El fenómeno electoral no puede sustraerse de la muy extraordinaria situación que estamos viviendo y de cuya gravedad, me da la impresión, aún no somos del todo conscientes. O al menos actuamos como si no lo fuéramos. Nos queda un verano que quizá traiga más rebrotes y de mayor gravedad que lo esperado. Ante ello, a pesar de los que nos digan los defensores de la infantilización del ciudadano, de su inocencia absoluta, de su imposible culpa, de su irreparable incompetencia, debemos mirarnos una y otra vez a nosotros mismos al espejo con adultos capaces y responsables: tenemos toda la información, sabemos de la gravedad de la situación, conocemos las medidas que minimizan el riesgo no hasta el extremo de eliminarlo, pero sí hasta hacerlo social o epidemiológicamente controlable, que es de lo que se en este momento se trata. Mascarilla aún en caso de duda, higiene extrema de manos, prudencia al tocar cosas, distancia social razonable: no es necesario exagerar, ni sobreactuar, ni paralizarse, ni dejarse llevar por el miedo, ni dejar de hacer mil cosas buenas y necesarias, pero sí tener una actitud prudente y cuidadosa.

Con estas medidas, que están a nuestro alcance prestando un poco de atención, ir a votar es seguro. Y en estas circunstancias, ir a votar es necesario, yo diría que casi obligado para todas las personas que, pudiendo hacerlo por razones de salud u otras, creen en la democracia y se comprometen con ella. Estamos ante cuatro años decisivos para el mundo y para nuestro país. Los equilibrios cambian, las relaciones también. Las normas cambian, la economía y la sociedad también. La política cambia. Necesitamos más inteligencia, más rigor, más reflejos, más seriedad, más formación profunda, más prudencia, más capacidad que nunca al frente de nuestras instituciones. Gente que repite frases sin cuestionarlas, razonarlas o comprender los dilemas o conflictos que conllevan no sirve para la labor ni el momento.

Pero no estamos en momento en que baste ser técnicamente solvente y no cometer graves errores. Estamos también en momento de asumir riesgos, de aprender sobre la marcha y juntos, de darnos márgenes controlados de prueba y error, de experimentar, de crear, de acordar, de confiar y de compartir. Necesitamos un ambicioso modelo de futuro para nuestro país y las inercias no nos sirven. La pandemia nos enseña modestia (nadie lo sabe todo) y trabajo en equipo entre todos, pero también que los límites de lo posible son muy difusos, movedizos e irreconocibles.

Algunos de los debates de esta campaña han sido viejos. Más viejas aún son las actitudes contra la libertad de prensa, o las agresiones y los gritos como herramienta política. Nos sobran odios y fanatismos (un abrazo aquí a la familia Buesa). Nos sobran los listos que todo lo saben a toro pasado.

Lo que sí necesitamos es visión, grandeza, generosidad, capacidad de acuerdo y ambición de país. Y además necesitamos de su voto, amigo lector, amiga lectora, y del mío, que lo haga posible. Ayer tocaba campaña, hoy toca votar y mañana toca iniciar una dura carrera de años por convertir el gravísimo problema planteado por la covid-19 en oportunidades de mejora social y personal.