bilbao - ‘O sole mio? Remaba feliz y distendido, canturreando el pelotón con el deje propio de los gondoleros por los canales de Venecia, una ciudad que se hunde por la masificación del turismo y el peso de su carestía. En el Veneto pesan demasiado los bolsillos y los días acumulados en las piernas del Giro convierten a los ciclistas en estatuas de mármol que se pasean en un día larguísimo: 222 kilómetros. Da tiempo para todo, para conversaciones de ascensor, saludos y largas diatribas sobre la insoportable levedad del ser. Es tan extensa la jornada, que a todo el mundo le da tiempo a saludar a su paso el Giro, con ese aspecto de Bienvenido Mister Marshall que gasta en cada pueblo, decorado de rosa, con la charanga de la algarabía y la sorpresa de los días especiales entre nervios e ilusiones. Andrea Vendrame, italiano de Conegliano, pasó por su pueblo y frenó para a saludar a los familiares y amigos que le aguardan en la cuneta. Los niños salen a la calle, felices, distraídos, a lo suyo, ajenos a la Italia fea que sacude Salvini y ven pasar a sus héroes, tipos que salen en los cromos. El Giro es el álbum del país y el recreo de Italia, el patio de juego de los infancia. Damiano Cima se ganó el cromo de la eternidad. Estará en los libros de historia tras su hito. “Es el sueño de toda la vida, no me lo creo”, dijo Cima, que pertenece a la estirpe de los descamisados, a lo jornaleros del ciclismo. Su victoria fue la de los vencidos. La más bella. El mejor regalo.

Ese sentimiento, el de las bicis que se estrenan invade la cara risueña de Richard Carapaz. Al líder le despertó un regalo el día después de su cumpleaños. Una bicicleta rosa, para que se le vea aún más en el pelotón, para que todos sepan quién manda solo de un vistazo. La pintura rosa le dice que es tan líder que se ha ganado una bici especial cuando la carrera entra en su desenlace, dos jornadas de montaña a través de los Dolomitas antes del cierre de la contrarreloj de Verona. Sonríe Carapaz, el ecuatoriano que cuidaba del ganado en Carchi y que pastorea ahora el Giro con sobriedad, como si llevara un vida ejerciendo de general. En la entrega de la nueva bici, objeto de deseo de la infancia, imbatible reclamo, está presente Eusebio Unzué, mánager del Movistar, satisfecho ante su gran obra en el Hotel Astor. El liderato del ecuatoriano y la actuación de Landa, con el podio a un ataque de distancia, nutren el espíritu frugal de Unzué, que quiere el podio para Landa, pero, sobre todo, desea el Giro de Carapaz. De natural precavido, en Movistar piensan en no perder lo ganado. Por eso la bici no ha sido rosa antes. El podio de Landa, que respira a 47 segundos de Roglic, sería la propina.

fuga y triunfo La guinda la querían los esprinters, porque el Giro, que les ha dejado en los huesos, apaleados en las montañas, no dará más opciones. Así que en Santa Maria di Sala era sí o sí. No había ni un tal vez, ni un quizá, ni una duda. Dogma de fe. Los esprinters calculaban la pelea de la maglia ciclamino, que lucía Démare y quería arrebatar Ackermann, cuando Nico Denz, Mirco Maestri y Damiano Cima decidieron embarcarse en una odisea. La idea en el pelotón era que disfrutaran de su tránsito por los pueblos, del viento en la cara y del presente, porque luego llegaría la maza de la realidad. Apasionados y voluntariosos, Cima, Maestri y Denz eran tres versos sueltos. Unas motas de polvo que sacudirse del traje de la lógica. Los dos italianos estaban por donde siempre han estado en el Giro, de huida, acumulando rutas, kilómetros y planos, como los coches de los anuncios en los que uno no sabe si atender al paisaje o al vehículo. ¿Te gusta conducir? Y un brazo que juega con el viento. Así estaba el día de relajado.

Al cielo elevó los dos brazos, enrabietado, sorprendido y extasiado, alucinado por su conquista, Damiano Cima, capaz de tumbar a todo el pelotón, que quiso ajustar tanto la cacería que se olvidó del decimal y lo que parecía una suma fue una resta. Una bella historia con un final feliz, la de la sublevación frente a la tiranía. El italiano, en su mejor victoria jamás contada, aguantó la irrupción en estampida de Pascal Ackermann, un bisonte, en un final de infarto sobre una recta infinita. El alemán maldijo su error golpeando sobre el manillar de la frustración. En realidad, el pelotón no pudo con el entusiasmo de Denz, Maestri y Cima, que se ganó cada pulgada de felicidad. Al alemán y al italiano los liquidaron faltando 30 metros. Cima, que esprintó como nunca en su vida, soportó el pulso hasta el final, donde se lamentó Ackermann hasta que el alemán supo que recuperó la maglia ciclamimo, desprendida de los hombros de Démare, demasiado lejos en el esprint. Octavo el francés, que tenía la bici decorada a juego del color del maillot. La montura dejó de tener sentido. Pasó de moda en Santa Maria di Sala. No así la de Carapaz, que junto al resto de favoritos pasó el día en calma a la espera de los Dolomitas. En una llegada plana, sin relieve, se elevó Cima para hacer cumbre.