El vicepresidente segundo ha pisado una charca y cada vez (le) salpica más. Lejos, como siempre, de asumir siquiera una mínima cuota de responsabilidad -"si ves que tu novio te controla el móvil, denúncialo", aconsejaban las campañas contra la violencia de género-, Iglesias cree que todo se reduce a un complot judeomasónico para arrancarlo del gobierno de coalición. En la defensa de su honor ha pisado tan fuerte el acelerador que esta vez corre el riesgo de descarrilar. Su ácida campaña de descrédito contra un periodista acreditado como Vicente Vallés, a quien viene situando por sus informaciones -aún no rebatidas- junto a la misma recua de tertulianos conectados con las alcantarillas suministradoras de informaciones pestilentes, no es propia del cargo institucional que ocupa. Denigra esta responsabilidad al tiempo que mancilla la libertad de prensa. Para evitar la onda expansiva, Pedro Sánchez se echa a un lado. Tampoco es descartable que disfrute disimuladamente del desgaste que estas polémicas mediáticas y políticas siempre provocan a quienes las sufren. Sobre todo, en días electorales.

No son los mejores momentos para Podemos. Los ministerios, y en especial la demostrada solvencia de Yolanda Díaz en Trabajo, son su auténtica salvación pública. Las previsiones para el 12-J, en cambio, asoman angustiosas por las encuestas. En Galicia, apenas cuentan después de la irrupción espectacular que se atribuye al renacido BNG y la lógica recuperación del PSG, que rentabiliza así el efecto mimético del poder en Madrid. La supuesta incidencia de las mareas en una imaginaria alternativa de izquierdas a un Feijóo sin mayoría absoluta se antoja testimonial. Es evidente que la factura de las rencillas internas se acaba pagando a precio alto. Miren Gorrotxategi empieza a imaginarse en su estreno hasta dónde llegará el coste de la división sufrida.

Así las cosas, Maddalen Iriarte tendrá que esperar a mejor ocasión. A Bildu le esperan cuatro años contra la fuerza de una mayoría absoluta. Tiempo suficiente para adecuar el mensaje más idóneo que requiere una auténtica alternativa para el cambio. Una solución que ellos mismos saben cuál es. Les queda, eso sí, atreverse a jugar esa carta.