bilbao - Ces’t le Tour. Sus hijos, sus sombras, los nombres que deja. Su herencia; la Vuelta, el legado de julio que desemboca en septiembre como el viejo plan de estudios que obligaba a remontar en el ocaso del verano el gatillazo anterior al estío. Amortizado el ciclismo antiguo, -aquel donde las alcobas y las estancias se comunicaban entre sí por el pasadizo secreto de la pasión, donde los cursos se cosían con puntadas largas ciegas al potenciómetro, cuando las tres grandes eran parte del mismo recorrido vital-, por el nuevo orden mundial, el que ha impuesto el todopoderoso Tour de Francia; tan brillante su sol, tan evocador, tan seductor, que su fuerza fue capaz de crear otra realidad. El Tour juzga. Reparte la gloria y la miseria, es el metro patrón que vertebra el ciclismo. También para la longeva Vuelta, una dama que cumple 80 años y celebra su 70ª edición.
Frente a ese tablero, el que no saca nota en París, donde un buen puñado de ciclistas sueña con ganar, pero solo uno, Chris Froome, lo hizo, aguarda a la salvación de la Vuelta, punto de encuentro para la última oportunidad entre las grandes. Sobre ese escenario, en el lisérgico Puerto Banús, esa pasarela arenosa, enjoyada y ostentosa de la Marbella excesiva, la Vuelta congregará a partir de las 18.30 horas un manojo de excelentes ciclistas que observan la ronda española como un escaparate fantástico, reconfortante, un lugar en el que sacudirse el sol de julio que tanto abrasa para abrillantar el currículo. A Froome, campeón del Tour, que pretende el doblete, se sumarán el binomio del Movistar, Quintana y Valverde, escuderos del británico en el altar de París, Nibali, el italiano dislocado en Francia, Tejay Van Garderen que, enfermo, se vio obligado a despedirse a la francesa del Tour cuando era tercero; Fabio Aru, segundo en el Giro, o Purito, otro estandarte del espectáculo. Con ellos estará Mikel Landa, agigantada su figura en el Giro cuando cerró el cajón de Milán después de maravillar en la montaña. De ese firmamento se cae la luminaria de Contador, ganador del Giro, que se quedó cortó en el Tour. Su sombra no estará en la carrera. La suya es la gran ausencia.
Hacia la idea que manejó el madrileño, la de doblar la gloria, hasta que se estampó con el muro del Tour, corre Chris Froome, el británico que dominó en Francia. Froome parte con la serenidad de haberse coronado en la Grande Boucle. Lo suyo, si cristaliza, será la guinda del pastel, pero el banquete lo degustó en los Campos Elíseos. Para otros, la Vuelta es un paraje menos exótico, un asunto sin demasiada poesía, más terrenal y prosaico. La ronda española es un salvavidas, el sustento, el alimento que dé sentido a una campaña. Son las daños colaterales que produce el Tour. Quintana, que apuró al británico en la última semana francesa, tratará de agarrar el maillot rojo después de que en la pasada edición una caída le borrara cualquier opción de triunfo. Valverde, que levitó en Francia, tercero en la general -su sueño-, es otro de los hombres señalados a guerrear por la general. En esa trinchera se espera al irreductible Vincenzo Nibali. El siciliano, al que se le torció el Tour de mala manera, tratará de redimirse en la Vuelta para enderezar un curso fiado al Tour. Su compañero Fabio Aru es otro de los corredores que merodeará los puestos nobles. En ese convocatoria se espera a Van Garderen, al explosivo Purito y a Mikel Landa. La prioridad para Landa es la consecución de una etapa, pero dado su rendimiento en el Giro, es probable que pueda mostrarse en la azotea de la clasificación. Además de Landa, el pelotón vasco estará compuesto por Mikel Nieve (Sky); Imanol Erviti (Movistar); Amets Txurruka, Omar Fraile y Pello Bilbao (Caja Rural); Haimar Zubeldia y Markel Irizar (Trek), y Romain Sicard (Europcar).
una vuelta escarpada A ninguno de ellos, salvo a Landa se le espera en la zona noble, un refugio al que conduce un camino serpenteante y vertical. La montaña mecerá la Vuelta, atestada de puertos, erizado su recorrido, espinoso, desde el arranque. La llegada en Vejer de la Frontera, un muro tan corto como contundente, en la cuarta etapa, puede agitar el avispero, al igual que la ascensión a La Alpujarra. En eso se asemeja al Tour. La Vuelta también se emparenta por la escasez de kilómetros contra el reloj. Una crono por equipos el primer día, en Marbella, de apenas 7,4 kilómetros (solo válida para la clasificación por equipos), y una lucha individual de 38,7 kilómetros, en la última semana, será el contacto, aunque puede que decisivo, con la cabra.
La Vuelta tira al monte. En la cumbres se filtrará la ronda española, que concentrará cinco finales en alto en los primeros diez días de carrera. Con todo, será la segunda semana la que desbroce la Vuelta. Cuatro cimas. Andorra, una vez concluida la primera jornada en barbecho, cincelará la etapa reina de la Vuelta con seis altos en 138 kilómetros y un desnivel acumulado de unos 5.000 metros para desembocar en Cortals d’Encamp (2.083), una mole de 15,8 kilómetros con una pendiente media del 6,8 %. A partir de entonces y tras dos días de transición, asoma el tríptico del norte, repleto de paredes, de cimas escarpadas entre Cantabria y Asturias. Fuente del Chivo, 17 km. al 5,8%, y con El Escudo como entrante.
La cotas asturianas tomarán el relevo montañoso. Sotres en Cabrales, una ascensión larga e indigesta, 12,7 kilómetros con tramos al 15% y zonas aún más empinadas, que superan el 20% hasta alcanzar la cima del Jitu de Escarandi. La segunda etapa reina tendrá final en la Ermita del Alba, el puerto más áspero del tríptico. La ascensión se condensa en 6,6 kilómetros con una pendiente media del 11,2% y con feroces tramos que rondan el 25% de desnivel. Antes de aterrizar en ese paraje, el pelotón tendrá que negociar una jornada sin concesiones, con el Tenebredo, Caracol y La Cobertoria enjuiciando. Más de 5.000 metros de desnivel. Un desplome como el que lleva del Tour a la Vuelta. Julio acaba en septiembre.