CUANDO a Ben Lammers (San Antonio, 12-XI-1995) le tocó dar el salto a la NCAA, no fueron pocas las universidades interesadas en sus servicios. Sus buenos números en Alamo Heights y sus credenciales como uno de los mejores jugadores de Texas a nivel escolar le hicieron recibir ofertas de Miami, Stanford, Texas A&M, Marquette y Georgia Tech, entre otras. En estos casos, las universidades tratan de agasajar a estos chavales. Les muestran canchas enormes, excelentes centros de entrenamiento y se pone todo a su disposición para impulsarles al profesionalismo a cambio de defender los colores del centro entre uno y cuatro años. A muchos se les deslizan incluso facilidades académicas y no son pocos los casos en los que hay compensación económica -algo prohibido- de por medio. Casi todo vale para convencer a los jugadores. Pero Lammers no era un jugador más. Cuando el actual pívot del Bilbao Basket, uno de los hombres de negro más destacados en este arranque de curso, puso por primera vez sus pies en Georgia Tech en septiembre de 2013, se quedó prendado del Hank McCamish Pavilion, cancha de los Yellow Jackets, pero aún más con las instalaciones del Departamento de Ingeniería, uno de los más prestigiosos del país.
“Sí, sí, recuerdo aquel día. Me llevaron a visitar un laboratorio con tecnología de primera al alcance de los estudiantes. Impresoras 3D, osciloscopios, maquinaria para construcción de aparatos? ¡Aquello me impactó muchísimo! En ese momento supe que quería estudiar allí”, recuerda. Lammers creció como gran aficionado de los San Antonio Spurs, idolatrando a Tim Duncan -“hemos vivido muy buenos tiempos”- y practicando todo tipo de deportes -“béisbol, vuestro fútbol, el nuestro...”- hasta que “fui creciendo, comprobé que el baloncesto era lo que mejor se me daba y en el instituto empecé a tomármelo en serio”. Pero el pívot quería algo más: “Desde que era crío tenía metido en la cabeza que quería ser ingeniero mecánico. Tenía claro que en la universidad quería jugar a baloncesto, pero también poner a prueba mis posibilidades académicas”.
Y así, ejemplificando como pocos el concepto de atleta-estudiante, Lammers arrancó un periplo de cuatro años en Georgia Tech (2014-18) que le ha catapultado al baloncesto profesional y a estar a punto de obtener su licenciatura. “Me quedan tres clases por recibir, volveré allí en verano para acabar”. Y entre medias, un montón de experiencias, satisfacciones y sacrificios. “Ahora que he pasado por ello no sé si lo recomendaría. Es muy duro. Te tienes que sacrificar muchísimo, apenas te queda tiempo libre y te pierdes muchas cosas, pero no lo cambiaría por nada del mundo porque disfruté mucho de la experiencia. Tengo mucho que agradecer a los profesores y a los compañeros porque me ayudaron pese a que por los viajes me perdía muchas clases. ¡Supongo que es la ventaja de ser jugador de baloncesto!”, apunta entre risas.
Lammers es tímido en las distancias cortas, pero también un tipo divertido. Cuando se le comenta que un miembro del equipo pide que se le cuestione por sus fantásticas notas, se sonroja y acto seguido se ríe a carcajadas: “Bueno, no eran malas teniendo en cuenta que era una Ingeniería y yo un jugador de baloncesto. No me puedo quejar”. Ya más serio, argumenta que “podría haber elegido una licenciatura o una universidad más fácil, pero siempre me ha gustado poner desafíos a mi mente”.
En las canchas, su carrera se disparó en su tercer curso universitario, al pasar del banquillo a pieza fundamental gracias a la llegada del técnico Josh Pastner. “Depositó mucha confianza en mí, me hizo saber que iba a estar 35-38 minutos en cancha y utilizaba esquemas que me permitían tocar muchas veces el balón”, recuerda. En el curso 2016-17 pasó a promediar 14,2 puntos, 11,2 rebotes y 3,4 tapones y fue elegido mejor jugador defensivo de la notable Atlantic Coast Conference. Para ello, un cambio de chip. “Siempre me decían que debía ser más duro. Era muy pasivo, pasaba demasiado la bola y tuve que acostumbrarme a ser uno de los referentes del equipo, a anotar más. En definitiva, tuve que hacerme más egoísta”, reconoce. Y cuando se convirtió en un intimidador de gran nivel, nació The Laminator. El pívot suspira y, divertido, rompe a reír: “Hubo varios intentos de ponerme motes y no terminaban de cuajar, ese es uno de los que más sonó. Siempre he dicho que no importa cómo te llama la gente mientras sea en positivo. Ese suena bien, ¿no?”.
Profesional El pasado verano, tuvo dudas sobre cómo dar inicio a su carrera profesional. ¿La Liga de Desarrollo de la NBA o Europa? Apostó por lo segundo: “Nunca había estado en Europa y quería vivir esa experiencia, que está siendo muy divertida. También pensé que era una mejor oportunidad para progresar. En la G-League nadie te garantiza acabar en la NBA aunque lo hagas muy bien; en Europa puedes subir más escalones”. Y así aterrizo en el Bilbao Basket. “Estoy encantado con esta fase de mi carrera. Han sido cuatro años en los que he tenido que compaginar baloncesto y universidad y ahora, en cambio, puedo entrenar, jugar e irme a casa a descansar. ¡Es fantástico!”, afirma. El pívot, que se define como “un jugador más orientado a la faceta defensiva, atlético y con buen entendimiento del juego”, ha formado una magnífica sociedad sobre la cancha con Javi Salgado. El de San Antonio bloquea y continúa y el de Santutxu le coloca la bola para que la hunda en la canasta. “Siempre es bueno hacer una buena amistad con los bases. Date cuenta de que son ellos los que te tienen que pasar la bola. Si no lo hacen (no para de reírse)? Con Javi he conectado bien, sí. Es un gran tipo y un gran jugador. Es muy fácil jugar con él”, sintetiza.
Encantado con Bilbao -“vivo cerca del pabellón y tengo una vista privilegiada de toda la ciudad”- y con una afición que le sorprendió tanto en el primer partido como local en Miribilla como en el debut en Oviedo, Lammers disfruta del momento y, aunque la NBA es “un sueño”, no piensa demasiado en el futuro. “¿Si me veo como jugador o ingeniero? Ojalá pueda dedicarme al baloncesto cinco o incluso veinte años porque quiero acumular muchas experiencias, pero tener ahí guardada una licenciatura de ingeniería no está nada mal para el futuro”, asegura un chico al que fuera de las canchas le gusta “estimular mi mente leyendo, por ejemplo, todo lo que puedo sobre historia. ¡Pero también me encanta jugar a los videojuegos, eh!”.