En las alturas de Alto Campoo, que otorgan un plano cenital, entre el viento que sacude la conversación y hace bailar las palabras, se afila Jonathan Lastra para encarar un campaña sin respiro. Después de cinco meses en barbecho, colgado el ciclismo de la percha de la incertidumbre, el ciclista del Caja Rural cree que la campaña será un atracón de competición sin apenas concesiones. Ciclismo en apnea. “No habrá tiempo para descansar”, describe el bilbaino. Apiladas las carreras, solapadas incluso, Lastra piensa que “se trata de ir a tope y hasta donde se llegue. No queda otra”. La Vuelta a Burgos será el chupinazo que anuncie el curso de Lastra, que tenía previsto iniciar el contacto con la competición durante el pasado fin de semana en el Trofeo Agostinho. Ocurrió que la carrera fue aplazada porque uno de los miembros de la organización dio positivo por covid-19. Si no existen contraindicaciones, Lastra debutará finalmente en el ocaso de julio. Antes de la pandemia no pudo hacerlo. “Iba a correr en Portugal y se decretó el confinamiento, así que Burgos, si todo va bien, será el inicio de mi temporada”, explica el bilbaino.

Lastra, uno de los hombres fuertes del Caja Rural, visualiza un curso más complicado de lo habitual debido a una ecuación muy particular, jamás antes resuelta. En tiempos pretéritos, el almanaque ofrecía mayor perspectiva y los objetivos se espolvoreaban durante nueve meses, con sus mesetas, picos altos y valles. Con la competición comprimida en apenas 100 días, lo anterior, lo conocido, queda invalidado por completo. La temporada será un descubrimiento para todos. “Hay muchas ganas de competir, estamos los mismos corredores y hay muchas menos carreras. Así que habrá mucha más competencia de lo habitual y ganar una carrera será todavía más caro. Aún así, mi objetivo es ganar alguna prueba y seguir dando pasos hacia delante”, argumenta Lastra.

El bilbaino desea hincarle el diente a la campaña después de haberse convertido en un experto jugando a cartas durante el confinamiento y una vez desatornillados los pies del rodillo, el simulacro de la carretera. De regreso al asfalto se trataba, sobre todo, de recuperar el fondo perdido en la reclusión. “Al principio, después de tanto tiempo confinado hacías tres horas y te parecía que era dura y estaba bien, que era suficiente. Pero luego vas cogiendo fondo y las tres horas se te quedan cortas”. A poco más de una semana de tomar contacto con la competición, las sensaciones de Lastra “son buenas”. Los datos que maneja, los vatios que mueve, corroboran esa percepción. “Los números son buenos. El potenciómetro es lo que dice. Sé que estoy bien, pero sin poder competir no sabes cómo lo estás del todo. Falta ese punto de la competición”, desgrana Lastra. Esa sensación recorre el espinazo del pelotón, que ante la falta de la comparativa tiene que conformarse con el dictamen de las cifras y datos que salen de las sesiones de entrenamiento.

Con la perspectiva de un curso tan exiguo como exigente, el ciclista del Caja Rural contempla la Vuelta como El Dorado. “Quisiera ganar una etapa, la de Huesca creo que puede ser una buena opción. En la primera semana será complicado porque todo el mundo estará muy fuerte y los aspirantes a la general controlarán más la carrera. Habrá que esperar que haya algo de desgaste y que la carrera se abra más”, lanza el bilbaino, que junto al resto del equipo supervisó las siete primeras jornadas de la carrera. La ronda española, que ha alterado su fisionomía después de perder la planicie holandesa en sus tres primeras etapas, anuncia un comienzo al asalto desde Irun que apenas decaerá hasta el final. “No habrá etapas de transición. Tal vez solo haya dos etapas que puedan acabar al esprint, el resto es un terreno para los hombres de la general y para las escapadas”, radiografía Lastra, deseoso de dar al botón de arranque de un curso que caerá en cascada y se beberá a borbotones. Veloz y voraz. Lastra se apunta al esprint.