SI algo podría haber dado un giro, puesto freno a la tendencia populista de reducir la acción política a una sucesión de acciones de marketing, movilizaciones callejeras, insinuaciones y bloqueos en la que se ha asentado la política española, no será la comparecencia de ayer de Leire Díez. La exmilitante socialista, por inexperiencia o interés, permitió que la declaración que debía clarificar algún extremo de las acusaciones que la vinculan con una presunta operación del PSOE contra la UCO fuera un mero espectáculo inútil, carente de información y propicio más para un reality show que para devolver a la política la fiabilidad que debe tener. La actividad política padece en democracia de un mal que se extiende en tanto se popularizan usos de auténtico hater digital, ajenos a la debida eficiencia, el compromiso y los principios de servicio público en los representantes electos. Se diluye la conciencia sobre la dificultad de mantener y la fragilidad de un marco de derechos y libertades y administrado desde principios democráticos y servicio a la ciudadanía, para decantarse por un reduccionismo que prioriza el sufragio, en un mercado en el que lo fundamental no son los mecanismos institucionales de garantías , convivencia y equilibrio social sino la consecución del poder. Se abren paso la desinformación y el beneficio personal por el ejercicio del mismo mediante posiciones de influencia. La gestión política debe ser el procedimiento para encarar y canalizar hacia la adopción de soluciones los problemas que, de lo contrario, se convierten en motivo de confrontación y conflicto. Situar ese conflicto como principio de la acción política –bien sea desde el gobierno o bien desde la oposición– degenera en suplantar la verdadera política por su instrumentalización. El caso de Leire Díez es otro síntoma de un deterioro que debe ser cortado de raíz. Como lo son los comisionistas que medran y defraudan al calor del bien público y lo son quienes difunden discursos contra la convivencia para generan malestar y capitalizarlo en la calle cuando no lo logran en las urnas. La desconfianza en la política se traduce en menos participación electoral y en sobredimensionamiento del populismo, enemigo de la democracia y el derecho. Es una pendiente peligrosa por la que la política española se ha lanzado y coge velocidad.