bilbao - De pequeño, con apenas cinco años, en el territorio de los sueños, los deseos y las ilusiones, a Sergio Higuita le inquietaba el día siguiente. El amanecer de la competición le cosquilleaba el estómago. Un diario local organizaba una carrera anual en Medellín, donde nació, y el niño Higuita, menudo, no pegaba ojo la noche anterior pensando en la carrera. “No podía dormir por los nervios. Aquellas carreras lo eran todo para mí”, exponía a DEIA el colombiano que pasó media campaña en la Fundación Euskadi antes de embarcarse en el Education First. Seis meses después de aquella confesión, de sus recuerdos de infancia, Higuita se hizo adulto en la Vuelta. Brotó el colombiano, extraordinario e insultantemente joven, recién cumplidos los 22 años. Viene del futuro. Higuita se descubrió en la sierra madrileña. “Es el día más grande de mi carrera deportiva. Es un momento increíble. No sé todavía la magnitud de lo que he hecho, pero es sensacional”, describió inmensamente feliz. Desde esa exuberancia e inconsciencia de la juventud, el colombiano se elevó varios cuerpos sobre el resto para coronarse después de una fantástica aventura por la sierra madrileña que confirmó la fortaleza de Primoz Roglic, el atrevimiento de Miguel Ángel López, siempre al ataque, la resistencia de Alejandro Valverde y la flaqueza de Nairo Quintana y Tadej Pogacar, que, desconchados, perdieron un minuto con el líder, Valverde y López. Roglic acentuó su gobierno. El esloveno tiene la Vuelta a un par de palmos. Solo le falta el aterrizaje. “Estoy un día más cerca, pero hay que mantener la concentración”, analizó el líder tras tachar otra jornada y disponer de 2:50 de renta sobre Valverde, 3:31 con el menguante Quintana y 4:17 respecto al belicoso López. Pogacar, fatigado, se encuentra a 4:49 de su compatriota.

En el vuelo de Roglic contribuyó la capa de Supermán, el hombre que nunca se conforma, que no descansa, siempre dispuesto para el combate cuerpo a cuerpo. No se arruga el colombiano, el picante de la Vuelta. Impulsado por la cama elástica del Astana, López agitó el avispero en La Morcuera, a un mundo de meta. No le importa al colombiano porque, probablemente, actúa más que piensa. Lo suyo no es la reflexión. Es un tipo de acción. En ese lenguaje binario y primitivo, el de la acción y la reacción, Roglic contestó de inmediato al reto planteado por López en la equis que señalaba el punto de ignición. El Astana dispuso la formación para el abordaje y López, descamisado, atacó con furia. El respingo del colombiano hizo temblar al grupo de favoritos, con Roglic, Valverde, Quintana, Pogacar, Majka, Soler? Kuss, lugarteniente del líder, apeló a la cordura. López, colérico, holló La Morcuera con una veintena de segundos en el zurrón. Allí esperaba Omar Fraile, la correa de transmisión del Astana, con las pinturas de guerra. El santurtziarra cohabitaba la fuga del día, dispersada para entonces. Entre los huidos, Sergio Higuita se sacudió al resto en un momento de duda. El colombiano no esperó. Salió al encuentro de su misión. “Me gusta atacar. Quiero ser capo”, se repite.

el tesoro de la chatarra Higuita, al que sus vecinos subvencionaban con una cuestación popular para que pudiera competir, no esperó. Derribó la puerta. Era su oportunidad. Capaz de encontrarla en el lugar más recóndito. En una chatarrería vio su futuro. Donde otros ven un montón de arena, Higuita imaginó un castillo. Entre un amasijo de hierros, en Castilla, el humilde barrio donde reside su familia y antes lo hizo el celebérrimo René Higuita, exportero de la selección de Colombia, encontró oro. En realidad, Higuita dio con otro hierro. La alquimia de la pasión lo convirtió en un tesoro. Entre la chatarra rescató un cuadro azul celeste que necesitó ser reparado y adecuado por su padre, Leonardo. Era el esqueleto de una bici. El armazón de su vida. Su primera bici de ruta. La logró gracias a un intercambio. “Fue mi primera bici de ruta. Un hierro que encima conseguí intercambiando mi mountain bike para ello”, rememora. Con esa bicicleta pedaleó su destino. Lo hizo tan rápido que en el carril bici su velocidad asustaba los domingos en Medellín. A Higuita, hambriento, de competición, le recomendaron que acudiera al velódromo. Allí se subió a una bicicleta de su talla. “Era roja y gris. No tenía marca, pero yo le puse unas pegatinas de Gios”, apuntó entonces a DEIA.

Sobre una bici de carbono, lejos de aquella montura que le sirvió para entrenar en el anillo, Higuita ensortijó el puerto de Cotos. La alianza entre los favoritos desactivó a López, que iba en el bolsillo de Fraile, con demasiada tunda. Soler, inmenso, encoló a unos y otros en el descenso. Volaba Higuita y su enjuto mascarón de proa. Entre los favoritos, Powless, otra pieza de Roglic, era el metrónomo. La batuta de la ascensión. El vals no casa con Supermán, refractario a lo sinfónico, sereno y melódico. Prefiere los trallazos del rock y la insurgencia del punk. López descargó de nuevo. Alto voltaje. Valverde le rastreó de inmediato. Roglic se apresuró. Quintana torció el gesto. La máscara, resquebrajada. López enseñaba los dientes y a Pogacar se le vieron las costuras. El joven esloveno flaqueó. Supermán insistió. El colombiano arrastró a Roglic, Valverde y Majka.

Higuita, valeroso, ambicioso, plegó Cotos con 45 segundos de renta sobre Roglic, Valverde, López y Majka. Pogacar, entre dos aguas, concedía 25 segundos respecto al grupo del líder. Quintana se dejaba 45 segundos. Resuelta la ascensión, mandaba el descenso por un tobogán amplísimo, con los ciclistas a 90 kilómetros por hora. Roglic, al que le encanta la sensación de velocidad, comandó la bajada. López, el más interesado por su lucha sin cuartel con Pogacar por el maillot blanco y por su deseo irrevocable de acceder al podio, se volcó en el empeño. Majka apenas intervino. Valverde, con Quintana perdido, no podía hacerlo. Pogacar esperó a Quintana, que estaba acompañado por Meintjes y Hagen en su objetivo de minimizar la derrota. Higuita apretó la mandíbula, mientras cimbreaba la bicicleta de este a oeste. Quiere comerse el mundo. “Es la victoria más grande, la soñada desde pequeño, algo impresionante. El final se me hizo eterno, pero el sueño de ganar me impulsó”, dijo entusiasmado. Higuita adquirió la potencia en el velódromo. “Competí en el velódromo durante varios años a las órdenes de Efraín Domínguez”, rememoró el pequeño colombiano. A su espalda, Roglic rebañaba dos segundos a Valverde en el esprint de las bonificaciones. Ellos y López arrebataron un minuto a Quintana y Pogacar. En la Vuelta de Roglic, Higuita se ilumina.