La Eurocopa avanza fiel a la inercia de la fase de grupos. Le está costando levantar el vuelo, pues como cabía prever la mayoría de las selecciones no alteró en octavos los registros ofrecidos previamente. El repaso de los partidos celebrados a cara o cruz confirma que las decepciones superaron en número a las propuestas atractivas o sólidas. De las ocho supervivientes, únicamente tres mantienen un apreciable índice de fiabilidad. A España, Alemania y Suiza se les habría sumado Países Bajos, de momento con propuestas con las que se pueden identificar sus seguidores y el aficionado en general. Del resto, por razones diversas, no puede decirse lo mismo. Ahora bien, si se trata de señalar a alguien por su mediocridad el dedo apuntaría directamente a Francia e Inglaterra.
De estas apreciaciones no cabe extraer conclusiones de cara a lo que viene. Deducir la identidad de los semifinalistas no entrañaría dificultad alguna atendiendo a lo presenciado hasta la fecha. España o Alemania, Portugal, Países Bajos y Suiza merecerían acaparar el favoritismo. Pero quién se atreve a descartar a Francia o a Inglaterra o por qué Turquía no va a burlar el pronóstico tras haber sido capaz de eliminar a Austria. Nada está escrito de antemano, buena parte del atractivo que posee el fútbol, al contrario que muchas disciplinas deportivas de equipo, se fundamenta en su carácter imprevisible. Si así no fuese, no existirían las quinielas.
Al respecto de esta cuestión, acabamos de asistir a ocho cruces y en la mitad de los mismos el desenlace ha estado en el aire. Francia estuvo en un tris de caer ante Bélgica, que con su mejor versión y tampoco fue para echar cohetes, tuteó a los de Didier Deschamps de principio a fin y perdió en una jugada desafortunada a escasos minutos de la prórroga. Inglaterra se inventó un milagro para eludir la eliminación frente a la modestísima Eslovaquia.
A Portugal le costó sangre y sudor vencer la resistencia de Eslovenia y pese a merecer el triunfo necesitó que su portero hiciese historia al detener tres penaltis. Más comprensible fue que Turquía se clasificase con el gancho porque enfrente estuvo Austria, que se ha distinguido por su combatividad y por la modélica gestión de un técnico que convirtió un grupo de futbolistas sin relieve en una máquina ofensiva.
Pero tampoco fue un camino de rosas para Alemania, los daneses le salieron respondones y tardó más de una hora en asegurarse el pase. Ni siquiera España cuajó un partido redondo como era de esperar por la entidad del oponente, que marcó primero y le generó alguna duda, hasta que el paso de los minutos trajo la lógica, y la goleada. En realidad, únicamente Suiza y Países Bajos se pasearon en los octavos.
Los centroeuropeos manejaron el encuentro a su gusto gracias al desbarajuste ideado por Spalletti y la incompresible actitud de unos futbolistas que agotaron su cuota de suerte el día que tumbaron a Croacia. Similar sensación de superioridad debió sentir el combinado liderado por Ronald Koeman al comprobar la pobreza argumental de Rumanía. Para definirla, aunque sea un baremo improcedente, mencionar el abismo que separa a Ianis Hagi de su padre Gica.
FÚTBOL PLANO
Jugarse la supervivencia en el torneo bajo el sistema de partido único se antojaba un aliciente. Era legítimo esperar que la nueva fórmula mejoraría las prestaciones, sobre todo de quienes ya habían defraudado. El todo o nada asomaba como el factor que espolearía a los participantes, conscientes de que desaparecía el margen para la especulación. Una esperanza baldía viendo evolucionar a galos e ingleses. Ellos reúnen las nóminas más relucientes del torneo, cuentan con las figuras más valoradas del continente, nadie lo discute. Sin embargo, parecen empeñados en llevar la contraria con un fútbol vulgar, plano, sin alma. Tan flojo que logra que sus estrellas pasen desapercibidas, enredadas en tácticas propias de equipitos de medio pelo.
Ver a Harry Kane aislado, huérfano de acompañamiento y suministro, a Mbappé limitado a brindar un par de arrancadas por partido, a un Griezmann anodino, a Bellingham jadeante, a Fodden sin sitio para expresarse, al histriónico Pickford abroncando a su defensa o a Kanté, a sus 33 años, exprimiéndose para compensar las omisiones de sus compañeros, aportan una idea aproximada del desbarajuste instalado en dos de las selecciones candidatas al título.
Lo peor es que siguen ahí, a tres escalones de la final con todas sus opciones intactas. No es para nada descartable que revivan de sus cenizas y acaben explotando el potencial que atesoran, aunque cuesta creer que vaya a suceder. Francia e Inglaterra son un pésimo ejemplo porque concentran cuanto de negativo proyecta hoy el fútbol de élite. Pero quizás ni Portugal ni Suiza resuelvan a su favor los emparejamientos.
Los lusos saben qué hacer, son temibles por creatividad y dominio de los tiempos. Bueno, más bien lo serían de veras si no tuviesen que abonar el peaje de Cristiano Ronaldo. Su personal batalla por trascender está lastrando una propuesta interesante y condenando al ostracismo a dos arietes contrastados como Diogo Jota y Gonçalo Ramos. Roberto Martínez no se atreve a retirar al goleador que fue y ya no huele una, por lo que las probabilidades de Portugal, no demasiado fiable en defensa, se resienten en exceso para desespero de esa legión de peloteros que incluye a Bernardo, Vitinha, Palhinha, Bruno Fernández, Rubén Neves...
Suiza acudirá con la mosca detrás de la oreja a la cita con Inglaterra. Su técnico, Murat Yakin, se apoya en que estuvieron muy cerca de derrotar a Alemania y le dieron un repaso a Italia, para pensar en positivo. Se trata de un bloque bien armado y deseoso de alterar la jerarquía reinante en el continente, pero quién sabe si Gareth Southgate se equivoca y de repente a los pross les da por redimirse.
¿OPTIMISMO DESMEDIDO?
El promocionado Alemania-España asoma como el plato fuerte de cuartos. Compiten dos selecciones equilibradas y eficientes. Apostar es libre, pero entraña mucho riesgo. Los hispanos están subidos, persuadidos de que su libreto es inigualable. La incesante campaña que ubica a Nico Williams en diferentes destinos de campanillas, sería un mero exponente del clima que le rodea, pero Nagelsmann gestiona un colectivo con escasos puntos débiles. Acaso el problema común sea el gol, van sobrados de desequilibrio en el último tercio del campo, pero la pegada no va en consonancia.
Si se repara en los obstáculos superados, se ve que España aún no se ha medido a rivales de entidad. Es la única que queda de su grupo y Georgia era una perita en dulce, mientras que los anfitriones ya se han visto las caras con Suiza y Dinamarca, y se diría que han ido a más. La promesa de que saltarán chispas aconseja tomarse con prudencia la considerada final anticipada de la Eurocopa. Idéntica actitud reclama la visión del Países Bajos-Turquía, otro melón por abrir.