A veces burlón, otras feroz, siempre caprichoso, el viento sopló hacia Brindisi, punto de fuga del día del Giro de Italia. En un relieve llano y mesetario, un plato de sopa, cualquier soplido genera un enorme oleaje. Instintivamente, ese silbido que anuncia el viento es el preludio del desasosiego de los corredores; el miedo atávico del pelotón. El viento encoge a los ciclistas para arrinconarlos en una esquina, allí donde habita el miedo. Avisaba Pello Bilbao en la víspera sobre las posibilidades de que se arremolinara el viento de costado y de que los problemas llegarían con esas ráfagas a pesar de que el mayor desnivel del itinerario fuera algún badén.

Acertó en su presagio el gernikarra, que padeció en el amanecer del día el arrebato de las ráfagas. El viento nunca hace distinciones. A todos los iguala. Como la maquinilla que rapa a los reclutas y les esquila la personalidad. En un día encrespado por el viento, Arnaud Démare enseñó la cresta. El rey de la velocidad del Giro habla francés. Démare ondeó su bandera en Brindisi.

El viento todo lo desnuda, no solo los árboles. Durante la primera hora, la carrera esprintó, huyendo de sí misma, corriendo despavorida ante el vaivén del viento, dispuesto a las emboscadas. El pelotón disparó el velocímetro hasta situarlo en 56 kilómetros por hora en ese arrancada de genio e inquietud. Un paseo en moto. Una locura en bicicleta. El caos.

Problemas para Pello Bilbao

Con el viento lanzando navajazos desde le costado, brotaron los abanicos de inmediato. Deceuninck y el Jumbo se afilaron. Toque de corneta. Sacaron el látigo y formaron un pelotón de fusilamiento. El viento enrabietó a unos y a otros. En ese ambiente histriónico y de histeria colectiva, se cortaron Pello Bilbao, Fuglsang, Yates, Pozzovivo€ víctimas del ajedrez de belgas y holandeses, maestros en bailar en el viento.

Nibali, Kruijswijk y el líder, Almeida, se sentían cómodos en el viento, refugiados tras el escudo de sus guardaespaldas. Soplaba Eolo a su favor en una etapa escueta que no permitía distracciones. El Giro rodaba a todo trapo. Apuró a Pello Bilbao, Fuglsang, Majka, Pozzovivo y Yates, estresados al comienzo. Tuvieron que encender las sirenas para dar luz a su persecución y reducir el retraso, que llegó al medio minuto.

El pulso entre los dos grupos se mantuvo durante una treintena de kilómetros, los más agitados. Astana, Education First y Bahrain remaron con fuerza y lograron suturar la herida a tiempo. Solo les quedó una cicatriz en la memoria. La carrera continuó disparada, pero relajada entre los aristócratas, una vez el viento roló y solo se dedicó a empujar. Se convocó entonces la danza de guerra de los velocistas.

Groupama montó el tren para Démare y el francés, que tuvo que meter el hombro contra Molano, dispuesto a boicotear e interponerse en le ballet de los franceses, venció nuevamente con rotundidad. Ni Sagan, que esta vez le tomó la matrícula y se agarró a su rueda, pudo remontar al velocista galo varios cuerpos por delante del resto. Démare esprintó de lejos, repleto de confianza, potencia y resistencia para embolsarse su tercera victoria en el Giro. Démare brinda en Brindisi.