Entre los muchos datos que podría escoger para describir en una pincelada cómo ha sido 2022, elijo este: el 16% de la población de Euskadi está en riesgo de pobreza y exclusión. Además, la pobreza en nuestro territorio sigue teniendo rostro de mujer e inmigrante. Es un dato aportado por la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN) y lo subrayo porque representa un paso atrás respecto aquello para lo que nacimos en 1907 y continúa siendo, hoy, nuestro propósito: el desarrollo socioeconómico de Bizkaia, para vertebrar un territorio fuerte y cohesionado cuyo eje sean las personas.

Xabier Sagredo

Las familias vascas preocupadas por el fin de mes, por alimentar a sus hijos incluso, son la vertiente más cotidiana y dolorosa de un año que nos deja el mal sabor de boca de una recuperación económica truncada, con el frío de un shock energético que habíamos olvidado desde 1973, con el espanto de una nueva guerra en Europa, con una inflación desbocada…

A corto plazo, además, no parece que haya mucho por lo que alegrarse: en medio de la construcción de un nuevo paradigma de gobernanza global, nuestra vieja Europa está en una encrucijada – How the world is leaving Europe behind titulaba recientemente The Economist – y la salida no se atisba cercana.

No obstante, detesto dejarme llevar por el fatalismo. La historia muestra que la inestabilidad es ley de vida y no es la primera vez que tenemos que reinventarnos. Yo tengo confianza plena en la capacidad de resiliencia de nuestra sociedad, en su creatividad y en su empuje. ‘Nunca te entregues ni te apartes junto al camino, nunca digas no puedo más y aquí me quedo’, escribió José Agustín Goytisolo.

Pero, ¿dónde está el camino? La comunidad económica considera que Europa perdió la batalla de la digitalización frente a Estados Unidos y China –que, según estimaciones, desbancará a EEUU como la mayor economía del mundo antes de 2030. Sin embargo, existe la percepción de que Europa sí podría liderar la transformación hacia un modelo económico sostenible. Esa es nuestra oportunidad: recuperar esa brecha tecnológica con las principales potencias liderando una nueva revolución, la de la competitividad sostenible. Apostando por la tecnología y la innovación como variables clave, pero con la sostenibilidad por bandera y los criterios Ambientales, Sociales y de Gobernanza como referencia, en línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible incluidos en la Agenda 2030.

Por eso, os invito a repetir conmigo e interiorizar este mantra: apostar, ya, por la competitividad sostenible y tomar, hoy, decisiones con la vista puesta en el largo plazo es el único camino para construir un futuro que responda a los parámetros de desarrollo, bienestar y cohesión social que el imaginario colectivo de nuestra sociedad considera aceptables. Se acabaron los atajos. En este nuevo ciclo económico, el binomio de competitividad y sostenibilidad es inseparable: el progreso y la economía serán sostenibles o, directamente, no serán.