Ángel Luis Vizcay Ventura (Iruñea, 14-07-1955), gerente de Osasuna durante 24 años (1990-2014), se ha convertido en el muñidor de una condena histórica. Por primera vez dos futbolistas (los exbéticos Antonio Amaya y Xavi Torres) y otros tres directivos además de Vizcay, entre ellos el expresidente Miguel Archanco, fueron condenados por un delito de corrupción deportiva, tanto por haber pactado una derrota (la del Betis ante Osasuna en la última jornada de la temporada 2013/14) como por haber pagado por vencer (al Betis ante el Valladolid), lo cual ha dejado meridianamente claro que las primas a terceros por ganar también son ilegales.

Cuando Vizcay decidió contar a Javier Tebas, presidente de LaLiga, las irregularidades cometidas por los dirigentes del club rojillo puso la primera piedra del caso Osasuna. Fue un confesión en toda regla, con pelos y señales, un frío día de diciembre de 2014, justo dos meses después de abandonar su amado club y y a los siete meses de consumarse el descenso de Osasuna a Segunda División tras una burlona jugada del destino: se pagó al Betis por dejarse ganar en el último partido, según la sentencia de la Audiencia Provincial de Navarra, y resulta que la trampa no sirvió para nada. Salvo para remover la conciencia de Ángel Luis, aquel aplicado alumno de los Maristas y mejor cristiano, que en cierto modo vio en este fatal desenlace un castigo divino por dejarse arrastrar por la senda de la corrupción.

Vizcay, eso sí, decidió descargar su pesada mochila una vez liberado de sus funciones de gerente y no sin antes arrancar a Tebas garantías de que Osasuna como entidad quedaba al margen de los chanchullos de sus dirigentes. También quiso limpiar en lo posible su buen nombre detallando un asunto que ya estaba bajo investigación por parte de LaLiga. "Quise evitar cualquier tipo de suposición sobre cualquier actuación mía en cosas ilegales, como la apropiación indebida, y eso creo que ha quedado claro", aseguró Ángel Vizcay en marzo de 2015, días antes de ser detenido junto a Miguel Archanco, que había dimitido como presidente de Osasuna al mes de consumarse el descenso y en medio de una grave crisis financiera, y el directivo Txuma Peralta.

Pese a ser el detonante de la denuncia y mostrar en todo momento un grado de colaboración que le hizo concebir esperanzas de tener un trato más amable de la Justicia, Vizcay recibió el castigo más severo de entre los nueve condenados por el caso Osasuna: 8 años y 8 meses de prisión por un delito continuado de apropiación indebida, dos delitos falsedad documental mercantil y por otro delito de corrupción deportiva. Además de las correspondientes multas asociadas a su condena, Vizcay deberá indemnizar, junto con el resto de los condenados, en la cantidad de 2.340.000 euros al club rojillo.

El exgerente osasunista es también el único responsable del delito de falsedad cometido en la temporada 2013-14 por la elaboración del contrato con la empresa portuguesa Flefield y de la creación de tres facturas simuladas para cuadrar las cuentas de la citada temporada. La sentencia da por probado que falseó dicho contrato con una firma que aparentaba la rúbrica del Archanco, entonces presidente, al que debe indemnizar por daño moral.

Definitivamente Ángel Vizcay echó por tierra esa reputación de eficaz gestor que comenzó a labrarse a la sombra de Fermín Ezcurra, el primero de los seis presidentes que pasaron por la entidad en los 24 años que estuvo al servicio de Osasuna. Ezcurra, el hombre que hizo posible mantener el club navarro como sociedad deportiva, le pidió que se protegiera de los despilfarros y vigilara el buen gobierno de la entidad. El caso fue que Vizcay, socio desde la cuna, no en vano su padre también fue secretario general y el padre de su mujer, Luis Aranaz, jugó y entrenó a Osasuna, no le hizo mucho caso. Sobre todo en la etapa final de su larga estancia, durante la cual lo mismo negociaba los fichajes que ejercía como delegado del primer equipo. En ese tiempo postrero este club de rancia solera perdió el norte con la complicidad de quien estaba llamado a preservar el legado ético que había recibido de Fermín Ezcurra. Luego vino el arrepentimiento, un escándalo y finalmente la penitencia por el pecado cometido.