bilbao - Entre los pilares de la tierra, Kevin Suárez construyó su catedral, coronado en Igorre, el lugar sagrado del ciclocross vasco, su altar. Aunque la prueba, pinzada por la crisis económica, no es el imán que se abrigaba con una túnica púrpura antaño, el cetro de Igorre, prueba patrocinada por DEIA, no ha dejado de ser un trofeo magno, imperial, catedralicio. La conquista del cántabro, que derrotó a Aitor Hernández en la bocana de meta, se construyó con la pasión con la que se empleaban los canteros en tallar magníficas piedras que soportaran una arquitectura celestial, desarrollada para alimentar a los dioses y colocar en la historia a sus patrocinadores. Igorre invoca al mejor ciclocross. En sus campas, que a nadie embarrancaron porque el anticiclón de la semana actuó como un secador y evitó que el trazado se embardunara con barro, la emoción abrió el mejor de los surcos con un giro final estupendo, reclutados Kevin Suárez, Aitor Hernández, Ismael Esteban y Felipe Orts. Póquer de ases en la timba, resuelta apenas en 13 segundos, un embudo que dejó fuera del podio al valenciano Orts. El quinto Beatle, Javier Ruiz de Larrinaga, se desprendió en la centrifugadora de la vuelta definitiva, que deletreó un asalto fantástico a cuatro caras.

Nadie se tapó ni un centímetro en una pelea a quemarropa. Aitor Hernández e Ismael Esteban se estiraron. “Ismael y Aitor se han ido y he visto que Felipe no llegaba y que Larri tampoco estaba bien, por lo que me he ido a por ellos”, describió Suárez. El cántabro, convencido y corajudo, suturó la falla con determinación. Necesitaba agarrar los dorsales de Hernández y Esteban. Para entonces Larri, amante del barro,-“las circunstancias no ayudan; estamos llegando casi a mitad de diciembre sin barro y sólo nos queda dar hasta donde lleguemos”, decía- se despedía de la victoria con una cucharada de melancolía. “En una llegada así, con ataques de todos los colores en la última vuelta y con mis características, poco o nada se podía hacer”. Tuvo que emplear Larrinaga los prismáticos para rastrear la estela de sus rivales.

Bajo el sol, las antorchas de Suárez, Hernández, Esteban y Orts encendieron una pira. La ruta del fuego. Piernas chispeantes. Era un asunto de resistencia y voracidad. Sobre ese tablero se desplegó un diálogo visceral: acción-reacción. Aitor Hernández, líder de la Copa de España, alargó el cuello y almacenó varios metros en la despensa. El ermuarra descontó curvas hasta que notó la tenaza de Kevin Suárez, el único con el fuelle suficiente para amansar al vizcaino. Esteban, tercero al final, había perdido el paso y Orts buscaba un segundo aliento que no le llegó. “En la última vuelta he arrancado fortísimo y cuando parecía que iba a llegar me ha cogido Kevin en las últimas curvas”, describía el corredor vizcaino.

Emparejados, Aitor Hernández y Kevin Suárez se retaron en un final comprimido, encolados ambos en un baile agarrado a la espera del rock&roll del sprint, en la recta de meta. Grapado en el desfiladero, la energía de Kevin Suárez se impuso a la veteranía de Aitor Hernández, al que le faltó gas para discutirle la volata. “Al sprint no he podido remontar”, subrayaba el vizcaino, que tuvo que ver cómo Kevin Suárez abrazaba el laurel. “De cara al sprint tenía confianza, pero nunca lo tienes totalmente seguro”, se felicitaba Suárez, que elevó el brazo derecho y, con el dedo apuntó al cielo, el lugar al que honraban las catedrales. La de Igorre bendijo a Suárez.