La situación de la economía alemana, con una contracción del PIB en 2023 y algunos indicadores como el clima de consumo o el clima de inversiones a la baja, generan preocupación y han puesto en el orden del día la pregunta de si el gigante económico europeo no se ha convertido en el hombre enfermo de Europa. La imagen del hombre enfermo de Europa fue usada con frecuencia para referirse a la crisis de la economía alemana en los años del cambio del siglo. El economista Hans Werner Sinn, exdirector del instituto Ifo, la utilizó en su ensayo ¿Se puede salvar Alemania?, del año 2003.

Después vendría el programa de reformas de la llamada Agenda 2010, con recortes sociales y flexibilización del mercado laboral, que muchos vieron como la medicina, amarga, para el hombre enfermo. En todo caso, durante décadas la imagen había desaparecido de la discusión política y económica pero ahora, en vista de los datos recientes, ha resurgido.

El ministro de Finanzas, Christian Lindner, tuvo que confrontarse con ella durante la cumbre económica de Davos y procuró zanjar la discusión recurriendo a otra imagen según la cual Alemania no es un hombre enfermo sino un hombre que tras una mala noche –la pandemia– y la crisis energética generada por la guerra de Ucrania, necesitaba un café muy fuerte.

En el mismo sentido, aunque en términos más técnicos, respondió a la agencia Efe el director del Instituto de Investigaciones Económicas, Marcel Fratzscher. “Alemania no es el hombre enfermo de Europa”, respondió Fratzscher y añadió que, aunque la economía pasa por un periodo de estancamiento, tiene muchas fortalezas y señaló el alto nivel de empleo y el bajo nivel de paro y el hecho de que muchas empresas tienen beneficios altos. “Sin embargo, Alemania fue golpeada en dos frentes por la crisis energética. Por un lado porque la economía alemana depende en alto grado de las exportaciones y por otro lado antes de la crisis era dependiente del gas y del petróleo rusos”, explicó este analista.

FRENO A LA DEUDA

No obstante, para Fratzscher “el problema central de Alemania no es el desarrollo económico a corto plazo sino la transformación de la industria porque muchas empresas tienen dificultades en hacer inversiones y desarrollar nuevas tecnologías”.

Esa situación se da en medio de un panorama político difícil con una coalición de Gobierno debilitada y con diferencias entre los tres partidos de la misma que suelen ser discutidas públicamente lo que genera una sensación de inseguridad. La capacidad de maniobra del Gobierno, además, se vio limitada por una sentencia del Tribunal Constitucional, que impide que se usen autorizaciones de crédito recibidas en años anteriores para enfrentar la crisis de la pandemia para crear fondos especiales. Concretamente la sentencia fue contra al llamado Fondo para el Clima y la Transformación un plan de inversiones destinadas a la transformación energética.

Esas inversiones, a partir de este año, tendrán que financiarse con el presupuesto ordinario y cumpliendo el llamado freno a la deuda, la norma constitucional que exige que el déficit no supere el 0,35 por ciento del PIB. Para el año pasado, el Parlamento decretó la perturbación del orden económico, lo que permite suspender el cumplimiento del freno a la deuda, pero este año el plan es cumplirla, lo que implica un curso de austeridad. Fratzscher sostiene que el Gobierno ha tenido en parte una buena reacción ante la crisis y ha logrado evitar una recesión más profunda pero señala que le falta claridad sobre las prioridades y la dirección a seguir.

El freno a la deuda pública, según Fratzscher, se ha convertido “en un freno a las inversiones” y debería reformarse, pero para ello falta unidad política. La opinión de Fratzscher sobre el freno a la deuda tampoco es consenso entre los economistas alemanes pero el debate al respecto está abierto, tanto en el ámbito político como en el ámbito académico.