Hay proyectos que nacen de un sueño, otros de una vocación… y luego están los que nacen de un golpe de vida que te transforma. El espacio de educación canina y hotel para perros de Eider Fernández y su pareja, David Iglesias, pertenece a esta última categoría

Esto quiere decir que no es un negocio al uso, ni pretende serlo. Es, ante todo, un refugio emocional, un hogar para quienes nunca lo tuvieron en otra vida. Y también una forma de devolver al mundo parte del cariño que a Eider le salvó cuando apenas era una niña y la vida le puso ante una dura prueba.

Algo más que un regalo

La historia empieza muchos años atrás, cuando Eider tenía 11 años y le diagnosticaron un sarcoma. Una edad en la que la vida debería estar llena de juegos y despreocupaciones, no de hospitales ni tratamientos. En medio de ese torbellino, ella pidió algo muy especial: tener un perro. No un regalo, sino un compañero. 

Aquel animal, de nombre Azken, se convirtió en su apoyo durante las sesiones de quimioterapia y desde aquel momento, Eider supo que su vida iba a estar ligada para siempre a los perros, a su bienestar y a su capacidad de sanar.

Ese deseo profundo se ha transformado hoy en un proyecto precioso, Zintzoa, en un entorno verde, tranquilo y casi mágico de Loiu, pegado al monte. Allí, ella y David están levantando un espacio pensado para perros con historias difíciles, animales que cargan cicatrices del maltrato o del abandono.

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Zintzoa, un espacio de educación canina y hotel para perros Markel Fernández

En este rincón encuentran un hogar en el sentido más humano de la palabra, un lugar donde recibir cariño, paciencia y afecto; aquello que nunca recibieron de sus anteriores dueños.

Familias implicadas, perros felices

Pero ese no es el único objetivo. Eider quiere también ayudar a las familias a comprender mejor a sus perros, a educarlos desde el respeto y a convivir con ellos de manera equilibrada. Por eso ofrece clases de educación canina y asesoramiento, siempre desde una filosofía basada en el afecto, el entendimiento y el esfuerzo mutuo.

Ella insiste en que no hay milagros: la clave está en la implicación de la familia, en el compromiso de aprender, de escuchar y de estar presente. “El perro pone de su parte, pero la familia también tiene que dar el suyo”, nos cuenta.

El proyecto ha sido posible también gracias al apoyo de la Fundación Gaztenpresa de LABORAL Kutxa, que ha acompañado a Eider en los pasos necesarios para convertir esta idea en una realidad sostenible. Con su ayuda, ella ha podido ordenar el proyecto, darle forma, planificarlo y abrir sus puertas con seguridad y solvencia. Porque un sueño necesita corazón, pero también estructura.

Iniciativa apoyada por Gaztenpresa y Lanbide

DESCUBRE MÁS SOBRE EL PROYECTO GAZTENPRESA DE LABORAL KUTXA

En el día a día, Eider no está sola. A su lado están David, Lohitzune y María (que les ayudan en las clases) y también el recuerdo de Shaina y Cooper, dos de sus brújulas en este camino junto con otro perro muy especial y que lleva tatuado en su piel, Boris. Y junto a ellos, los perros que ya forman parte del proyecto y que se han convertido en su familia: animales a los que cuida, entrena y ayuda a recuperar la confianza perdida.

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Eider, feliz con este proyecto. Markel Fernández

Lo que están construyendo en Loiu no es simplemente un sitio donde dejar al perro unos días ni un centro de asesoramiento a familias multiespecie más. Es un lugar donde sanar heridas, un entorno donde los perros vuelven a sentirse seguros y donde las familias aprenden a convivir desde el respeto. Es la prueba de que, cuando un proyecto nace del corazón, puede transformar vidas, tanto las de cuatro patas como las de dos.