el pasado domingo frente al Levante, en el Santiago Bernabéu, Cristiano Ronaldo era la viva imagen de la impotencia. Se le llevaban los demonios de pura desesperación. Levantaba la vista y los brazos al cielo. Crispado, clamando por la incomprensión divina, pero también de su propia feligresía, que le echó en cara su mala puntería y más aún su recurrente gesticulación, de histriónico polichinela a modo de autojustificación no pedida por nadie. Cristiano deslizó en portugués algún insulto dirigido a la afición. No era su día, sin duda, pero aún así tenía que demostrar al mundo que no era su día, por si algún hincha no hubiera caído en semejante circunstancia.

Y para que no fuera su día y encima dejara patente su evidente malestar tuvieron que confluir varios factores. Que la jornada anterior su gran antagonista, Lionel Messi, le hubiera superado en la colosal carrera goleadora particular que mantienen (32 frente a sus 30 dianas) anotando los dos de la victoria azulgrana en Ipurua (0-2). Que el Real Madrid compareciera ante los suyos tras haber perdido 3-4 ante el Schalke en la Champions, encadenando así tres resultados negativos que habían tirado por tierra la credibilidad del equipo blanco.

Y que el Levante fuera un rival propicio para favorecer la reconciliación y recuperar el pálpito, pero no hubo manera. Los dioses le habían dado la espalda. Hasta el anodino Gareth Bale, que llevaba nueve partidos consecutivos sin anotar, hizo dos goles, el segundo, simplemente poniendo la puntita de la bota y quitándoselo a él, que ya se apresuraba a festejarlo.

Si bien el Real Madrid ganó sin pena ni gloria ni mayores sobresaltos al Levante, en la antesala de otro partido del siglo los datos no invitan al madridismo precisamente a optar por el optimismo. Para empezar, el Barça parte con un punto más (65 frente a 64) y está en condiciones de dar un golpe de autoridad que puede ser definitivo en la lucha por el título liguero si mañana derrota al equipo blanco en el Camp Nou y se va a cuatro puntos de distancia.

Pero sobre todo son las sensaciones. El Barça afronta el clásico en gran forma física y futbolística, impresión corroborada el pasado miércoles con una exhibición ante el Manchester City, especialmente de Lionel Messi, absolutamente espectacular. Con un dominio de los tiempos del partido y una seguridad en sí mismo que retrotraen al mejor Messi de la historia, pese a quedarse sin la miel de haber podido batir al inspiradísimo Joe Hart, el portero del campeón inglés.

He ahí, pues, el gran reto de Cristiano Ronaldo. No solo tiene que evitar que el Barça cobre una ventaja de cuatro puntos en la clasificación, lo cual implica la derrota madridista, sino que en sus ansias por reivindicarse como el mejor jugador del planeta está obligado a ganar su duelo particular con Messi ante los ojos de los 400 millones de personas que seguirán en todo el mundo el partido a través de la televisión, lo cual sin lugar a dudas le devolvería de inmediato a los altares del madridismo.

Porque desde que el pasado 12 de enero el astro portugués recibiera su tercer Balón de Oro, emitiera aquel gutural grito que dejó pasmada a la audiencia y prometiera volver al año siguiente a por el cuarto esférico dorado, igualando así la marca del propio Messi, Cristiano ha experimentado un paulatino deterioro en sus prestaciones futbolísticas.

Paralelamente, el Real Madrid, que había encadenado 22 victorias consecutivas en partidos oficiales y despidió el año conquistado en Marruecos el Mundial de Clubes entre los más encendidos elogios hacia su juego, sufrió una transformación tal que hasta ha puesto en tela de juicio la figura de su aclamado entrenador, Carlo Ancelotti.

En las 12 últimas jornadas, el parcial goleador de Messi con respecto a Ronaldo es de 19 a 5. El portugués se ha quedado sin ver puerta en 5 de los 10 partidos de Liga que ha disputado en 2015, a los que hay que añadir los dos encuentros de sanción que le costó su expulsión ante el Córdoba por agredir a un rival.

la eficacia del tridente El Barça, con Messi cada vez más centrado y solidario, fue ganando vigor conforme el Madrid perdía fuelle, sobre todo desde que a su vez tocara fondo con la derrota en Anoeta (1-0) en la decimoséptima jornada, hasta rebasar el pasado sábado, con sus dos tantos al Eibar, a Cristiano, establecer el actual 30-32 y alcanzar los 274 tantos que ya lleva contabilizados el goleador histórico de la Liga.

Porque Messi no solo tiene en su zurrón 32 goles, es que además suma 17 asistencias de gol, lo cual ha permitido que el tridente ofensivo del Barça, el MSN que configura junto al brasileño Neymar y el uruguayo Luis Suárez, supere en eficacia a la denominada BBC (Bale, Benzema y Cristiano). Ahora solo hay un gol de diferencia (56 por 55), pero es que en la jornada decimoséptima, la BBC llevaba anotados 41 goles por los 27 realizados por el MSN. Una diferencia muy apreciable y prueba evidente del crecimiento exponencial del grupo ofensivo azulgrana, que también ha superado en número total de asistencias (35 por 29) al de sus rivales en el bando madrileño.

El denominado partido del siglo acrecienta su repercusión por el duelo Ronaldo-Messi y en un momento clave para el desenlace de la Liga.

Pero si el crack luso tiene razones de sobra para sacar lo mejor de sí mismo y reivindicarse no le va a la zaga la ambición que esconde tras el semblante más sereno el fenómeno argentino, que también reclama la gloria y que en los 17 partidos ligueros que ha disputado con el Barça frente al Real Madrid ha marcado la friolera de 14 goles. Es decir, afina sus sentidos cuando enfrente está el Real Madrid, que acude al Camp Nou acuciado por la necesidad, con Cristiano bajo el foco y al menos reconfortado con el regreso de dos hombres clave, Luka Modric y Sergio Ramos.