La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29), conocida como Cumbre mundial del clima y cuyo principal objetivo es el logro de un acuerdo cuantificado de financiación con el que costear las medidas necesarias para frenar el calentamiento global, arrancó oficialmente ayer en Bakú, capital de Azerbaiyán, con significativas ausencias y muchas dudas sobre su alcance real y la ambición de los países participantes por evitar lo que la ciencia califica ya de catástrofe. En la capital azerí no estarán los líderes de los principales países contaminantes y desarrollados y que, por tanto, pueden hacer más tanto en la toma de medidas -principalmente, en la reducción del uso de combustibles fósiles- como en asumir los compromisos de financiación que reclama, justamente, el Sur Global. La no presencia del presidente de EE.UU., Joe Biden; ni de su sucesor, Donald Trump; ni del líder ruso, Vladímir Putin; el chino, Xi Jingping; la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; el presidente francés, Emmanuel Macron; el canciller alemán, Olaf Scholz, o el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, ofrece, en conjunto, una imagen negativa del compromiso con la crisis climática. Aun así, 200 países acuden a las negociaciones que se desarrollarán en Bakú durante dos semanas. La tragedia provocada por la dana en la península ibérica, fundamentalmente en la Comunitat Valenciana, marca el inicio de la COP29, puesto que supone la última y dramática constatación de que el cambio climático está teniendo ya consecuencias trágicas que afectan directamente a la población. El documento presentado ayer por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), en el que revela que entre enero y septiembre de este año la temperatura media del planeta superó en 1,54 grados Celsius la de mediados del siglo XIX, que es tomada como referencia para evitar posibles efectos catastróficos sobre la naturaleza y los seres humanos, supone una alerta roja sobre el peligroso ritmo que está alcanzando ya el calentamiento global, lo que supone una perspectiva aterradora. Con el más que probable desmarque de EE.UU. en la lucha climática con el regreso de Donald Trump, la Cumbre nace sin grandes expectativas ni la ambición necesaria, salvo que los países fuercen un compromiso que a día de hoy parece improbable.