamentó la mano que tuvo que sacar el discutido Dida cuando el reloj expiraba. Al final, un punto de anestesia para ambos. A los madridistas les faltó el hambre y la ambición suficiente para hincar el diente a un contrario moribundo, y sobre todo mucho más juego por las bandas. La Champions te exige sacar nota para llegar lejos, y hoy día el Madrid, incapaz de romper la maldición de San Siro, se empeña en suspender demasiadas materias.